En el principio fue el agua

 
 
 

Monumento Fundadores MayagüezEn el principio fue el agua; más concretamente, las aguas. Era el alba de la mañana primigenia en Borikén, la «Tierra del Altivo Señor», y en el extremo occidental de la Isla, que había emergido, precisamente, del agua de la Mar Océano, se formaba una comarca signada por la presencia fecunda y vital de las aguas de sus diez ríos. Con intuición profética, los taínos de la zona – de una cultura avanzada - fueron nombrando ese entorno, reconociendo la impronta que la Creación le había puesto. Desde su yucayeque en el Cerro de las Mesas, Urayoán, osado cacique que, junto a Agüey baná, mató al dios del miedo, ahogando a Salcedo en las aguas del río de Añasco, contemplaba las aguas que le darían su nombre a la región. Así, surgieron Yagüeca, Yagüey, Yagüez, todas significando « lugar o sitio de las grandes aguas.»

 
 
 
 

Y por las aguas de su ensenada llegaron los españoles aquel 1493, con sed de oro y conquista, al igual que de evangelización. De ese protagonismo de las aguas que le abrieron a la vida de la civilización de Occidente darían fe siglos más tarde, primero su escudo y luego su bandera y su himno. El agua que, al principio, lavó el oro se tiñó de sangre por el alzamiento que se produjo en estas tierras. Pero, consumada la conquista, las aguas de los ríos Grande de Añasco, Guanajibo y Yagüez sirvieron para impulsar los molinos de agua de los trapiches en torno de los cuales giraría la economía de la región.

 
 
 
 

Transcurrieron dos siglos de una vida bucólica, interrumpida por frecuentes ataques de potencias europeas y corsarios y piratas a su servicio que sembraron desasosiego y destrucción. La necesidad obligó a que muchos se dedicaran a la ganadería, la caza y el contrabando, facilitado por la espléndida bahía. Para 1760, un grupo de vecinos dirigidos por Faustino Martínez de Matos, Juan de Silva y Juan de Aponte solicitó de la Corona española el permiso para constituirse en poblado. Aunque su nombre oficial fue Nuestra Señora de la Candelaria, la costumbre pueblerina de referirse al lugar como «en la rivera del Mayagüez» acabó por imponerse con el nombre taíno relativo a las aguas del río.

 
 
 
 

 
 
 

Esta inciativa ciudadana tuvo mucho de un acto de fe en las posibilidades del lugar, por cuanto se le impuso la condición de que las gestiones quedaran completadas en el brevísimo plazo de dos años y que los solicitantes asumieran, además, los emolumentos del señor cura y el sacristán. La aventura tenía un precio altísimo, pues aquellos primeros mayagüezanos, amén de quedar sujetos a perder lo hecho, si no se lograba la totalidad de lo comprometido, garantizaron el éxito de la empresa con sus patrimonios. También tuvieron que salvar el escollo de un pleito incoado por Añasco, que reclamaba que se le quitaba parte de su territorio para la fundación del nuevo poblado.

 
 
 
 

Mayagüez: Antiguo Mercado Francés, 1899Afortunadamente, la visión de aquellos hombres se vio realizada plenamente. Mayagüez creció como una ciudad de progreso en todos los órdenes. Poco tiempo después de su fundación, terminando el siglo 18, el tabaco era su producto principal, seguido del arroz y el café, amén de la extensa ganadería en la zona. El siglo 19 le fue de particular provecho. La apertura de su puerto fue determinante. Además de la gran actividad comercial que ello produjo, por él llegó una gran inmigración peninsular, europea y de la América en fermento revolucionario, atraída por la Cédula de Gracia y la estabilidad política. Su importancia como segundo puerto del país quedó constatada con la construcción del edificio aduanero, terminando el primer tercio de siglo.

 
 
 
 

Su progreso es tal que, para esa época, se le concede la designación de Villa y de Juzgado de Primera Instancia. Pero, la adversidad se hizo presente de forma dramática en 1841, al ocurrir el Fuego Grande, que, en ausencia de un acueducto y servicio de bomberos, destruyó 660 de las 700 casas que componían la Villa. En apenas seis años, Mayagüez recuperó su pujanza económica, apoyada en una actividad portuaria de comercio exterior directo con ciudades europeas, a las cuales exportaba el azúcar de sus 27 haciendas y el café de sus 92 haciendas.

 
 
 
 

Plza de Colón, principios del siglo XXA mediados de siglo, el mejoramiento en sus condiciones de vida era patente. Los niños pobres podían estudiar gratuitamente en el Liceo de Mayagüez y proliferaban las instituciones de enseñanza privada, incluso para niñas, con programas de estudios de gran calidad y variedad. Mientras tanto, se registraban elementos que lo encaminaban en la ruta de la modernidad: la Alcaldía estrenaba un reloj público, se establecía un servicio de serenos, y atendiendo a las necesidades de otro tipo, se construían un cementerio, una cárcel y un hospital militar.

 
 
 
 

Mas, todo ese desarrollo se vería interrumpido nuevamente por desastres naturales. Una madrugada de 1852, las llamas volvieron a ensañarse con Mayagüez, aunque, esta vez, el Servicio de Bomberos evitó que el daño fuera mayor. Poco tiempo después, el vómito negro, el cólera morbo y la fiebre amarilla sembraron la muerte en rápida sucesión. La gesta médica y sanitaria del Dr. Ramón Emeterio Betances – más tarde, el «Padre de la Patria» - lo consagró para siempre como el «médico de los pobres». Empero, el progreso no se detenía. Para 1858, había servicio de correo con San Juan y el exterior. Justamente, por su inexorable vínculo con el agua, en 1862, es Mayagüez la primera población puertorriqueña en contar con un acueducto. Más adelante, un rayo destruye parte de la iglesia, como si la naturaleza conspirara contra la aún villa. Tanto es así que, en 1866, otro fuego destruyó parte de Mayagüez y al año siguiente lo azotó el temporal San Narciso.

 
 
 
 

Pero, los mayagüezanos no se amilanan ante la adversidad. Para 1868, año del alzamiento en Lares contra la explotación colonial, Mayagüez cuenta con todas las ventajas materiales de la época, a través de una oferta comercial amplia y variada, así como de una gama de servicios artesanales y profesionales.

 
 
 

Plaza de ColónIniciado el último tercio del siglo 19, la ciudad tiene telégrafo y el primer ferrocarril urbano, y antes de que concluyera el siglo sus calles se alumbraban con luz eléctrica. En el orden cultural, fue la segunda ciudad puertorriqueña en tener periódicos – llegó a tener docenas de ellos - y una revista semanal, para la década de 1870. Betances, Lola Rodríguez de Tió, Segundo Ruiz Belvis y Eugenio María de Hostos son sólo los intelectuales más destacados , entre muchos otros, que prestigian los salones culturales y literarios de Mayagüez, en un clima de liberalismo político y social ejemplar. En la Iglesia de la Candelaria, poniendo la acción junto a la palabra del abolicionismo, Betances y Ruiz Belvis practicaron la manumisión en la pila de las aguas bautismales. En 1874, se funda la Biblioteca Municipal y el Casino de Mayagüez, institución sociocultural que antecede al Ateneo Puertorriqueño por dos años. Su juventud se educa en el Liceo y en la Escuela Libre de Música, mucho antes del comienzo del siglo 20. Todo ello, a pesar de la adversidad del fuego de 1874 que destruye dos tercios del barrio Salud y del huracán San Felipe y la epidemia de viruelas negras de 1876. No es en balde que 1877 es el año en que Mayagüez recibe la designación de «Ciudad», como un reconocimiento a su categoría poblacional y a la tenacidad con la que luchaba por salir adelante ante los retos del destino.

 
 
 

A la llegada de las tropas de Estados Unidos en 1898, ya la ciudad se había ganado el título real de «Excelencia», bien habido, por un progreso que ya incluía el mejor mercado público del país, un asilo de pobres, un tranvía desde la ciudad hasta el barrio Guanajibo y el comienzo de una red telefónica. La ciudad se enorgullecía de tener el índice de alfabetización más alto de todo el país. Tal era su situación general que, en 1899, el New York Times describe a Mayagüez como una de las ciudades más ricas y de mejor apariencia en Puerto Rico.

 
 
 
 
 

La adversidad se repite en el fin del siglo 19 y los primeros años del siglo 20. En 1899, la ciudad sufre el embate del huracán San Ciriaco. A pesar de ello, su vida recibe el impulso importante del establecimiento de la Estación Experimental Agrícola en 1901, la cual sirve de precursora del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas, en 1912, gestionado por José de Diego y Luis Muñoz Rivera. Pero, ese impulso queda abruptamente detenido por el terremoto de 1918, sismo que destruye 735 edificaciones en la ciudad. Como si ello fuera poco, tan solo ocho meses después, se incendia el Teatro Yagüez, dejando un saldo de 300 muertos. La década que le sigue es de reconstrucción, y en ella es la industria de la aguja la que adquiere singular protagonismo, aportando a la economía, ese 1929 cuando se inicia la Gran Depresión, la respetable suma de $14 millones. Las calamidades no cesaban, y en 1933, el desborde del río Yagüez produce una gran inundación.

 
 
 
 

Evolución urbana de MayagüezMas, Mayagüez resurge de sus cenizas y se levanta de entre sus escombros, y mantiene su sitial como tercera ciudad del país. Y, una vez más, son sus aguas las que le mantienen a flote. A fines de la década de los años 30, esas aguas, cuya pureza es certificada científicamente, son la base para una floreciente industria cervecera, que se vino a sumar a la de ron de gran calidad. Comenzando la década del 1960, por las aguas de su puerto llega y se va el atún luego de ser procesado y enlatado en agua, proceso industrial que, en un principio, aporta 300 empleos y genera una nómina de $800,000.

 
 
 
 

Y es por ese puerto físico y simbólico de ciudad acogedora de otras gentes que llegan muchos a beber de la fuente del conocimiento científico y técnico que es el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas, luego nombrado Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, como parte de la reforma universitaria de 1966. La presencia del Colegio es definitoria de la ciudad. El Colegio pone a Mayagüez para siempre en lugar de privilegio en el mapa de la educación superior internacional. Jalonado por ese desarrollo académico, poco después se crea el Centro Cultural, con teatro, biblioteca y archivo histórico. La vocación mayagüezana por las artes y las ciencias toma nueva fuerza. Al principio de los años 70 se establece el Centro Médico Dr. Ramón Emeterio Betances, uniéndosele más tarde el Jardín Zoológico Dr. Juan A. Rivero, y el Parque de los Próceres, como testimonio de gratitud y reconocimiento a los grandes de la patria. Y aquella humilde iglesia terminada en 1763 se convierte en catedral, por virtud de ser la sede de la Diócesis de Mayagüez.

 
 
 
 

Catedral Nuestra Señora de la CandelariaYa Eugenio María de Hostos, el «Ciudadano de América» y Maestro continental, nacido a la vera del Río Cañas, había escrito con letras de oro el nombre de su pueblo en los anales de la educación y la cultura de este hemisferio. Juan Rius Rivera había hecho lo propio en los de la historia de la lucha por la libertad. Ellos son solo dos de los muchos mayagüezanos que han prestigiado a su pueblo y a su país.

 
 
 
 

Hoy, cuando el presente está lleno de incertidumbre y zozobra en lo económico, la ciudad se proyecta con la misma confianza de sus fundadores y de quienes durante sus 250 años de historia la han llamado su patria chica, abriendo sus puertas como anfitriona de los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2010, remozándose y creando nuevos espacios de crecimiento y oportunidad para una vida más rica material y culturalmente. Como el agua que es fuente de vida fecunda y de fuerza incontenible, este «lugar de aguas claras» perdura y florece con cada amanecer.

 
 
 

 

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