Eugenio María de Hostos
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- por Mari Mari Narváez
Eugenio María de Hostos en entrevista con The New York Commercial, julio 1898.
Aún después de su muerte en 1903, Eugenio María de Hostos siguió siendo ese expatriado de siempre. A petición suya, sus restos yacen en la República Dominicana, país que lo acogió durante años, donde hizo grandes aportaciones como educador y sociólogo y llegó a sentir la admiración y el agradecimiento de un pueblo. Se dice que allí descansará hasta el día en que Puerto Rico sea un país libre. Aún en su país natal muchos de los estudiosos y seguidores de su obra admiten que, en la República Dominicana, sus restos están mejor honrados, su memoria mejor guardada y su obra incluso mejor valorada.
¿Quién es Eugenio María de Hostos?
Eugenio María de Hostos es seguramente el luchador e intelectual más universal que ha dado Puerto Rico. Nació en el Barrio Cañas de Mayagüez el 11 de enero de 1839 y murió sesenta y cuatro años después en la República Dominicana, su segunda patria, donde entonces residía, intentando aliviar el dolor de la impotencia y la frustración de ver a su país, su causa de toda una vida, sucumbiendo cada vez más a la entrega, al colonialismo, a ese extraño inmovilismo que demasiadas veces en la historia lo ha caracterizado.
Desde muy temprano, abandonó la posibilidad de una vida cómoda, hasta célebre, como abogado, o como funcionario de diversos gobiernos, incluso como alcalde de Barcelona, sólo para dedicarse a la gran causa que lo obsesionaría por siempre y que coronaría su vida hasta el último día: la independencia de Cuba, República Dominicana y Puerto Rico.
Se formó académicamente en España pero, sin culminar sus estudios de abogacía, que el joven Eugenio María se volcó definitiva e irreversiblemente en la lucha por la independencia de las Antillas. En España, colaboró con los luchadores de la Revolución de 1868 ganándose su respeto. Y a pesar de la oportunidad que se le abría por su trabajo político y literario (ya había escrito La peregrinación de Bayoán), Eugenio María denunció hasta las últimas consecuencias el régimen colonial en Las Antillas. Eso lo llevó de conocer la amistad y la adulación de los españoles revolucionarios a formarse grandes adversarios y perder oportunidades sociales. Pero Hostos siguió adelante con sus denuncias, siempre consciente de cuáles serían las consecuencias y dispuesto a afrontarlas.
A lo largo de su vida como adulto vivió mayormente en la pobreza y el exilio, pasando hambre y frío en su peregrinación por diversos países, trabajando y sembrando la semilla de la libertad de las Antillas.
Su obsesión por la independencia de las Antillas lo llevó a París, Nueva York, Cartagena de Indias, Perú, Venezuela, Argentina, lugares donde fundó periódicos, escribió, analizó y creó estrategias para la lucha por la libertad de Cuba y Puerto Rico y creó contactos de apoyo para su causa.
Una de sus dimensiones más importantes fue la de educador, campo en el que alcanzó grandes éxitos y logró innovaciones trascendentales para la época, que lo consagraron como uno de los educadores más importantes de América. Aparte de la lucha por la liberación, la mayor vocación de Hostos fue la educación. A todo proyecto que emprendía, inyectaba un importante componente educativo, incluyendo la Liga de patriotas, cuya finalidad era educar al pueblo puertorriqueño para que exigiera sus derechos. A Hostos se le consideraba representante del movimiento positivista, muy en boga en aquella época y que postulaba la importancia de la educación y el conocimiento científico en América. "Las sociedades incultas no albergan sentimientos sino pasiones, y la pasión sólo sabe encaminarse a la sangre o a la vileza", decía.
En Chile, fungió durante años como rector del Liceo de Chillán, dirigió el Liceo Miguel Luís Amunátegui de Santiago de Chile y luego dirigió también la reforma educativa de ese país. Posteriormente, en la República Dominicana, pudo llevar a término grandes proyectos educativos como fue la estructuración, fundación y desarrollo de la primera Escuela Normal de pedagogía para la preparación de maestros en 1880, proyecto que lo llevó por todo el país y al que dedicó más de una década. Su visión era crear "una escuela que haga hombres para la humanidad, no que enseñe a vivir de lo aprendido".
La obra escrita de Eugenio María de Hostos es amplia y de una gran diversidad. Sus muchos títulos están antologados en Las obras completas de Hostos, recogida por primera vez en el centenario de su natalicio, año 1939. Esta publicación de veinte volúmenes contiene su Diario, escritos sobre su labor y participación política y cultural en América, sus cartas, viajes, sus dos novelas, La peregrinación de Bayoán y La tela de araña, cuentos, poemas, los tratados de Derecho Constitucional, de Moral, de Lógica, Ciencia de la Pedagogía y Geografía Evolutiva, etc. La Universidad de Harvard tradujo al inglés su Hamlet, uno de los mejores estudios que se han publicado en torno a este personaje shakesperiano. Hostos escribió sobre todo tipo de temas, desde geografía hasta botánica.
El giro irreversible de 1898
1898 fue un año difícil, determinante en la vida de Hostos. El 25 de julio fue la invasión norteamericana en Puerto Rico. Entonces Hostos regresó a su Isla, llamado nuevamente por el deber patriótico. Aquí intentó despertar el espíritu de sus compatriotas para que denunciaran la continuidad del colonialismo y reclamaran sus derechos. Fundó, junto a independentistas y anexionistas, la Liga de Patriotas Puertorriqueños con dos fines: "uno, inmediato, que es el poner a nuestra madre Isla en condiciones de derecho; otro, mediato, que es el poner en actividad los medios que se necesitan para educar a un pueblo en la práctica de las libertades que han de servir a su vida, privada y pública, industrial y colectiva, económica y política, moral y material".
Incluso llegó a formar parte de la primera comisión que fue a Washington para hacer valer los derechos de Puerto Rico ante las autoridades norteamericanas. Sin embargo, todas las gestiones fracasaron ante la firme decisión del gobierno norteamericano de retener a la isla como colonia y la falta de respaldo de sus compatriotas.
La unión antillana o el sueño de la federación
Desde muy joven, Hostos visualizó la lucha por la independencia de las Antillas como un paso natural y elemental para su sueño mayor, que fue la unión o federación de las Antillas, "la patria grande".
"Las Antillas", dijo, "deben ser libres, porque sólo en la libertad podrán cumplir los fines que el comercio universal de ideas y de productos exige de esa porción de insular del mundo americano". Veía las islas de República Dominicana, Cuba y Puerto Rico como tres pedazos de un mismo país, con historias, idioma y caracteres especialmente similares. Por otro lado, la independencia de Puerto Rico dejaba de ser pequeña si se volvía parte de una independencia mayor, una libertad antillana regional.
En el fondo, además de ser ese hombre de tantas dimensiones intelectuales que dejaría huellas históricas imborrables, Eugenio María de Hostos fue también un hombre que vivió siempre en el dolor. A partir de 1898, comenzó a ver que el mayor sueño de su vida se derrumbaba. Todo su sacrificio no sólo no rendía frutos sino que daba marcha atrás. Las Antillas tomaban rumbos separados que las dividirían inevitablemente. Puerto Rico quedaba sola, desamparada y, peor aún, resignada en el colonialismo.
"El golpe es demasiado duro para él, porque no sólo pierde a Puerto Rico, 'que se le va de las manos' sino que se le consume la fe de una vida entera consagrada a esperar de la democracia el mejoramiento de la vida privada y colectiva, y se le rebaja la alta medida de la humanidad que ha estado alimentando por sesenta años. La falta de conciencia de Puerto Rico le hace sufrir" (Juan Bosch, Hostos, el sembrador).
El propio Hostos escribió en su Diario: "La Independencia, a la cual he sacrificado cuanto es posible sacrificar, se va desvaneciendo como un celaje: mi dolor ha sido vivo".
Podría afirmarse que aunque Hostos publicó con mucho éxito tratados, ensayos, dos novelas y numerosos artículos periodísticos, su mejor obra fue su extraordinaria vida: limpia, justa, humanitaria y patriótica, que lo ha colocado muy alto entre los grandes hombres de esta América, lee un documento de Instituto de Estudios Hostosianos en Puerto Rico.
Eugenio María de Hostos murió en la República Dominicana en 1903. Tenía 64 años. Rodeado de sus hijos, su esposa Belinda y su gran amigo, el Dr. Henríquez y Carvajal, dijo sus últimas palabras: "Déjenme ver el mar".