El desfile puertorriqueño
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- Creado en Domingo, 18 Julio 2010 16:14
- por César Colón Montijo
Entré a la pista del estadio Isidoro García justo cuando la delegación puertorriqueña desfilaba. Pasaron frente a mí al doblar la curva que comienza la llamada “recta lejana” del óvalo, a espaldas de la tarima. Caminaban por los carriles siete y ocho, cerquita de quienes bordeaban el terreno: familiares, amigos, voluntarios y fotoperiodistas.
Todos allí querían ser testigos de una procesión de risas, llantos y orgullo, preámbulo de la fuerte competición que ya inicia.
Ellas iban de traje blanco. Ellos, de pantalón crema y camisa blanca. Sus sonrisas, brincos y abrazos cancelaban la sobriedad del atuendo. El sudor y las lágrimas los hacían cercanos, aun cuando en ese momento y por las próximas dos semanas, serán intocables; héroes de un pueblo en el que esas figuras escasean.
Pasaban por allí eufóricos y recibían de su gente la misma euforia. Grababan con sus camaritas, se detenían a posar para fotos, gritaban y saludaban a todo el mundo. En ese momento no existían los vientos de ayer. Allí no importaba la transmisión televisiva, ni el recibimiento que la gente daría al Gobernador. Mucho menos el protocolo. Allí, lo que había eran emociones de esas que erizan la piel y el semblante libre de unos jóvenes que sudaban la humedad del trabajo realizado.