Mayagüez y sus pianistas
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- por Alberto Basora Suarez *
Mayagüez, la Sultana del Oeste, siempre ha sido una cantera inagotable de excelentes ejecutantes y maestros del noble instrumento de Las blancas y Las negras, los que dejan deslizar sus agiles dedos airosamente sobre el blanquinero teclado para producir notas y sonidos que llegan al corazón, penetran y saltan dentro del pecho y sobrecogen nuestro espíritu.
Creemos que el piano y la guitarra son los instrumentos más sociables y hacedores de amigos .que existen sobre la faz de la tierra. Un fulano descaminado y sin rumbo llega a un lugar donde haya un viejo piano, se sienta, toca par de notas y arpegios e inmediatamente se le acercan unos tertulianos a corear, aplaudir y pedirle que toque tal 0 cual pieza. De pronto, aparece un perencejo medio jumo con una guitarra cual banderola a cuestas y... se forma el bembé. Saludos, estrechones de manos, el traguito del escondido pitorro y se hizo la amistad y se ganaron amigos, la mejor cosecha que se cultiva.
Ha habido sobresalientes pianistas en América que han brillado fulgurantemente en todos los ámbitos del mundo. Maestros que han pasado los grandes escenarios para recoger aplausos, premio supremo del soberano, y henchirse de gloria. Gigantes del teclado como Don José Iturbi, don Claudio Arrau y otros; en Puerto Rico han sobresalido los Jesús María Sanromá, José Enrique Pedreira, Rafael Balseiro Dávila, Elsa Rivera Salgado, Narciso Figueroa, Celso Torres y otros que no escapan a nuestra memoria, pero que harían este trabajo interminable.
El piano es majestuoso, noble. A veces lo figuramos arrogante y altivo. El piano de las grandes salas presidiendo fastuosos eventos de la gran sociedad. El piano insigne de Mozart, de Chopin, de Liszt y también de Sanromá. Y también de Celso Torres. Y también de Cesariana Gonze y de Panchi Gaudier. El piano que acompaña a Pavarotti, a Plácido Domingo, a Montserrat Caballé y a José Carreras. Y también a Chucho, a Danny, a Sophie y también a Lucecita. El piano que esta allí, en un apartado rincón, esperando la caricia de manos suaves y perfumadas de mujer o manos fuertes y ágiles de varón, El piano que ríe, que canta, que llora y que lleva en su armazón de cuerdas y martillos, un lamento, una queja o un suspiro de amor salido del pecho de una mujer de nuestra patria. El piano está allí, quieto, mudo, silencioso, hasta que comienza la recepción y nos obsequia con su fiesta de notas y sonidos.
Hagamos un poco de historia del piano. Citamos textualmente de la Enciclopedia Ilustrada Cumbre, tomo 10. “La historia del piano se remonta a los primeros años del Siglo 18, específicamente al año 1711. Su nombre original era pianoforte, como aun le llaman en Italia. Su inventor fue un italiano de apellido Cristofori. El piano es un instrumento de teclado y percusión porque su sonido se produce golpeando la cuerda con un martillo que se encuentra dentro de la caja sonora del instrumento. A comienzos del Siglo 19 surgen genios de gran inspiración, como Mendelsshon, Schuman, Chopin y Liszt que crearon páginas de gran hermosura para piano. El aporte de estos músicos, llamados románticos, lleva al piano a su máxima perfección y desarrollo, pues aquellos gentes de la música, descubren en el insospechadas posibilidades de expresión. EI piano es el más importante de los instrumentos musicales”.
En Mayagüez hemos tenido siempre excelentes pianistas, muy dedicados a su instrumento, conocedores de la técnica y secretos del arte pianístico y que han enriquecido nuestro acervo musical. Unos se han dedicado a la docencia, a transmitir sus conocimientos y destrezas a nuestra juventud estudiosa de la música y otros se han entregado de lleno a su participación en orquestas y conjuntos como músicos de fila. Pero, unos y otros, han llenado su cometido y brillado por igual en el difícil arte del teclado.
Saludamos desde estas páginas muy afectuosamente a magos del piano como el argentino Raul D' Blasio, visitante distinguido y muy admirado y al mayagüezano Celso Torres, pianista y compositor que ya en sus noventa todavía acaricia las teclas. Y hagamos un homenaje póstumo a los preclaros maestros Agustín Lara, en Méjico, Ernesto Lecuona, en Cuba, Rafael Elvira y Noro Morales, en Puerto Rico y Frank Damirón, en República Dominicana. También rendimos un tributo de recordación a un excelente pianista, que aunque no mayagüezano, aunque no puertorriqueño , convivió con nosotros los mayagüezanos por muchos años, se afincó en nuestro pueblo, libó nuestras puras aguas y saboreó nuestro arroz con habichuelas y nos regaló a cambio su amistad y las exquisiteces de su arte: nos referimos al cubano Abdías Villalonga. Villalonga fundó una de las orquestas más recordadas de Mayagüez. Fue un gran amigo y un formidable ser humano. Antes de dedicarse a la música popular Abdías fue un brillante concertista que hizo giras por países de América acompañando a celebridades del bel canto. Recordamos con cariño a Abdías Villalonga, ya fallecido.
Los pianistas mayagüezanos, vivos o los que ya han desaparecido, tienen un lugar muy especial en nuestro corazón. Ellos hicieron, y están haciendo, una gran contribución al enaltecimiento de la cultura de nuestro querido pueblo y de Puerto Rico en general. A los que ya se fueron, nuestro profundo respeto en su morada celestial y a los que todavía nos acompañan, salud y larga vida. Aquí van los nombres de unos y otros.
Pianistas mayagüezanos, de ayer y de hoy, que con su arte maravilloso y sus brillantes ejecutorias son merecedores a un sitial de honor en las páginas donde se escriba la historia de nuestro pueblo.
Honramos y recordamos hoy a algunos de esos excelentes pianistas de ayer y los que aún viven con nosotros dándonos su exquisito arte ... Rosita del Castillo, maestra de maestras; Angelina Simón, sacerdotisa de las teclas; Celso Torres, el eterno maestro; Balbino Trinta, atildado y serio; William Manzano, formidable director desde el banquillo; Ismael Simón, genial; Pepe Castro, juguetón y sonriente; María Teresa Aveillez, maestra de juventudes: Rubén Escabí, talentoso; Monserrate Massenet, inolvidable maestra; Francisco (Pancho) Gaudier, excelente pianista y compositor; José Ernesto García, impecable; Jeannette Sibila, Mercedes Matos, José Maria Vivas, Ismael Flores, Cesarina Gonze, Hector Pellot, Sanny Rotg, Panchi Gaudier y muchos, muchos más que por las limitaciones de espacio no podemos mencionar.
A todos estos pianistas mayagüezanos, obreros de la música y defensores del arte en todas sus manifestaciones, les decimos, muchas gracias por hacernos la vida más placentera a través de la magia de su instrumento. A los que ya se fueron a morar en los cielos, nuestro recuerdo imperecedero.
* Este artículo apareció publicado originalmente en la revista “La Canción Popular”, número 9 de 1994.