Mayagüez: cuna del mayor general Juan Rius Rivera
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- por Joaquín Freire *
En el barrio Río Cañas Abajo en Mayagüez, vino al mundo el día 26 de agosto de 1846, Juan Rius Rivera, hijo de don Eusebio Rius y de Ramona Rivera.
Gozaba la familia Rius Rivera de una holgada situación económica, pues eran propietarios de una rica hacienda cafetalera en dicha jurisdicción. Gracias a ello y después de cursar estudios primarios en Mayagüez, los padres enviaron al adolescente a Barcelona, España, para que allí hiciera su bachillerato. Una vez que terminó dichos estudios el joven Rius Rivera paso a Madrid, ingresando en la Universidad Central de la capital española, donde se matriculo en la carrera de Derecho.
A pesar de hallarse lejos de la tierra natal, Rius Rivera no dejaba de pensar en su Borinquén y preocuparle el estado de abandono en que se hallaba su querida Isla. Al respecto, nos dice el distinguido profesor Lidio Cruz Monclova, que nuestro biografiado, conjuntamente con otros boricuas Rafael del Valle Rodríguez, Emilio Tió, José Marxuach y Agustín Latorre, entre otros se unió a la petición de don Manuel Corchado Juarbe, sobre la creación de una Universidad para Puerto Rico, cuando este último público en el periódico Las Antillas, editado en Barcelona, un extenso artículo formulando dicha solicitud.
Es decir, que Rius Rivera, a pesar de estar dentro del reducido grupo de puertorriqueños cuyos padres podían enviar a sus hijos al extranjero, abogaba por la creación de una alta cas a de estudios para su patria. Aquel joven mayagüezano estaba imbuido de las ideas liberales que entonces agitaban a Europa y pronto se abandero al grupo de los que deseaban un Puerto Rico libre.
El día 23 de septiembre de 1868, mientras asistía a sus clases en el más alto centro docente de la capital española, allá, en su Isla, tenía lugar un levantamiento en el pueblo de Lares. Días después se enteraba del fracaso de aquel movimiento y aunque conturbado por la noticia, se reafirmó en la idea de luchar por aquel ideal.
Pero no había transcurrido un mes cuando supo del llamado “Grito de Yara”, ocurrido en el ingenio La Demajagua, en Oriente, Cuba, dado por Carlos Manuel de Céspedes el día lo de octubre del propio año, quien dándole en aquel momento la libertad a sus esclavos, inicio la que debía de llamarse “Guerra del 68” 0 de los “Diez Años”.
Una pugna interior tiene lugar en aquel fogoso joven, quien desde entonces final de 1868 pone en los platillos de la balanza de su decisión dos alternativas: terminar la carrera de Derecho, de la que ya tenía aprobado varios cursos, 0 se incorporaba a las huestes insurrectas cubanas, de cuyo triunfo dependería en un futuro la libertad de su querido Puerto Rico.
Fueron meses de cavilaciones aquellos primeros del año de 1869, hasta que a fines del propio año, decidió partir para la ciudad de Nueva York, donde inmediatamente se incorporó a la Junta Revolucionaria. Ya había cumplido 21 años de edad Juan Rius Rivera y estaba ansioso por participar en la contienda que se libraba en la región oriental de la isla de Cuba.
Ya en los primeros días del mes de enero de 1870 se incorporó a la expedición que mandaba Melchor Agüero, la que desembarco el día 19 del propio mes por las costas de Tunas, en la provincia de Oriente. Tan pronto piso tierras cubanas Rius Rivera se dirigió a Camagüey, donde se unió al general Inclán, quien vio en aquel aventajado alumno de Derecho de la Universidad de Madrid, un magnifico oficial para su Estado Mayor. Pero Rius Rivera no debía de ocupar este puesto por mucho tiempo. El deseaba ir al frente de batalla; quería pelear y no verse retenido por las labores administrativas del Ejército Rebelde. Estimaba que su deber estaba en las sabanas abiertas y no en la tienda de campaña a la retaguardia, y así lo hizo saber, solicitando su traslado a las fuerzas del general Calixto García.
Junto a este bravo general fue destinado a mandar el batallón del Primer Regimiento “Holguín” número cinco, operando en la vasta zona de este término municipal de Cuba. Desde entonces lo vemos venciendo al enemigo en múltiples combates, entre ellos los de Yabazón y Guajabaney. Por el año de 1874 el alto mando insurrecto decidió apoyar a la infantería con las armas de caballería, sobre todo en aquellos parajes donde esta última imprimía mayor movilidad. Así fue que se organizó un regimiento de caballería, al que se le puso por nombre el de “Céspedes”, frente al cual fue puesto el valiente mayagüezano.
Al ser puesto prisionero el general Calixto García, fue nombrado jefe del Departamento Oriental el general Vicente García. Este último trabo combate con una poderosa fuerza enemiga entre Cauto y Bayamo, en donde se distinguió por su coraje y condiciones de mando el boricua Juan Rius Rivera, quien ya ostentaba el grado de teniente coronel. En dicho combate le fue arrebatado a las tropas españolas un preciado convoy de abastecimiento que se dirigía a Jiguaní.
Pero el mismo general Vicente García, bajo cuyas órdenes hubo de pelear Rius Rivera, en pleno desacato al alto mando mambí1 se negó a obedecer las disposiciones de sus superiores y con un millar de hombres se rebeló en las Lagunas de Varona.
Los jefes leales designaron una comisión integrada por el coronel Arcadio Leyte Vidal y los tenientes coroneles Juan Rius Rivera y Francisco Estrada Céspedes para que se entrevistaran con los amotinados. Es esta sin duda una de las páginas más sobresalientes de entereza y valor que haya dado soldado alguno, para hacer prevalecer los principios de la autoridad y la disciplina. La entrevista tuvo lugar en las mismas Lagunas de Varona, el día 26 de abril de 1875. Escuchemos lo que nos dice un testigo presencial de aquel memorable e infortunado hecho. Fernando Figueredo Socarras, en su libro La Revolución de Yara, relata lo siguiente:
“El teniente coronel Rius Rivera, nuestro comisionado, hizo uso en seguida de la palabra y con una energía indecible, más con valor y entereza dignos de la elevación de espíritu de aquel noble extranjero, empezó denunciando los abusos que se habían cometido; continuó por declarar aquello una sedición sin precedente en la historia de la Revolución; evocó el recuerdo sagrado para todos del Mártir de San Lorenzo.2 cuya memoria se había usado allí como lema de banderías, tratando, en medio de la improvisación, con la dureza que el caso requería, algunos puntos... ‘Cuan noble y más grandioso no sería, dijo el joven orador, que en vez de estar vosotros en este lugar funesto donde quizás va a decretarse la muerte de la Revolución de Cuba, con vuestros machetes así ociosos, pendientes negligentemente de vuestras cinturas, dispuestos a esgrimirlos, sabe Dios por quién y por qué causa, os encontrarais allá señalando el poniente del otro lado de la Trocha3 dispuestos a desenvainarlos contra el único enemigo de los cubanos y su causa, allí donde el honor nos llama a todos, donde la gloria nos espera para conducirnos amistosamente a la más dulce de las victorias’.
Terminó su discurso, atrevido en demasía, en medio de aquellas gentes sediciosas, dispuestas, según me participó el señor Lucas del Castillo, a asesinarlo, acción a que Castillo se opuso, y yo declaro exagerado el aserto, con un incidente que hizo a Rius Rivera el verdadero héroe de la situación. Mientras Rius hablaba, el coronel Santiesteban hubo de interrumpirlo, con idea de comprometerlo, interrogándolo del siguiente modo: ‘Es decir, teniente coronel, que a usted no lo veremos por aquí al frente de su cuerpo’, a lo que contestó él, casi sin meditar la respuesta ‘No, porque yo no soy capaz de manchar mi hoja de servicios’. ¡Ah! exclamó Santiesteban, comprometiendo al joven puertorriqueño en presencia de aquellos rifles, es decir que según usted, ¿los generales García Barroto, Céspedes, brigadier Ruz y todos los presentes hemos cometido un acto indigno y manchado nuestras hojas de servicios? En mi concepto sí, exclamó con entereza el teniente coronel Rius”.
Después de la sedición de las Lagunas de Varona, las diferencias en el campo de la revolución se acentuaron. En el año de 1877 la zona de Holguín se declaró territorio independiente y sus fuerzas no acataban las órdenes del alto mando del Ejercito Libertador. Los coroneles Arcadio Leyte Vidal y Juan Rius Rivera no pudieron controlar aquellas huestes que solo obedecían las órdenes del coronel Limbano Sánchez.
De estas trágicas y deplorables circunstancias se aprovechó el general español Arsenio Martínez Campos para proponer a los insurrectos la firma de un acuerdo de paz, con la promesa de que no habrían persecuciones posteriores y si un absoluto respeto para todos los mambises.
No obstante, un pequeño grupo, al frente del que se encontraban Antonio Maceo y Juan Rius Rivera; rechazaron la proposición del hábil general español y acordaron seguir la guerra hasta sus últimas consecuencias. Ese gesto se conoce en la historia con el nombre de la Protesta de Baraguá, en honor al lugar en Oriente donde se produjo la no aceptación del cese de las hostilidades. De aquel mismo sitio habrían de partir en la próxima Guerra del 95 las tropas insurrectas, para escribir una de las páginas más brillantes de todas las acciones llevadas a cabo en las guerras de Cuba: La Invasión de Oriente a Occidente.
El día 15 de marzo de 1878, al terminar la célebre entrevista entre Arsenio Martínez Campos y Antonio Maceo, este último, impugno enérgicamente las bases del Pacto del Zanjón4 y dio órdenes para reanudar la contienda el 23 del propio mes. Inmediatamente se constituyó un gobierno provisional, nombrándose como Presidente de la República en Armas a Manuel Calvar. Se designó al general Antonio Maceo como jefe de la región Oriental y las fuerzas se subdividieron en tres grupos: la de Guantánamo mandadas por Guillermo Moncada, la Brigada Cuba, bajo las ordenes de Flor Crombet y la de Holguín por Juan Rius Rivera.
En su libro La Revolución de Yara, y en el epílogo titulado “La Protesta de Baragua”, dice Fernando Figueredo Socarras: “Rotas de nuevo las hostilidades, tomo parte Rius Rivera en todas las acciones de guerra libradas por Antonio Maceo con su diminuto ejército, entre otros, Caobal, el día 8 de abril, Río Cauto, el 10 y sobre las mismas márgenes del Río Cauto el 11”.
Pero la prosecución de la lucha llegó a hacerse imposible: aquel puñado de hombres se había reducido sensiblemente por las balas enemigas, el hambre y las enfermedades y el parque se había agotado por completo. Nadie venía a cubrir sus bajas, nadie enviaba un cartucho, estaban solos y olvidados. Se imponía la deposición de las armas. Y así fue.
Después de embarcar rumbo a Europa, Rius Rivera se dirigió a la República de Honduras, donde contrajo matrimonio y se estableció en el puerto de La Ceiba en el negocio de exportación de frutas.
En 1879, 24 de agosto, se inició la llamada “Guerra Chiquita”, la que solamente duró 10 meses y de la que fue su jefe el general Calixto García. En 1883, al desembarcar en Manzanillo, fue ejecutado con un compañero el coronel Leocadio Bonachea. En mayo de 1885, también por la costa de Oriente, desembarcó el brigadier Limbano Sánchez con otros dieciséis expedicionarios y todos fueron capturados y fusilados. Durante los años de 1893 y 1894 hubo otros levantamientos en Holguín, Oriente, en Santa Isabel de Las Lajas, Las Villas y en la provincia de Camagüey entonces llamada Puerto Príncipe, pero todos fracasaron.
Al estallar el día 24 de febrero de 1895 la llamada Guerra de Independencia, o del 95, en el pueblo de Baire, Oriente y en otras poblaciones de la Isla, Rius Rivera se dirigió a los Estados Unidos, en donde se puso a las órdenes del Delegado de la Revolución Cubana, Tomás Estrada Palma.
Allí, el medico puertorriqueño doctor José Julio Henna, que presidía la Sección de Puerto Rico dentro del Partido Revolucionario Cubano, le propuso a Rius Rivera la misión de organizar una rebelión armada para libertar a Puerto Rico. La autorización del Delegado del Partido le fue otorgada al militar mayagüezano en una reunión sostenida en la casa del propio doctor Henna en Nueva York, el día 22 de marzo de 1896 y Rius partió para Santo Domingo a cumplir su delicada misión, acompañado de otros dos puertorriqueños, miembros también del Partido Revolucionario: Juan M. Terraforte y Gerardo Forrest.
Ante la imposibilidad de coordinar un movimiento con viso de éxito, al no encontrar respaldo efectivo a la causa por los elementos subversivos dentro de Borinquén, Rius Rivera regreso a Nueva York. Fue entonces que solicitó se le enviara a la provincia más occidental de Cuba, Pinar del Río, donde a la sazón estaba peleando Antonio Maceo, su entrañable amigo.
Rius Rivera fue satisfecho en su petición y se le preparó una embarcación el vapor “Three Friends” con un sustancial cargamento de pertrechos de guerra que incluía: 730 fusiles Remington, 120 fusiles Mauser, 50 fusiles Lee, 20 rifles, 2,000 libras de dinamita, 100 proyectiles de cañón y alrededor de medio millón de cartuchos.
El día 8 de septiembre, día de la Virgen y Patrona de Cuba, la Caridad del Cobre, del año 1896, Rius Rivera desembarcó por la ensenada de María la Gorda, cerca del Cabo de San Antonio, e inmediatamente tomó parte en los combates de Loma China, Tumbas de Estorino, Montezuelo, Isabel María, La Manaja, Ceja del Negro, Galalón y otros. El día 24 de octubre combatía junto a Antonio Maceo en Soroa y después en El Rosario. Ambos generales contaban con unos doscientos cincuenta soldados y las fuerzas españolas, al mando del Capitán General Valeriano Weyler sumaban varios miles.
El general Maceo atravesó la trocha de Mariel a Majana en la noche del 4 al 5 de diciembre y cayó herido de muerte dos días después en los campos de San Pedro. Rius Rivera se quedó frente al ejército insurgente en Pinar del Río y el 25 del propio mes se enfrentó al enemigo en Punta Muralla, contra la columna mandada por el general español Segura y después contra otra dirigida por el general Obregón.
Era el día 28 de marzo de 1897 cuando el valiente general borincano se encontraba acampado en el lugar conocido por Cabezadas de río Hondo. De repente tuvo que enfrentarse a una fuerza española diez veces superior en número. Esa tropa era mandada por el pundonoroso general español Cándido Hernández de Velasco. Rius Rivera fue herido de gravedad en aquel desigual combate, conjuntamente con su ayudante el coronel Federico Bacallao y el comandante Secundino Terry, este último murió en la refriega. El general Valeriano Weyler manifestó su disgusto al informársele que Rius Rivera había sido hecho prisionero, y reprendió al general Hernández de Velasco por haberlo entregado con vida.
Del valor demostrado por el general Rius Rivera en aquella batalla hablo elocuentemente el segundo teniente del ejército español José García Valle, quien tomó parte en la misma y cuya narración aparecida en un periódico de La Habana, decía: “Entre el grupo que nos dirigía certeros disparos se destacaba la figura de un hombre alto, fuerte, de bigote largo, que, machete en mano y de cara hacia nosotros, animaba a los suyos, lanzándolos a la pelea, e imponiéndose con su ademan a morir matando. Peleábamos a unos treinta metros de distancia. En lucha desesperada, lanzaban repetidas descargas hacia nosotros, por lo que, protegidos por nuestra superioridad numérica, nos lanzamos al asalto de aquel grupo. Qué cuadro se presentó a nuestra vista, no quedaban más que unos pocos, los demás yacían tendidos en el suelo, muertos o heridos. Entre estos estaba aquel hombre alto, fuerte, que, con singular bravura y muy animoso daba heroico ejemplo a su gente en la desigual pelea. Estaba herido, pero no fue óbice esto para recibirnos machete en mano, dispuesto, quizás, a vender cara su existencia. Ante actitud tan varonil, apúntale, intimidándole la rendición el sargento Ponciano Nieto, mas con la rapidez del rayo y con voz altanera y valiente, se interpone entre la boca del Mauser español y aquel herido, un hombre trigueño y fornido y le dice: ‘Matadme a mí, si queréis, pero respetad la vida del general Rius Rivera que está herido’. Ese hombre, ese héroe, era el coronel Federico Bacallao, jefe del Estado Mayor del general Rius Rivera”.
En la prisión de La Cabaña el general Rius Rivera estaba gravísimo y de allí fue trasladado al Hospital San Ambrosio para ser intervenido quirúrgicamente. Una cubana que respondía al nombre de Magdalena Peñaranda publicó una carta en el periódico La Discusión de La Habana, algún tiempo después de ser Cuba independiente, en la que comentaba el ánimo y alta moral que mantuvo Rius Rivera en La Cabaña y en San Ambrosio.
Decía la referida dama que al entrevistarse con el General y ofrecerle ayuda de alimento y medicina, éste le respondió que no aceptaría cosa alguna que no viniese de la Junta de Nueva York y que en una de sus pocas visitas al hospital y al hablar con Rius Rivera el mismo tenía “aspecto cadavérico... en sus ojos había una expresión de dolor intensísimo y casi no podía hablar. Pero en las pocas veces que lo vi, despertó en mi alma, profunda admiración y respeto por el estoicismo con que soportaba su inmerecido infortunio a pesar de los agudos dolores que lo martirizaban, jamás su voluntad de hierro fue dominada por los sufrimientos”.
El día 10 de octubre de 1897, 29 años después del Grito de Yara, el entonces Capitán de la isla de Cuba, general Ramón Blanco, lo deporto a Barcelona ¡Ironías del destino!, a la propia ciudad donde había nacido su padre y a donde éste lo enviara a estudiar su bachillerato en la adolescencia. Allí fue internado en el lóbrego castillo de Montjuich.
Terminada la Guerra Hispano-Americana, el general Rius Rivera quedó en libertad y se dirigió a Nueva York. Allí se reunió con su esposa y ambos partieron para Cuba.
Si hasta ahora hemos hablado sobre Rius Rivera como el soldado valiente y militar caballeroso en el campo de batalla, nos toca ahora exponer la íntegra figura de ciudadano ejemplar e insobornable hombre público. Para él los sacrificios padecidos en la guerra exigían un celo superior en el cumplimiento del deber, a fin de lograr la consolidación de las instituciones republicanas en su patria de adopción.
En el primer gobierno militar norteamericano en Cuba, y siendo Gobernador de la isla el general John E. Brook, Rius Rivera ocupo el cargo de Gobernador Civil de La Habana. Poco tiempo después, cuando el general Brook enviado a Puerto Rico fue sustituido por el general Leonardo Wood, este último designó a Rius Rivera Secretario de Agricultura, Industria y Comercio.
Era esta una época en la que el pueblo de Cuba estaba dando sus primeros pasos con el fin de prepararse para hacerse cargo de su propio destino y comenzaban a organizarse los primeros partidos políticos, los que canalizarían el proceso democrático de la naciente República. Pero en el ambiente hablan recelos y fundadas suspicacias sobre el alcance del Tratado de París, en relación con las posteriores relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Esta desconfianza por lo ambiguo del Convenio aumento cuando se propuso, y más tarde se insertó en la Constitución, la llamada Enmienda Platt, a virtud de la cual los Estados Unidos se reservaban el derecho de intervenir en Cuba en determinadas circunstancias.
La posición de Rius Rivera fue diáfana desde el primer instante, pues según él decía la llamada Resolución Conjunta tomada por la Cámara y el Senado norteamericano y sancionada por el Presidente McKinley era clara en cuanto al trato ulterior entre Cuba y su vecino del Norte.
El coronel Cosme de la Torriente, de venerable recordación para todos los amantes de los derechos civiles, era entonces Magistrado de la Audiencia de Santa Clara e iba a contraer matrimonio. En una carta invitó al general Rius Rivera para que fuera testigo de su boda. El mayagüezano aprovechó la oportunidad para hablarle sobre el candente tema del Tratado de París y la campaña que realizaba el partido Unión Democrática sobre la referida cuestión. Vamos a transcribir parte de la misma, ya que es un documento de enorme trascendencia política que expone interesantes conceptos y apreciaciones de índole constitucional. La misma fue dictada por Rius Rivera a su secretario particular.5
Decía la célebre carta: “Por el Tratado de París, España abandonó su soberanía sobre Cuba, sin traspasarla a nadie ni estipular en quien debía recaer el ejercicio de esa soberanía. La resolución conjunta de las Cámaras americanas afirma categóricamente que Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente, lo que equivale a reconocer su derecho a ejercer su soberanía. Es pues, un error, o una sospechosa concesión, dejar ignorada esta resolución conjunta... El Tratado de París no concede, no reconoce ni para entonces, ni para después, la soberanía del pueblo de Cuba; no obliga, por tanto, a los Estados Unidos a reconocer esa soberanía en ningún tiempo. En mi concepto, quien acepte el criterio de la Unión Democrática en este punto, o incurre en manifiesto error, o se hace sospechoso de no amar resueltamente la independencia y soberanía de su patria”.
En la misma carta esbozaba un proyecto de resolución para convocar a una Asamblea Constituyente y decía en uno de sus párrafos: “Considerando que el Gobierno de los Estados Unidos se halla obligado toda vez que ya está restablecida la paz y asegurado el orden a constituir un gobierno estable para Cuba, al cual ponga en posesión de su soberanía que aquel transitoriamente mantiene, cumpliendo así la resolución conjunta del Congreso americano, que declara que el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente”.
Dice Rafael Martínez Ortiz en su obra Los Primeros Años de Independencia: “La prensa cubana aplaudió la carta del general Rius Rivera; las felicitaciones llovieron sobre él: no se hablaba de otra cosa; estaba a la orden del día. Pero si al país le cayeron bien las manifestaciones, no paso lo mismo con el general Wood, este traía entre pecho y espalda muy bien guardado y mejor sabido otro programa, y le sentó como pedrada en ojo de boticario la viva franqueza de Rius Rivera: Pretextó el Gobernador (Wood) que ningún miembro del Gabinete podía permitirse, sin consulta previa, desahogos de cierta índole y mostró su disgusto a varios amigos”.
Rius Rivera, ni corto ni perezoso le llevó personalmente su renuncia al gobernador norteamericano, y aunque de momento no quiso aceptarla, al siguiente día le envió una carta bastante ambigua en su contenido a Rius Rivera.
El periódico La Discusión se refirió a dicha misiva en un artículo titulado A carta clara respuesta oscura. Decía entre otras cosas la comunicación de Wood, en la que le aceptaba la renuncia a Rius Rivera “Respecto a los conceptos emitidos en su carta al coronel Cosme de la Torriente, debo indicarle que la primera noticia que de ello he tenido, ha sido por medio de la prensa. Sus compañeros de Gabinete vinieron hasta mí para inquirir si el desacuerdo, que como consecuencia de su carta, existía entre usted y yo, tenía relación con la política actualmente observada por el Gobierno Interventor. Les informé que no tenía relación ninguna con dicha política, agregándoles que la reorganización del país y el establecimiento de un gobierno estable será rápidamente puesto en práctica”.
El día 15 de septiembre de 1901 se efectuaron las elecciones para elegir a los miembros de la Asamblea Constituyente. La misma arrojó el siguiente resultado: 31 delegados repartidos de la siguiente manera: Pinar del Río, 3; Habana, 8; Matanzas, 4; Santa Clara (hoy Las Villas) 7; Puerto Príncipe (hoy Camagüey) 2; y Santiago de Cuba (hoy Oriente) 7. Los tres delegados por Pinar del Río fueron: Joaquín Quilez, Gonzalo de Quesada y Rius Rivera.
Dicha Asamblea eligió para Presidente al doctor Domingo Méndez Capote y como vicepresidente al general Juan Rius Rivera y al doctor Pedro Gonzalo Llorente y secretarios a Enrique Villuendas y Alfredo Zayas. La importantísima Comisión para redactar el Proyecto de Bases para la Constitución tenía también como Presidente al general Juan Rius Rivera. Como vemos, la intervención del hijo de Mayagüez en la primera Carta Fundamental de Cuba republicana fue singularísima y destacada.
La inclusión de la Enmienda Platt como apéndice a la Constitución de 1901 fue muy debatida en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, donde se aprobó tras acaloradas discusiones. No fue así en el Senado, del cual míster Platt era miembro. Aquí se aprobó rápidamente y con una decisiva mayoría. En Cuba fue motivo de candentes discusiones, mítines y debates en la prensa, llegando a hasta pensarse en el fracaso de aquella Constitución. Al fin, la misma fue reconocida, pero siguió siendo una afrenta a la primera Carta Magna de Cuba republicana, hasta que fue derogada treinta y tres años después, siendo Presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt.
En la primera sesión que se sometió a debate fue aprobada la inclusión del apéndice por el mínimo margen de 15 contra 14 votos, con 2 abstenciones. En la segunda el conteo fue de 16 contra 11 con 4 abstenciones. Es muy significativo que mientras se celebraron las votaciones sobre el discutido suplemento Juan Rius Rivera no asistió a las mismas. Y tenía que ser. El estudiante de posición económica desahogada, que abandonó sus estudios y vida cómoda, para regar con su sangre los campos de un país para el que quería su libertad, no podía aceptar que una vez conseguida la misma, esta se viera restringida por la intervención de otra nación en asuntos propios de su soberanía.
El día 18 de agosto de 1901 y en los salones del Gobierno Civil de La Habana, se reunieron un grupo de patricios para solicitar de Tomás Estrada Palma que se encontraba en los Estados Unidos expusiera su programa y puntos de vista sobre los problemas de Cuba, con el fin de que, si los mismos eran satisfactorios para los cubanos, invitarlo a aceptar la nominación para Presidente de la República. En aquel grupo estaban presentes: José Miguel Gómez, Emilio Núñez, Domingo Méndez Capote, Martín Morúa Delgado, Enrique Villuendas y otros más. A propuesta de Manuel Sanguily, se acordó que fuera Juan Rius Rivera quien cursara la invitación a Tomás Estrada Palma. Este último contesta en carta fechada el 7 de septiembre de 1901.
En su respuesta Estrada Palma daba a conocer su programa y entraba a considerar aquellos puntos de mayor trascendencia del momento, tales como la hacienda pública, la deuda contraída con el Ejercito, el Tratado Comercial con los Estados Unidos, etcétera, y apuntaba, refiriéndose a las futuras relaciones entre Cuba y los Estados Unidos: “Debe cuidarse el Gobierno Cubano que la Enmienda Platt, origen de este Tratado, se interprete en todos los casos de la manera más favorable a los intereses de Cuba, a su soberanía e independencia”.
Al siguiente día de haberse discutido aquella carta, el grupo lanzo un manifiesto al pueblo de Cuba recomendando la candidatura de Estrada Palma para Presidente. Dicha proclama estaba suscrita por un nutrido grupo de figuras relevantes, encabezadas por el general Máximo Gómez, general Juan Rius Rivera, Alfredo Zayas y Domingo Méndez Capote.
Tomás Estrada Palma fue electo Presidente de la nación para el primer cuatrienio de 1902 a 1906. Durante ese periodo gobernó al país desarrollando un programa de austeridad y reconstrucción. El general Juan Rius Rivera paso a ocupar la delicada y responsable posición de Administrador de la Aduana de La Habana.
Pero los primeros signos de inquietud comenzaron a manifestarse en el panorama de la política cubana cuando Estrada Palma, al final del término para el que fue elegido, decidió reelegirse para un nuevo periodo presidencial. La noticia produjo malestar en la oposición. Estrada Palma era una persona de avanzada edad que tenía que enfrentarse a los arduos problemas propios de una república en sus inicios y cuya instauración había costado medio siglo de cruentas guerras, can su corolario de pugnas y resentimientos. Varios amigos se le acercaron al Presidente para aconsejarle desistiese en su empeño de reelegirse, pero no lograron persuadirle.
En aquellas circunstancias en que los ánimos estaban caldeados por pasiones desenfrenadas, Juan Rius Rivera fue nombrado Secretario de Hacienda y tal era la confianza depositada en él por el Presidente, que éste le designo, además, como Secretario de Gobernación con carácter interino. Pero no habían transcurrido cuatro meses cuando Rius Rivera le presento su .renuncia a Estrada Palma. Aquellas luchas internas conturbaron profundamente el ánimo del esclarecido boricua y un hondo sentimiento de pesar y desilusión hizo presa de él. El Primer Mandatario se negó a aceptarle la renuncia y al persistir el general puertorriqueño en su decisión de abandonar el cargo, Estrada Palma le nombró Ministro Plenipotenciario en Centro y Sur América.
Encontrándose en el extranjero, agosto de 1906, se desató en Cuba una guerra civil y las fuerzas norteamericanas intervinieron de nuevo, amparándose en la Enmienda Platt. Rius Rivera, quizás presintiendo la continuación de una serie de luchas y agitaciones en su patria de adopción, decidió voluntariamente ir al exilio.
Dieciocho años después de haberse ausentado de Cuba, 20 de septiembre de 1924, moría en la República de Honduras Juan Rius Rivera. Al ocurrir su deceso se encontraba dedicado a sus labores de comerciante, al igual que lo hiciera 47 años atrás al abandonar la isla de Cuba después del Pacto del Zanjón.
Años después de su fallecimiento y tras perseverantes gestiones del Gobierno de Cuba, sus familiares accedieron al traslado de sus restos mortales a la república que sirvió durante medio siglo. Esas preciosas reliquias se encuentran en el Cementerio de Colón, en La Habana.
En Cuba republicana cada una de las seis provincias llevaba el nombre de uno de sus más preclaros paladines de la independencia para nombrar el regimiento correspondiente a cada una de ellas. El distrito militar de Pinar del Río llevaba el del ilustre hijo de Mayagüez: Juan Rius Rivera.
Otros hijos de esta región puertorriqueña también se destacaron en la historia de la Antilla Mayor, unos en la manigua y otros con sus predicas o labor intelectual en favor de ella. Entre los primeros se destacaron, el teniente coronel Juan Ortiz Quiñones, quien, al igual que su coterráneo Rius Rivera, era de los oficiales que intervinieron en las dos guerras, esto es, en la del 68 y la del 95.
Desde joven Ortiz Quiñones salió de Puerto Rico y se avecindó en el poblado de Cambute, en la provincia más oriental de Cuba. Su familia se había dedicado en Puerto Rico a la siembra de café y él continuó en los mismos quehaceres en la hermana Antilla.
Durante la primera guerra se batió en Oriente, dando muestras de un gran arrojo y bravura. Al terminar la Guerra de los Diez Años volvió a su faena cultivando el aromático grano.
Cuando estalló la Guerra de Independencia era propietario de un próspero cafetal y todo lo dejó para incorporarse a las fuerzas insurrectas. Fue uno de los primeros que se unió a los mambises después del Grito de Baire.
En el combate de Saratoga cayó peleando como un héroe, atravesado su pecho por dos balas, cuando ostentaba las insignias de teniente coronel y a las órdenes del general Máximo Gómez. Había salido al frente de un grupo de voluntarios que querían llevar la guerra a Occidente. En la provincia de Camagüey halló la muerte. Por el color de su pelo se le conocía con el nombre de “El Rubio”.
Fueron también hijos de Mayagüez el teniente Epifanio Rivera y los subtenientes Francisco Monge, quien quedó inútil en el ataque al fuerte Ventas de Casanova, Cristóbal Blanch y Leopoldo Muñoz.
Entre el segundo grupo, es decir, el de las figuras intelectuales que ofrecieron su apoyo a Cuba, hay una que merece un capítulo aparte por sus superiores méritos: Eugenio María de Hostos.