Segundo Ruiz Belvis, la educación y un proyecto de colegio para Mayagüez (1865-1867)
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- por Mario R. Cancel-Sepúlveda *
Durante la primera mitad del siglo 19 y bajo el influjo renovador del reformismo y la ilustración, se sentaron las bases de la cultura puertorriqueña. El desarrollo de las instituciones educativas se aceleró y, a pesar de que la isla no contó con ninguna universidad durante el dominio español, desde 1832 abrió sus puertas al Seminario Conciliar de San Ildefonso. En 1858, con el nombre de Instituto Colegio, el mismo se hallaba bajo la administración de los jesuitas.
La preocupación por la educación había aflorado desde muy temprano en el siglo 19 en las mentes más alertas desde Manuel Alonso, Alejandro Tapia y Rivera, José Julián Acosta y Román Baldorioty de Castro, entre otros. Sin embargo, España temía a la educación superior porque esta “producía personas inteligentes sin empleo de ocupación inmediata en los ramos de producción” que acabarían formando un elemento peligroso. El juicio sintetizaba las reservas de las autoridades hispanas con el probable desarrollo de una clase media educada que estuviese el posición de cuestionar el orden colonial dominante. Esta opinión fue una constante de los gobiernos españoles hasta el punto de que Juan de la Pezuela llegó a sostener que la instrucción había sido causa de la pérdida de las Américas y que España quería a su imperio colonial para su gloria y no para su perdición.
La preocupación por la educación entre los criollos liberales se hizo más patente en la década de 1860. En 1864, una circular clandestina del separatismo que anticipaba los hechos de Lares de 1868, criticó el mal estado de la educación en Puerto Rico como argumento justificativo para un alzamiento armado en medio del conflicto dominico-español. En 1865 Messina formuló el que, de acuerdo con el historiador Juan José Osuna, es el primer sistema organizado de instrucción pública de la isla. Como era de esperarse, la educación superior fue relegada. A la vez se agudizó la ya difícil situación de los jesuitas en el Instituto-Colegio cuando éste se encontró sin subsidio real para su sostenimiento, hecho que lamentaba el Obispo Pablo Benigno Carrión. La oposición consistente de numerosos municipios, de las juntas locales de instrucción y hasta de algunos maestros al llamado Decreto Orgánico de 1865, lo inutilizó para todo propósito al cabo de un año.
Ruiz Belvis, Mayagüez y un proyecto olvidado
El 23 de enero de 1866 Ruiz Belvis, por sí y en representación de Ramón E. Betances, Ramón Nadal, Francisco de Paula Vázquez y Rafael Bello, expuso ante los regidores y el Ayuntamiento de Mayagüez reunido en asamblea extraordinaria, la necesidad y conveniencia de establecer un colegio de segunda enseñanza en la ciudad. Argumentaba Ruiz que el Instituto-Colegio ubicado en la Capital, era incapaz de satisfacer las necesidades educativas de la isla y, orientando sus miras hacia el desarrollo socio-económico de la ciudad de Mayagüez, llamó la atención sobre el carácter clasista y discriminatorio del sistema educativo existente y los efectos negativos que producía en las relaciones familiares el hecho de que los jóvenes educandos tuviesen que viajar a Europa o Sur América para conseguir una educación profesional. Desde su punto de vista, aquello convertía al Colegio que aspiraba crear en la ciudad, en una necesidad urgente.
El proyecto se basaba en una evaluación cuidadosa de la realidad colonial y se apoyaba en la divisa de que la educación era una necesidad y un derecho de todos. La cuestión de la necesidad o conveniencia fue ratificada por unanimidad por los miembros de Ayuntamiento. Presentadas las bases del Colegio, fueron también aprobadas unánimemente y enmendadas tan sólo en el sentido de que no se excluyera la enseñanza primaria superior, si por acaso se estimaba en su día oportuno incorporarla a sus estudios.
En enero de 1866, Ruiz Belvis escribió a Román Baldorioty de Castro comunicándole sus planes pero, al parecer, nunca recibió respuesta suya. De inmediato se presentó una lista de ciudadanos que apoyaban el propuesto Colegio. Una revisión detallada del registro de adherentes arroja el siguiente balance. De los setenta y seis individuos (73) que dieron poder verbal para que se expresara su adhesión al plan, dieciséis podían ser considerados sospechosos por las autoridades de la época y por el observador contemporáneo. Son ellos José María Monge, poeta caracterizado por lo acibarado de sus versos y su sátira, arrestado en 1872 durante las elecciones pulidas; Juan Chavarry, Celedonio Carbonell y Manuel María Mangual, arrestados durante el proceso que sucedió a la Insurrección de Grito de Lares; Eladio Ayala, con quien Betances sostenía correspondencia y quien era agente revolucionario; Julio Audinot de Cotto que estuvo en la reunión de “El Cacao” en mayo de 1867 para preparar los actos de 1868, emigró a Santo Domingo a raíz de su arresto por los hechos de Lares y compartió en París con Hostos en sus momentos de crisis y apoyó la decisión de éste último de viajar a Nueva York; José Paradís, el agitador de Cabo Rojo, miembro de la “Sociedad Abolicionista Secreta” de ese pueblo, víctima constante de las diatribas de José Pérez Moris y Luis Cueto en su volumen sobre Lares y figura estrechamente vinculada a Betances, al padre Meriño, a la intentona de 1864 y arrestado durante la persecución a los revolucionarios de Lares; José Antonio Fleytas, Sergio Ramírez, Delfín Soler, Loreto J. de Montalvo y José N. Montalvo, liberales perseguidos a principios de la década de 1870; Francisco Mariano Quiñones, comisionado a la Junta Informativa de Reformas, abolicionista convencido y liberal autonomista; Vicente María Quiñones, expulsado de Puerto Rico en 1867 a raíz del Motín de los Artilleros de San Juan; Eduardo Quiñones en cuya finca en el barrio Río Prieto de Adjuntas se refugiaron partidas de revolucionarios en 1868, entre los cuales figuraron Matías Brugman, Baldomero Baurén alias “Guayubín” y Joaquín Parrilla; y José Arenas que ayudó a Ruiz Belvis y a Betances a escapar de Puerto Rico a mediados de 1867.
Al parecer, el sector liberal realizaba una acción concertada con el separatismo en el territorio de la educación, una preocupación común de ambas tendencias. De los seis proponentes del proyecto de Colegio, tres eran sospechosos: Ruiz Belvis, Betances y Ramón Nadal. Este proceso civil y empresarial es demostrativo del elevado desarrollo en la conciencia política de los separatistas y de un alto grado de creatividad revolucionaria. Ante circunstancias tan apremiantes como las que se vivían en la década del 1860, el separatismo buscaba medios para atraer y acercarse al pueblo. Aquel movimiento poseía una clara conciencia de su función en la sociedad. No era un sector disgregado, sin coordinación ni columna rectora; sus cuadros actuaban organizadamente para obtener beneficios políticos y reformas sociales que dramatizaran la dejadez de España y mejoraran la situación de la comunidad.
En aquel grupo se hallan las raíces de la columna de Mayagüez de 1868. Tal vez pocos dirigentes y militantes persistieron en su empeño. Sin embargo, queda claro que las sociedades clandestinas en Mayagüez tuvieron una historia mucho más larga de lo que tradicionalmente se piensa y que sus actividades fueron más variadas de lo que se supone. En el estudio de las actas del ayuntamiento y otros fondos documentales menores, puede estar la clave para esclarecer otros aspectos de la intrahistoria del separatismo puertorriqueño.
La muerte de un proyecto
El 7 de abril de 1866 comenzó Ruiz Belvis a preparar las finanzas del proyectado Colegio. Ese día escribió al Obispo Pablo Benigno Carrión informándole que se haría cargo de una suma de 900 escudos y sus intereses que debía su padre, José Antonio Ruiz, a la Parroquia de Hormigueros desde hacía más de diez años. Informó que no tenía intención de gravar o hipotecar la hacienda “Josefa” por tan pequeña cantidad por lo que solicitaba se autorizase un préstamo adicional por 3,800 escudos que había “sin destino en las cajas de dicho Santuario.”
El 11 de abril se transmitió la solicitud al Vicario de San Germán y al Cura Coadjutor de Hormigueros. Entre los días trece y quince se ofrecieron las debidas autorizaciones y ratificó el Coadjutor de Hormigueros, Antonio González, la existencia de los 3,800 escudos y que los mismos no eran de necesidad extrema para el Santuario. El 24 de abril se aprobó la formalización de la hipoteca sobre la “Josefa” a favor de la Parroquia de Hormigueros por la suma de 4,000 escudos.
No fue hasta el 28 de agosto de 1866 que se firmó la debida escritura ante el escribano José D. Quiñones y Ramos. Segundo Ruiz pagaría el 5 por ciento de interés anual pagadero los meses de diciembre de cada año. Comprometía Ruiz Belvis una hacienda de 300 cuerdas de caña y pastos con una casa de altos de madera y bajos de mampostería, con un cuartel construido de madera y tejamaní para esclavos, un hospital para los mismos, casa de pailas, máquina de vapor y todo lo comprendido en ella, para convertir en una realidad su proyecto. Esta hacienda contenía además quince carretas, treinta y un yuntas de bueyes y cuarenta y un esclavos de su propiedad que había comprado a su padre Antonio Ruiz.
El nombramiento de Ruiz Belvis como Juez de Paz de Mayagüez y su viaje a la Junta Informativa de Reformas, retrasaron sus gestiones. El proyecto tuvo que ser pospuesto en espera de mejores momentos que nunca llegaron.
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** “Don Segundo”, grabado por Rubildo López Martínez.