Vigencia de la propuesta hostosiana un siglo después
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- por Juan Mari Brás *
Lección magistral dictada por don Juan Mari Brás a los estudiantes de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, el 15 de enero de 1998 y a la Facultad y alumnos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la capital de la Republica Dominicana, el 14 de abril de 1998.
La intervención de Estados Unidos en la guerra Cubano-Española, en 1898, trajo como resultado una clara bifurcación del destino de las Antillas en direcciones contradictorias. Cuba siguió la ruta de la independencia, aunque mediatizada en sus orígenes por la enmienda Platt impuesta por Washington a la primera constitución de esa nación. La República Dominicana ha tenido que debatirse en corrientes diversas de un destino solitario. Puerto Rico ha quedado rezagado por completo de la impetuosa corriente antillanista alimentada en la última parte del siglo pasado por las luchas libertadoras de nuestros próceres de las tres naciones hispanohablantes de este archipiélago caribeño.
A propósito del centenario del '98, quiero traer a la consideración de los universitarios antillanos de nuestras tres naciones, el recuento del esfuerzo realizado en aquel año del fin de siglo diecinueve por nuestro Eugenio María de Hostos para salvar la unidad de las Antillas frente al cuadro desolador que presentaba la intervención yanqui en nuestra patria.
Del 12 de mayo al 16 de septiembre próximos estaremos los puertorriqueños en el vórtice conmemorativo del centenario del trauma del ‘98. Comienza con el bombardeo a San Juan por la escuadra de la Marina de Estados Unidos, que ya presagia la invasión por la bahía de Guánica el 25 de julio, y termina con la muerte en el exilio, en París, del Dr. Ramón Emeterio Betances.
Aquellos cuatro meses determinaron un trauma histórico del pueblo puertorriqueño. Un siglo después, pueden verse los resultados de aquellos sucesos.
Uno de ellos, es necesario reconocerlo para mantener la perspectiva justa, ha sido la aceleración del tránsito de Puerto Rico a la modernidad, rezagada durante todo el siglo XIX por los vaivenes y el anquilosamiento de la política española.
A contrapelo de esa modernización, se ha disparado en espiral la ubicación de Puerto Rico en el mundo de la pobreza, el desequilibrio y la locura. Son indicios de ese rumbo destructivo, entre otros, los siguientes hechos irrefutables:
1. La economía se ha mantenido en continuo estado de sobresalto. Cada cambio de dirección lo han dictado los nuevos dominadores para conducir a nuestra isla a los usos y usufructos que convenga a sus objetivos e intereses circunstanciales. De ahí que en las primeras décadas de este siglo se haya transformado nuestra agricultura, de una fundada en múltiples cultivos y destinada a satisfacer en gran medida las necesidades de consumo nacional, en una basada en el monocultivo y el latifundio cañero.
2. Cuando, en preparación para su entrada a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos decidió convertir a Puerto Rico en bastión militar y base estratégica, se expropiaron los cañaverales para instalar bases aéreas, militares y navales en Aguadilla, Vega Baja, Cataño-Guaynabo, Ceiba, Vieques, Ponce-Juana Díaz y Añasco-Rincón.
3. Los años cuarenta y cincuenta, tras la terminación de la guerra, fueron los del éxodo masivo de migrantes boricuas a Nueva York, y otros destinos en Estados Unidos, forzados por el desempleo y la pobreza. Ha sido una verdadera diáspora, en la que casi la mitad de nuestra población se ha ido fuera del país. Más aun, se ha establecido virtualmente un puente aéreo entre la Isla y el este de Estados Unidos sobre el cuál viaja constantemente en ambas direcciones una alta proporción del pueblo puertorriqueño.
4. Como nunca se ha estabilizado un rumbo económico dirigido a satisfacer las necesidades y prioridades nuestras, y hemos estado brincando de esquema en esquema, diseñados por los grandes intereses extranjeros que tienen en Puerto Rico un productivo mercado cautivo que genera más de 20 mil millones de dólares anuales, la economía se ha vista al borde del abismo en varias ocasiones. La quiebra y el desmantelamiento de empresas sucesivas ha sido una constante de los últimos cuarenta años en Puerto Rico.
5. De lo anterior caímos en la horrible dinámica de la dependencia. Washington tuvo que desplazar múltiples programas con fondos federales - como el PAN, subsidios de renta y ayudas para mantenimiento de infraestructura y muchos otros - que han sumido a una porción significativa de nuestro pueblo en el ocio embrutecedor, la delincuencia y el vicio, agravados por el impacto que ha tenido la subcultura de la violencia yanqui, que si bien en Estados Unidos se mantiene en contención en las márgenes de la sociedad, en Puerto Rico se desborda inconteniblemente y va alcanzando a todas las capas y estamentos sociales.
Ante ese cuadro generador de tantas contradicciones, se han ido polarizando crecientemente en bandos irreconciliables las corrientes sociales y políticas de nuestro país. El punto de definición es el que admonizó Don Pedro Albizu Campos: “O yanquis o puertorriqueños”. Los que levantamos el valor de nuestra puertorriqueñidad, que somos - a pesar de todos los pesares - la mayoría del país, hemos logrado tras un siglo entero de resistencia diversa e incesante, el reavivamiento del espíritu nacional puertorriqueño.
Esa identidad nacional nuestra - que es hoy nuestra tabla de salvación ante la ofensiva anexionista del sector incondicional yanqui, alimentado por la dependencia y su chantaje económico - tiene que volver a lo que fueron las raíces de nuestro movimiento emancipador del siglo pasado. Y sobre todo, a retomar las ideas antillanistas de Betances y de Hostos. Por eso es importante recordar los esfuerzos que en aquel momento crucial realizó Hostos, por encomienda de Betances.
El hilo conductor que trazó el camino de ambos próceres en sus luchas inseparables por las mejores causas dominicanas, cubanas y puertorriqueñas, fue el de la Confederación Antillana.
Quizás el párrafo emblemático que recoge con mayor acierto el pensamiento de Hostos sobre el destino de Puerto Rico unido a las Antillas es el que está en un escrito suyo, fechado en Santo Domingo el 15 de octubre de 1900. Es el siguiente:
Aquellos de entre los puertorriqueños que vean más a fondo el porvenir, seguirán queriendo que Puerto Rico sea un Estado confederado de las Antillas Unidas en un todo político y nacional, y esos puertorriqueños saben ya que ni hoy ni mañana ni nunca, mientras quede un vislumbre de derecho en la vida norteamericana, está perdido para nosotros el derecho de reclamar la independencia, porque ni hoy ni mañana ni nunca dejara nuestra patria de ser nuestra.
No haya duda. Hostos visualizó el destino de Puerto Rico integrado al de las Antillas Mayores. En ese sentido, formó parte de una generación de próceres dominicanos, puertorriqueños y cubanos que actuaron, sobre todo, durante el último tercio del siglo diecinueve, y que incluyó a Máximo Gómez, Gregorio Luperón, Federico Henríquez y Carvajal, Ramón Emeterio Betances, Segundo Ruiz Belvis, Juan Rius Rivera, Sotero Figueroa, Antonio Maceo y José Martí.
Francisco Manrique Cabrera, uno de los estudiosos más acuciosos de la obra hostosiana, afirma lo siguiente en su Historia de la Literatura Puertorriqueña:
De otra parte, ofrece el Diario también la clave más segura para perseguir con fidelidad los módulos del pensamiento político hostosiano cotejándolo con su acción pública. La Independencia de Cuba y Puerto Rico que tanto desvelaba al grande hombre, era paso preliminar para plasmar la Confederación Antillana, y ésta es a su vez indispensable realización para alcanzar el ideal bolivariano de una América unida.
Guiado por ésa, su idea dominante, que era el antillanismo de raíz bolivariana, recorrió buena parte de la América del Sur en la década de los setenta, buscando apoyo para la revolución independentista cubana que siguió al Grito de Yara de 1868.
Cuando se reanudó esa revolución en suelo cubano, luego de la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC) en Nueva York por José Martí, Hostos le escribió, en abril de 1895, desde Santiago de Chile, a Sotero Figueroa, en Nueva York, ofreciendo sus auxilios al nuevo esfuerzo.
Su idea antillanista queda especificada con precisión en carta a Gregorio Luperón, a la sazón en Saint Thomas, desde Santiago de Chile, el 11 de junio de 1895:
¿Qué no toma usted en la dirección del movimiento de las Antillas que Cuba ha vuelto a iniciar, la parte que legítimamente le corresponde como uno de los libertadores americanos?
De usted, probablemente, dependería la constitución de un centro directivo que, de acuerdo con el Comité Revolucionario de Cuba y Puerto Rico en Nueva York o Cayo Hueso, reuniera, organizara y de ahí encaminara las fuerzas y recursos revolucionarios de Santo Domingo y Puerto Rico, y de la emigración cubana en Puerto Plata, y en las islas y tierras circunvecinas...
Si no me engaño, ha sonado la hora de un movimiento general, y es necesario, o secundarlo, o producirlo, a fin: primero, de libertar a Santo Domingo e independizar a Cuba y Puerto Rico; segundo, de combatir la influencia anexionista; tercero, de propagar la idea de la Confederación de las Antillas.
He ahí, en esos tres puntos señalados a Luperón en la carta citada, la síntesis del programa concebido por Hostos como agenda de los libertadores antillanos del fin del siglo diecinueve. Al logro de esos tres objetivos dedicó los siguientes años de su vida, invariablemente, hasta su muerte, ocurrida en Santo Domingo en 1903. Podría verse la carta citada a Luperón como una de naturaleza testamentaria. En otra parte de la misma le dice lo siguiente:
Para mí, que amo tanto a Santo Domingo como a mi propia Borinquen, y que probablemente la elegiré como patria nativa de la mayor parte de mis hijos, para residencia final y sepultura, empezar por la libertad de Quisqueya es tan natural, que no hago, con pensarlo y desearlo, más que un acto de egoísmo paternal; pero, en el fondo de las cosas, es un esencial la libertad de Quisqueya para la independencia de Cuba y Puerto Rico, que si acaso la de Cuba sobreviene sin ella, lo que es la de Puerto Rico y la Confederación, no.
Si su razón, siempre luminosa, le reclamaba el regreso a las Antillas, todavía más aún se lo pedía el corazón. Así lo expresaba él en carta a su íntimo amigo Don Federico Henríquez y Carvajal:
Siempre, desde que me educaba en Europa, allí, en Norte América, en Suramérica, ha sido una verdadera enfermedad para mí el mal de patria; patria como la mía, que se tiende de uno a otro cabo del continente, he podido resistir con la razón, no con el cuerpo ni con el corazón, a las ausencias del suelo, el cielo y el sol de las Antillas.
Movido por la enorme fuerza de atracción que ejercían las Antillas sobre sus sentimientos y querencias más profundas - que al fin y al cabo son los factores más determinantes en la condición humana - reforzada aquélla por el grave convencimiento racional de que en el escenario antillano se estaría definiendo el porvenir de las tres islas al declararse la guerra entre Estados Unidos y España; y, acentuada la decisión por un pedido de Betances, ya moribundo, desde el lejano París, Hostos viaja con su familia de Santiago de Chile a Caracas, Venezuela. Allí se enfrenta al hecho ya consumado de la guerra declarada por Estados Unidos a España. Advierte rápidamente la necesidad de desplazarse a Nueva York. Solamente él, en ausencia del padre de la patria nuestra, podría intentar reconciliar los intereses que ya estarían polarizándose entre las facciones en que se dividía la emigración cubano-boricua.
Betances escribió a Hostos el 7 de junio de 1898, y en esa misiva le decía:
Querido Hostos: Ya debe usted haber llegado a esta fecha al centro de operaciones. ¡Cuánto me alegro! Por desgracia, yo estoy también muy lejos y por mil razones no puedo hacer como usted. Conviene mucho que usted esté allí y que, como yo, haga presión todo lo posible sobre Henna, para que se mueva hasta obtener para Puerto Rico las mismas concesiones, siquiera, que se le hacen a Cuba.
En Nueva York, se entrevista con el Dr. Julio Henna, presidente de la Sección Puerto Rico del PRC, y con Roberto H. Todd, Secretario, y discuten su propuesta de plantear a Washington el envío de una comisión civil de puertorriqueños con las miras señaladas por él en las anotaciones del diario mientras viajaba de Venezuela a Nueva York. Ese mismo día 18, apunta lo siguiente en el diario:
Cuando Todd, que me acompañaba, compró de camino la edición de las diez de la noche del Herald, vi bien que yo he llegado tarde, porque allí se anunciaba la salida de Miles, desde Santiago de Cuba para Puerto Rico, con tres mil hombres y la de Brooks desde Newport y para el miércoles con el resto de las tropas de invasión.
Ya el 20 de julio señala que es:
día muy triste para mí. Desde temprano me telefoneó Henna para decirme que estaba saliendo la primera expedición armada que el gobierno americano envía a Puerto Rico. Como esta expedición va, según el rumor público, a apoderarse de la Isla para anexionársela; y como confirma en parte este rumor el hecho de no haber atendido el Gobierno americano el ofrecimiento de la Delegación puertorriqueña para acompañar en comisión civil al ejército de invasión, es casi seguro que Puerto Rico será considerado como una presa de guerra. La independencia, a la cual he sacrificado cuanto es posible sacrificar, se va desvaneciendo como un celaje: mi dolor ha sido vivo.
Luego de viajar infructuosamente a Washington, por haber coincidido su llegada a la capital norteamericana con el hecho ya consumado de la invasión de Puerto Rico por las tropas del General Miles el 25 de julio de 1898, Hostos aunque deprimido y desesperanzado como en tantas ocasiones anteriores en su vida, reactiva su voluntad en función de serle útil a su pueblo y su causa. Estas seguían siendo las mismas: las Antillas y su libertad y unión eventual, para servir como fuerza de equilibrio a la unidad de América.
En esa dirección es que encamina sus esfuerzos a la fundación de la Liga de Patriotas.
Cuando Hostos lanza el manifiesto de la Liga de Patriotas, en Nueva York, el 10 de septiembre de 1898, el cuadro general antillano ha cambiado. Los cubanos, dirigidos por Tomas Estrada Palma, que fue un colaborador de los afanes imperiales de Washington, aunque no era anexionista, estuvieron dispuestos a aceptar la anexión de Puerto Rico a cambio de la promesa de independencia para Cuba. Los boricuas que integraban la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York se inclinaban, unos a buscar la anexión con Estados Unidos y otros a reclamar un gobierno temporal de Estados Unidos en preparación para la independencia. Betances moría en París seis días después del manifiesto hostosiano. Hostos sabía que a él le tocaba darle un nuevo cauce a la obra del movimiento revolucionario puertorriqueño que había encabezado Betances. La gran limitación del procerato separatista decimonónico había sido su exilio. El fracaso militar de la Revolución de Lares obligó al movimiento a refugiarse en dos vertientes diferentes: la lucha armada en alianza con cubanos y dominicanos - planeada desde fuera de nuestra tierra, y el movimiento autonomista, dentro de la Isla. Esas dos vertientes pudieron haberse encontrado y hasta converger en metas comunes si hubieran madurado más los esfuerzos de una y la otra, encabezados por Betances y Baldorioty, respectivamente. No ocurrió así. La historia tiene dobleces propios que no se determinan por los deseos de sus contemporáneos. Y muchísimo menos por sus coincidencias coyunturales. Solamente cuando todas las partes concernidas logran insertarse acertadamente en una coyuntura dada - lo cual es muy difícil - es que ésta puede aprovecharse a plenitud para alcanzar unas metas comunes.
Hostos logra juntar voluntades de los tres sectores patriotas en que se dividía el exilio boricua en Nueva York. Las tres personalidades que presentan la propuesta Liga de Patriotas, quienes fueron a su vez los tres comisionados que fueron recibidos por el Presidente McKinley en la Casa Blanca ese mismo año de 1898, son el propio Hostos, independentista, Manuel Zeno Gandía, de raíz autonomista, y Julio Henna, anexionista. Lo primero que invocan en su manifiesto original estos tres hombres es su derecho natural de hombres, que no podemos ser tratados como cosas. Debían avergonzarse los que hoy, a título de anexionistas, autonomistas e independentistas, aceptan sumisamente que el Congreso de Estados Unidos pretenda tratarnos como cosas, en la legislación presentada por congresistas que todavía hoy, un siglo después de la invasión de Puerto Rico, continúan invocando los alegados poderes plenarios del Congreso sobre Puerto Rico, a base de la transferencia que hizo España a Estados Unidos de la Isla y su pueblo, como si fuéramos una finca con sus esclavos. Afirman que:
en Estados Unidos no hay autoridad, ni fuerza, ni poder, ni voluntad que sea capaz de imponer a un pueblo la vergüenza de una anexión llevada a cabo por la violencia de las armas, ni que urda contra la civilización más completa que hay actualmente entre los hombres, la ignominia de emplear la conquista para domeñar las almas.
A los efectos de canalizar la conjunción de voluntades que se convoca, se plantea el plebiscito como primera demanda a Estados Unidos.
Debe entenderse con claridad el contexto histórico en que se plantea la demanda de plebiscito. Al momento del manifiesto, Puerto Rico está invadido por Estados Unidos, y se ha impuesto un gobierno militar en la Isla, que abolió el gobierno autonómico vigente al momento de la invasión. Para deshonor de Puerto Rico, los políticos de los dos partidos que compartían el Parlamento Autonómico como mayoría y minoría, dirigidos por Luis Muñoz Rivera y Celso Barbosa, no solo se plegaron a la abolición de dicho parlamento y los fueros autonómicos alcanzados, sino que disolvieron sus respectivos partidos, y el próximo año constituyeron dos partidos, el Federal y el Republicano, a la imagen y semejanza de la política norteamericana, disputándose entre ellos cuál de los dos sería más incondicional a los nuevos dominadores.
La demanda de plebiscito de la Liga era un acto de afirmación nacional. Así lo señalaba Hostos:
...lo que pediremos al congreso de Estados Unidos será, no que nos ponga en aptitud de federarnos o de independizarnos, sino de hacer constar en el plebiscito y por medio del plebiscito, la personalidad de nuestra patria.
Movido por su admiración al sistema de gobierno de Estados Unidos, y confiado en la prevalencia de los principios fundamentales en que se estableció la república norteamericana y la constitución de esa nación, Hostos puso todo el énfasis de sus argumentos en la viabilidad del planteamiento ético y jurídico del derecho de los puertorriqueños a ser tratados como iguales, y como pueblo con plenos derechos, por los gobernantes de Washington. Sugirió la primera experimentación jurídica al plantearle a los integrantes de la Liga la posibilidad de incoar una acción judicial en Washington, impugnando el tratamiento de Puerto Rico como mero botín de guerra.
Insistió en la necesidad de una intensa y extensa campaña educativa por parte de la Liga para sacar a los puertorriqueños del analfabetismo y la ignorancia. Para eso, sometió un plan de creación de escuelas nocturnas y de conferencias auspiciadas por institutos municipales patrocinados conjuntamente por la Liga y los municipios.
Los políticos de los partidos creados al amparo del régimen militar no quisieron darle respaldo al plan hostosiano de la Liga de Patriotas. Pero sus trabajos y predicas de un año entero en la Isla rindieron frutos. Los propios Henna y Zeno Gandía se indignaron tanto con la prepotencia que demostraban los gobernantes de Washington respecto a Puerto Rico que hicieron manifestaciones públicas en Nueva York recabando la independencia para Puerto Rico. Hostos lo menciona en carta que dirige a ambos desde Mayagüez el 18 de junio de 1899, diciéndoles: “A juzgar por lo que dice The Herald, ustedes han llegado en su indignación al extremo de hablar de independencia y han hecho bien.” En esa misma carta, les reitera la importancia de la reserva de plebiscito para Puerto Rico.
Más adelante les insta a que comiencen “por demostrar la incompatibilidad de intereses comerciales que hay en Puerto Rico y Estados Unidos. A estos conviene el libre cambio con la Isla, y a la Isla también, pero no limitado a Estados Unidos, quienes, cohibidos en su política económica por la diversidad de intereses entre los estados federales, querrán siempre limitar el “open door” al comercio de Puerto Rico con Estados Unidos y nada más. Como los opuestos a la expansión territorial son, con las gloriosas excepciones de los hombres de doctrina, los mismos que se han opuesto siempre a las restricciones fiscales del comercio, no es muy difícil hacer comprender a la oposición parlamentaria, que indefectiblemente llegara un día en que las necesidades comerciales de Puerto Rico le harán desear romper el vínculo federal, si por acaso llegue a anudarse; y que, por lo tanto, mejor es evitar el rompimiento, reduciendo a quince o veinticinco años el gobierno temporal de Estados Unidos en la Isla, que provocar una lucha innecesaria.”
A ustedes les costará menos hacer completamente suya esta idea del gobierno temporal, pensando en que es la idea dominante en el Senado, en que la ha expresado McKinley antes que nadie, y meditando en la disparidad inevitable de intereses económicos de una isla y un continente.
Hostos se establece en su Mayagüez natal en la esperanza de poner a funcionar aquí el plan educativo de la Liga de Patriotas, estableciendo un Instituto Municipal y una escuela nocturna para trabajadores. No lo respaldan ni el gobierno militar ni el municipal de Mayagüez. Apenas logra dictar veintitrés conferencias nocturnas en el viejo teatro municipal de la Calle Méndez Vigo. La escuela que intenta establecer en la vieja estación agronómica de tiempos de España (donde está en la actualidad la Escuela Asenjo, en Balboa), no logra la matrícula necesaria porque los residentes de la ciudad la consideran muy lejos para enviar a sus hijos a la misma.
Coinciden sus múltiples problemas y decepciones con la caída en República Dominicana de la tiranía de Heraux (Lilí), y la restauración del gobierno democrático por un grupo de sus antiguos discípulos, que reclaman su presencia en Santo Domingo para hacerse cargo de la importante tarea educativa del nuevo gobierno. Él confiesa a Don Horacio Vázquez, presidente de la República, lo siguiente:
La patria se me escapa de las manos. Siendo vanos mis esfuerzos de un año entero por detenerla, el mejor modo de seguir amándola y sirviéndole es seguir trabajando por el ideal, que independiente Cuba y restaurada Quisqueya en su libertad y en su dignidad republicana, ni siquiera es ya un ideal, tan en la realidad de la historia está la Confederación de las Antillas. Hacia ella, por distinto camino, ya que así lo quieren la mayor parte de sus hijos, caminará Borinquen, aunque su generación actual no comprenda que ese es el porvenir positivo de las Antillas y que a él asentiría desde ahora el nobilísimo pueblo americano, si se le probara, como yo quería le probáramos, que el lógico propósito de nuestra vida es, como debe ser, constituir una confederación de pueblos insulares que ayuden a los pueblos continentales de nuestro hemisferio a completar, extender y sanear la civilización, a completarla dando a la rama latina de América la fuerza jurídica que tiene la rama anglosajona; o extenderla, llevándola a Oriente a sanarla, infundiéndole el aliento infantil de los pueblos nuevos.
A ese propósito sagrado contribuirá en las Antillas cualquier Antillano que empiece por amarlas a todas como su patria propia.
Ya en Santo Domingo, en sus frecuentes colaboraciones para La Correspondencia de Puerto Rico y otros periódicos en San Juan y Mayagüez, vierte su enorme decepción con la actuación de Estados Unidos con Puerto Rico. Dice:
En vez de un plan de gobierno que habría americanizado a Borinquen en cuanto el americanismo es un bien, y la habría preparado para ejercer eficazmente su independencia en la vida de relación con los demás pueblos de la Tierra, McKinley y el sindicato político que no ven más allá de la continuación del Partido Republicano en el poder, no vieron otra cosa en Puerto Rico que el campo de explotación que creían dar a la codicia de sus parciales o a la vana gloria del vulgo americano. ¿Eso es bueno?
Más adelante, admoniza así a los puertorriqueños:
En cuanto a la justicia que el pobre pueblo puertorriqueño se ha puesto en el caso de pedir a los nuevos dominadores que se ha dado, jamás la conseguirá, si consiente tratarlos como dominadores; pero si se resuelve a tratarlos de pueblo a pueblo, y piensa, habla y procede como pueblo; y como pueblo lastimado en su derecho, burlado en su confianza, herido en su dignidad, infaliblemente llegara un momento en la política americana en que el clamor de la Isla convenga con alguna gran necesidad nacional de Estados Unidos, y el fuerte oiga al débil.
¿Habrá llegado ese momento, profetizado por nuestro pensador de mayor capacidad profética, en este año del centenario de la invasión de Estados Unidos, y de la fundación de la Liga de Patriotas?
En gran medida, la contestación a la pregunta anterior dependerá de cuanto provecho logremos sacar los puertorriqueños de hoy a la esencia de las ideas hostosianas; y en particular las que el propagó ampliamente en los años del 98 al 1902 con relación al problema colonial de Puerto Rico.
Hay disponibles innumerables materiales, algunos de los cuales están inéditos, que ensancharan el aprovechamiento colectivo de las enseñanzas hostosianas. Y hay también un amplio espectro del mundo intelectual, profesional, obrero, estudiantil y cívico, que está abriéndose aceleradamente a la búsqueda de nuevas fórmulas de consenso para encarar el más grave problema que tiene el Puerto Rico contemporáneo, que es sin lugar a dudas el de la disfunción social de un sector creciente del pueblo, enajenado por la combinación de deformaciones que crean la dependencia, el desempleo, el tráfico y consumo de drogas, el embrutecimiento que propicia la subcultura de la delincuencia y la devaluación de la política hasta convertirse en pugna estéril entre bandos irreconciliables, que aquí y ahora se confunden con los partidos políticos.
Hemos propuesto a los puertorriqueños examinar la vastedad de temas de hoy que tienen relación con propuestas específicas de Hostos y de su Liga de Patriotas, hace un siglo. Entre estos, sin pretender agotar la enumeración, podemos señalar los siguientes:
1. La vinculación entre las enfermedades sociales diagnosticadas por el propio Hostos, y por Zeno Gandía, en sus Crónicas de un Mundo Enfermo - entre otros - y como éstas se relacionan con el sistema de dependencia colonial que sufre Puerto Rico como una constante de su historia desde el llamado descubrimiento hasta nuestros días;
2. La visión integradora del plan hostosiano esbozado en sus presentaciones sobre la Liga de Patriotas, de la atención de problemas sociales y de enfrentamiento al problema político básico de definir nuestra personalidad nacional; y examinar tal visión integradora en comparación y contraste con los planteamientos que han hecho a lo largo del siglo los políticos del patio, en diferentes maneras y formas, de que el llamado problema de status debe verse separado del resto de los problemas políticos, sociales y económicos que afronta el país;
3. La fórmula de unidad, respetando la diversidad, que planteaba la Liga de Patriotas, en su empeño por dar cauce a un reclamo de todo el pueblo frente a la dominación norteamericana; y su comparación y contraste con los procedimientos que han experimentado los partidos políticos a lo largo del siglo, y sus resultados;
4. La idea hostosiana de la confederación antillana y de la función que tal desarrollo tendría en el equilibrio americano; y sus posibilidades en el mundo de hoy, de cara a la presente tendencia a organización de unidades económicas regionales y, en general, a la mundialización de la economía;
5. El grado en que tiene vigencia y la admonición hostosiana de que los destinos políticos de Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico están inescapablemente unidos por una especie de determinismo geográfico-histórico; y si es viable, en el futuro cercano, un reacercamiento de las tres islas que junto a Jamaica forman el archipiélago de las Antillas Mayores, y cuáles serían las consecuencias y alcances de tales re-acercamientos.
La firme convicción de Hostos sobre lo inevitable que será la unidad antillana se refleja en estas palabras:
En las Antillas Mayores hay el esbozo de una nacionalidad tan natural por inasequible que hoy parezca, y aún por invisible que sea a tardos ojos, que en ninguna otra ha hecho la naturaleza tanto esfuerzo por patentizar su designio. Cuba, Jamaica, Santo Domingo, Puerto Rico, no son sino miembros de un mismo cuerpo, fracciones de un mismo entero, partes de un mismo todo.
El grupo que constituyen es tan homogéneo, que para ser en la historia lo que son en la geografía, les bastará organizarse según la naturaleza, constituir políticamente la clara nacionalidad que intrínsecamente constituyen.
A eso se irá, a eso habrá que ir por la fuerza de las cosas, y el día en que a eso llegue la sociedad de las Antillas formará en los tiempos venideros una nacionalidad de un carácter semejante y tan poderosa y tan prepotente y tan viva y tan insinuante en la civilización universal, como aquella sociedad helénica que, en la cuna de las sociedades europeas, ocupó en el mundo antiguo una posición geográfica y comercial que en el mundo moderno no tiene más que las Antillas.
Tal es la envergadura histórica y el alcance, profético o poético - como quiera llamársele - de la propuesta hostosiana sobre las Antillas. Dominicanos, cubanos y puertorriqueños - tanto los que residimos en las Antillas como los que están en la emigración - debemos retomar la idea antillanista de nuestros próceres decimonónicos, adaptarlas a las necesidades y posibilidades del nuevo milenio que ya pronto va alborear con la llegada del siglo XXI, y reconstruir nuestra unidad, que será indispensable no sólo para nuestros pueblos y su inserción en las corrientes de la postmodernidad, sino para toda la América Nuestra, la que visualizó Bolívar como la gran patria americana, cuando en su Carta de Jamaica preguntaba, ¿no son americanos estos pueblos insulares? ¿No aspiran también a la libertad?
Tal podría ser la agenda libertadora de nuestros pueblos, a un siglo del último aliento que le dio el esfuerzo hostosiano de la Liga de Patriotas.
* Del libro “Abriendo caminos” de Juan Mari Brás, Editora Causa Común Independentista, San Juan, Puerto Rico, 2001. Esta publicación puede adquirirse en la página de la Fundación Juan Mari Brás en este enlace.