Hostos y Martí
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- por Antonio S. Pereira
Por su interés, publicamos el artículo “Hostos y Martí” de Antonio S. Pedreira, que fuera publicado en el primer número de “Hostos: Revista de Letras, Arte y Ciencia” en San Juan, Puerto Rico, en septiembre de 1928. Pedreira califica este texto como “fragmentos de un estudio”.
He aquí dos grandes figuras antillanas, vinculadas por el mismo pensamiento político, ardorosos defensores de la misma causa, que en un futuro no lejano cuando se conozca mejor la vida y la obra de Hostos habrán de compartir el fallo apreciativo de la posteridad. José Julián Martí (1853- 1895) es el cubano que más se acerca a Eugenio María de Hostos (1839-1903) por ser su hermano en ideales.
Hombre talentoso y desinteresado como Hostos fue también noble peregrino que recorrió la América en campañas históricas, llamando con la piedra del patriotismo en las conciencias dormidas de nuestros hermanos. Como Hostos, se sostuvo también de su pluma de periodista, de su vocación de maestro; en New York, los dos fueron traductores de la casa Appleton; los dos atravesaron tiempos difíciles, aunque a veces Martí se amparó en representaciones diplomáticas de algunas repúblicas hispanoamericanas que le pusieron a cubierto de la miseria que escoltaba Hostos.
Ambos se complementan en la perenne persecución del mismo propósito y en la activa y constante propaganda de la causa que no admitió desesperanzas, ni desmayos, ni alteraciones. Fortalecen por el optimismo de sus ejecutorias, por las predicas del ideal, aún en las más graves crisis de la época, cuando al imposible y la desgracia parecían poner en peligro toda iniciativa, donde la indiferencia general amenazaba de tumba todo esfuerzo, donde las fuerzas contrarias y al parecer superiores a las de ellos, eran vasalladoras, donde todo movimiento revolucionario era una segura anticipación de olvido, de fracaso o de muerte. !Y sin embargo… Con que entusiasmo tesonero lo predicaban siempre, con que ilimitado optimismo lo mantuvieron latente en el corazón del pueblo, a pesar de las persecuciones, a pesar de los destierros, a pesar de sus hambres, de la ingratitud de sus conciudadanos…!
Sí, fuerza es decirlo: aquella falta de cooperación que siempre encontró Hostos en Puerto Rico, aquella manera cómoda de rechazar sus ideas por imposibles, llamándole “soñador” delirante, es la misma que confrontó Martí en Cuba, y que nos describe el periodista madrileño Julio Burell:
“Muchos años después, (de haberlo visto en España) yo preguntaba por él a los jóvenes diputados autonomistas de Cuba, a Montoro, a Figueroa, a Giberga… Sonreían con indulgencia. ¡Bah! Marchó de Cuba… No tenía fuerza… No le hicieron caso. Y allá en Nueva York publica una hoja separatista. Pero el separatismo es una extravagancia. El pobre Martí es hombre muerto…”
!Martí era hombre muerto! !Como lo era Hostos para Puerto Rico! Hostos y Martí tuvieron las mismas ideas políticas, los mismos principios libertadores, los mismos escenarios para predicarlos, y las mismas esperanzas para amarlos. Tocados de idéntica visión que el Libertador, pensaron en una confederación de pueblos hispanoamericanos para cuya realización era necesario en primer lugar, obtener la independencia de las Antillas: no de Cuba, ni de Puerto Rico únicamente, sino de todas. “Las Tres Antillas – decía Martí, - han de salvarse juntas o juntas han de perecer” y ambos se fijaron en Cuba como punto principal y ventajoso a la realización de este ideal. De ahí las campañas de Hostos que ya conocemos, de más alcances y de mayor difusión que las de Martí.
“Se puede afirmar - asegura S. Figueroa - sin temor a ser por nadie desmentido, que ningún cubano propagandista hizo tanto por Cuba como el antillano Eugenio María de Hostos”.
Martí pasó por el Ateneo de Madrid sin dejar recuerdo ni huella. Hostos sacudió a las multitudes del Ateneo con su palabra olímpica, demandando justicia para las Antillas, apostrofando a los mismos directores de la República que se negaron después de prometérselo, a reconocer nuestro derecho a gobernarnos. Conocidas son sus luchas por todas las provincias españolas, con el único pensamiento de obtener la justicia ofrecida por los republicanos de España. Agotados todos los recursos del patriotismo pacífico, abrazó el patriotismo revolucionario, después de haber lanzado un valiente manifiesto separatista. Esto ocurría por el año 1868, precisamente cuando Martí se iniciaba en su apostolado, a raíz del pronunciamiento de Céspedes que la historia de Cuba conoce con el nombre de Grito de Yara, octubre 10 del 1868. Cuando Martí tenía 10 años (1863), Hostos ya pedía la independencia para Cuba, sin conocerla. Entraba pues Martí, en sus 16 años, cuando, (después de haber jurado dedicarse a la causa de la cual Hostos era viejo paladín) fue desterrado por un consejo de guerra a la Isla de Pinos. De aquí pasó a España donde termina sus estudios en 1873, mientras Hostos se anticipaba en la propaganda política, en París, en Nueva York, en las Antillas, y en la repúblicas suramericanas.
De 1875 a 1878 encontraremos a Martí, viajando por Europa y América; luego, de periodista en Méjico donde contrae matrimonio, y más tarde maestro en Guatemala, siempre combatiendo hasta que en 1878 al firmarse la paz del Zanjón vuelve a Cuba a abrir su bufete de abogados, y a conspirar más tarde en favor de la causa separatista. De 1869 al 1878 encontramos a Hostos multiplicándose en la activa propaganda allá en Nueva York, y en Chile, Perú, Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela, Santo Domingo y cuando en 1878, después de quince años de lucha en los preparativos de la Confederación Antillana, le sorprende en Saint Thomas el desgraciado pacto del Zanjón, el gran patriota, abatido de desengaños, desesperanzado por tan terrible golpe, ancla en Santo Domingo, funda allí su hogar, para recobrar fuerzas y volver más tarde a las andadas.
Es después de ese pacto, y en su segundo destierro que Martí despliega la mayor actividad de su vida, dándose como nunca en cuerpo y alma a la consecución de su ideal. Hombre de carácter decidido, valiente, heroico, templado como Hostos para las desgracias, fue cerebro y director del Partido Revolucionario Cubano en Nueva York para el cual redactó las bases y fue el verbo hecho carne, el espíritu hecho fuego, la vida hecha inspiración y ejemplo para sus otros compatriotas que flaqueaban. Martí sostuvo el ideal en momentos de crisis; va a Santo Domingo en 1893 a buscar a Máximo Gómez, ese quisqueyano extraordinario que libertó a Cuba, y no conforme con las expediciones de insurrectos que ya había enviado, cuando en el 1895 estalla el último movimiento separatista de Cuba, embarca hacia ella desde los Estados Unidos, y dos meses después muere en la batalla de Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895.
Muerte imprudente por cierto que aminora el entusiasmo admirativo, si descartamos el exceso de patriotismo que la provocó. Tampoco Hostos como Martí, se conformó con ser un cerebro de la independencia sino que quiso ser brazo, uniendo la acción a las ideas, como veremos más adelante. Gracias a Dios que para bien de su obra futura, el mar le puso vallas, impidiendo con el naufragio, que fuese a estorbar imprudentemente la trayectoria de una bala perdida. Tal vez si hubiese muerto en un combate oscuro, tuviera hoy la gloria que se le debe. Pero no fue así. Su vocación militar torcida por sus padres, no volvió a atraerle en sus años posteriores.
En esas propagandas de acciones valerosas en que convergen ambos (aunque iniciados en distintas épocas) está reconcentrada la homogeneidad del pensamiento político de estos dos hombres. No eran puertorriqueños, ni cubanos, ni siquiera antillanos: eran continentales que peleaban por Cuba “para asegurar con la nuestra la independencia hispanoamericana”, como decía Martí.
“Desaparecido Martí el vidente extraordinario, y Betances, el abnegado evangélico, Hostos resumió toda la veneración de esos excelsos apóstoles de la Buena Nueva, que caen triunfando”.
En lo que atañe a otros aspectos de sus vidas, se diferencian por cuestiones de temperamento, de estudio y finalidad. Martí, intransigente y exaltado, era fogoso en la palabra, centelleante en la prosa, lírico con los conceptos. De ahí su aspecto poético que Hostos no llegó a desarrollar, y el ritmo de su fecunda producción literaria. No tuvo la clarividencia de Sarmiento, ni la penetración de Hostos al estudiar nuestros problemas; su obra está llena de páginas momentáneas, emocionantes y febriles como su vida dinámica, que le convierten en escritor brillante y sugestivo. Hostos, más preocupado que Martí en nuestro desbarajuste social, ahondó como ninguno en las raíces de nuestros males, y más Maestro que Martí los expuso en una prosa serena, grave, disciplinada, sin los esmaltes propios del retardado Romanticismo ambiente.
Son páginas didácticas y hondas las suyas, llenas de la fijeza y precisión a que le obligaba la sobriedad de su método. No tenía tiempo ni condiciones para el lirismo, aunque no dejó de ensayarlo en artículos literarios. Martí es más literato, Hostos, más científico. Cuando hablan en las tribunas públicas, uno conmueve y arrebata con la emoción desbordada en párrafos candentes, recargados de imágenes brillantes, y el otro emociona y convence con la elocuencia de los razonamientos reposados, firmes, incontrovertibles. Martí es el orador; Hostos el conferenciante.
No solamente Martí cede a Hostos en la meditación, en el orden consecutivo, en la lógica del horror, sino también en la clarividencia del estadista en la total comprensión de los problemas sociales y constitucionales de Hispanoamérica. Le ha dado por los serios estudios de su adolescencia, por la detenida y rica observación de su virtud nómada, por su contextura moral y su amor a la investigación, dejó una obra perdurable, llena de provechosas orientaciones. Martí cede a Hostos en estas campañas civilizadora, porque Hostos fue más educado, más analista, más razonador que él. Pero Hostos cede a Martí en sencillez, en color, en expresión entusiasta y contagiosa: era un maestro de la prosa.
Martí, que tampoco conocía el odio, a pesar de los perros que le mordían las plantas, fue, civismo hecho acción, el director patriótico de las muchedumbres, el caudillo encendido en sagradas rebeldías, que aun reconociendo “la falta de preparación del pueblo, la dificultad de nuestras guerras de independencia, y lo lento de su eficacia” en un arranque de lamentable patriotismo fue a dar su vida en defensa de su ideal.
Así, estos dos hombres que apuraron amargos sacrificios sin conocer el pesimismo. Espíritus conscientes de su deber, amaron a España en todos sus elevados aspectos para combatirla tenazmente en uno: en el político. Admiraban lo grande, lo noble, lo digno que existe en la República Norteamericana, sin dejar de criticar sus deficiencias y sus errores. Al par señalaban para ejemplo sus instituciones democráticas y su admirable armonía económica y política, advertían al pueblo de sus nocivas influencias en otros aspectos de su reciente política de expansión que tanto les preocupaba por amenazadora. Sus profecías se van cumpliendo. No predicaban hostilidad ni odio: señalaban, advertían, despertaban con alertas cívicos. ¿Se quiere mentes más amplias y mejor encausadoras de la opinión pública?
Tales fueron estos dos luchadores, fuertes, conductores de pueblos, sembradores de altruismos relampagueantes, incansables y recios, indomables y valerosos, dignos de perpetuarse en bronce, a cuya sombra inspiradora debiera ejercitarse la juventud de América.