Cómo se celebraba el Carnaval en Mayagüez
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- por Carlos Alers
Carlos Alers publicó esta crónica en el segundo número de la revista Mayagüex de la Mayagüez High School, en 1938. El Sr. Alers fue miembro de la Clase de 1939. Por la curiosidad que despiertan tanto los datos que en ella se aportan, como el estilo con el que se presentan hemos decidido publicarla en nuestro portal.
Después de una amena entrevista con el ilustrísimo caballero, el señor Juan A. Monagas, fuimos honrados con la información, amplia y sustanciosa, que publicamos acerca de las Fiestas Carnavalescas que forman una parte importantísima de la historia de esta bella Sultana del Oeste.
Desde tiempos muy remotos, en Mayagüez, como en todas las poblaciones de Puerto Rico, era costumbre celebrar las Fiestas Carnavalescas en forma bastante inculta por cierto, toda vez que los procedimientos puestos en práctica consistían en ensuciar a los viandantes con arena, negro humo y azul de ultramar; usándose además de un modo intensivo el agua en tal forma que no se podía pasar por debajo de los balcones; además de esas costumbres incultas había otra no menos ruda que las anteriores que consistía en recoger en las dulcerías y casas privadas, todos los huevos que se consumían durante el año, llenándolos unas veces de agua de canela y otras de sustancias fétidas para usarlos durante los tres días del Carnaval a manera de proyectil, sin tener en consideración el daño que en determinados casos recibía la persona que tenía la desgracia de ser blanco de un cascaronazo. Estos huevos se vendían de una manera escandalosa.
Allá para 1902 a 1903, próximas a celebrarse las Fiestas Carnestolendas, José Cid, español, vino a Mayagüez siendo portador de una gran cantidad de pertrechos carnavalescos consistentes en disfraces, papelillos, serpentinas, y caretas. Para anunciar su mercancía, el domingo anterior al lunes de Carnaval adornó uno de los primitivos coches que para tan remota fecha había en la ciudad de este modo su primera exhibición para la Sultana del Oeste.
Alguien dijo que el señor Cid había venido no con el fin de vender su mercancía sino de enseñar a los mayagüezanos a jugar carnaval al estilo europeo.
Tales manifestaciones dieron, levantaron y estimularon el patriotismo y cultura de los mayagüezanos; y una tarde, reunidos los señores Enrique San Millán, Eugenio Bonilla Cuebas, y Juan A. Monagas, acordaron demostrar al domingo siguiente en la exhibición verificada por el señor Cid que los mayagüezanos no necesitaban que viniera nadie de afuera a enseñarles a jugar carnaval al estilo europeo, y resolvieron exhibir una carroza que consistió en una fragata de guerra admirablemente ocupada o tripulada por treinta bellísimas señoritas de la sociedad mayagüezana, llevando dicha fragata en su Santa Bárbara todo el material indispensable para el mayor éxito de la exhibición que se intentaba hacer.
Fue tal el triunfo de la exhibición, el propio José Cid detuvo la fragata y a voz en cuello proclamó la cultura mayagüezana.
Las manifestaciones de José Cid que provocaron la exhibición de la fragata de guerra, que llevaba por título La Voz de la Patria, fue, en honor a la verdad, la generatriz de los carnavales que tanto nombre dieron a la ciudad de Mayagüez en fechas ya pretéritas. Es muy sensible que después de haber llegado a la altura a que llegaron aquellas inolvidables paradas carnavalescas desaparecieran sin que podamos determinar sus causas.
Bueno es hacer constar que para aquellos remotos días Mayagüez había conquistado por su cultura, y no sin razón, el envidiable título de La Atenas Puertorriqueña, por residir en la ciudad una pléyade de ciudadanos educados todos en las universidades de París, Roma, Londres, Berlín, Madrid, Barcelona y Estados Unidos, entre los que figuraban el Dr. Font y Guillot, el Dr. José de Jesús Domínguez, el Dr. Benito Gautier, el Dr. Martín Travieso, los Lcdos. Arnaldo Sevilla, José de Guzmán Benítez, Rafael Monagas, Mariano Riera Palmer, Juan A. Monagas, los Doctores en cirugía dental Eugenio Bonilla Cuebas y Narciso Tolosa; los ingenieros Osvaldo Báez, Ortiz Répiz y varios letrados, a la cabeza de los cuales estaba el dulce bardo Manuel María Sama. Este grupo de intelectuales acogió con beneplácito la idea de la celebración de los carnavales europeos iniciados por La Voz de la Patria, consiguiendo que las sociedades Casino de Mayagüez y Centro Español prohijaran las fiestas y contribuyeran al clamoroso éxito que alcanzaron.
Importantísimo papel jugó en estas festividades un miembro de la colonia italiana que respondía al nombre de Santiago Caíno. En el establecimiento de éste se celebraban los escrutinios para la elección y proclamación de la señorita que había de ceñir la corona de la reina de la fiesta. Iniciada así la temporada carnavalesca, los comités que la dirigían establecían siempre tres premios para las carrozas artísticas, mitológicas e históricas, y otros tres premios para la máscara más original, la más fiel a la historia y la más caprichosa. Esta designación de premios, como es de suponer, daba lugar a que en el intervalo comprendido entre una y otra fiesta, los que se disponían a tomar parte agudizaron su intelecto a fin de producir carrozas que se ajustarán a los premios ya indicados. Fue tan grande el entusiasmo despertado, en la última parada carnavalescas se exhibieron dieciséis carrozas elegantemente preparadas todas, multitud de coches primorosamente adornados, mascaradas en consideración; resultando aquellas fiestas, a juicio de los intelectuales que habían tenido la oportunidad de educarse en las universidades europeas, dignas de parangonarse con cualquiera de las soberbias paradas celebradas en París, Roma y Madrid, centros estos donde verdaderamente se hacía derroche en estos días de tradiciones carnestolendas.
Es muy sensible, como anotamos en líneas anteriores, que la Sultana del Oeste, que llegó por sus esfuerzos culturales a ponerse a la cabeza de las Fiestas Carnestolendas que se celebraban en la isla de Puerto Rico, dejara decaer aquellas memorables fiestas; pero afortunadamente, parece que con la exhibición de la carroza premiada el pasado año en las Fiestas del Carnaval Ponce de León se ha despertado el entusiasmo nuevamente, y ojalá así sea, no sólo en bien de la cultura mayagüezana, sino de los obreros que se utilizan en trabajos manuales en estas fiestas, así como del comercio, que recibe innumerables beneficios.