De Lituania al Pulguero de Mayagüez
- Detalles
- por Delvis Griselle Ortiz para MSAM
Arrullado por las olas que se entregan a la orilla de la playa, amanece poblado de esfuerzos y esperanzas el pulguero de Mayagüez. Cada domingo desde antes que salga el sol, decenas de comerciantes se dan a la tarea de montar sus mesas y tereques, para ofrecer una gama de productos.
Amanece y empieza el sonido de la oferta: “compra el plátano barato, tu película favorita está aquí, ñamecito de San Sebastián acabadito de cosechar, lleva la orquídea o la rosa…” y la demanda: “¿En cuánto me dejas este serrucho? ¿Tienes mi numerito de la lotería? Dame tres empanadillas de maíz rellenas de bacalao y un café bien cargadito. ¿Esta lista la gandinga?, dame un vasito.
Entonces según levanta el sol, van llegando los parroquianos. La hermosa luz que puebla la mañana se mezcla con los olores a bacalaítos fritos, alcapurrias y gandinga. A esto se une la música, la palabra, las pisadas y se arma la fiesta. Ves a las personas caminando arriba y abajo comprando verduras y llenando de colorido el espacio.
Todo es mágico allí, cerca del malecón. Lo mejor es ese encuentro entre personas que hacen cuentos, intercambian ideas, se besan y se abrazan mientras curiosean y compran y compran de todo lo que se ofrece. Desde tornillos hasta zapatos y juguetes.
Es maravillosa la oferta culinaria. Las frituras de maíz rellenas de bacalao son un poema, sobre todo porque las trabajan una abuela con sus nietos. Abuela, ¿Cuánto le falta a las frituras de bacalao y los rellenos de papa? Saliendo ya mismo. Todo es ternura en ese equipo de trabajo.
Donde quiera que te pares el café es divino y los jugos naturales también. Si eres asiduo como mis padres, haces amigos. A mi padre le guardan el numerito de la lotería, a mi madre las orquídeas. Doña Ana una hermosa mujer madura que trabaja un puestito de viandas y vegetales abraza a mi madre como si fuera de su familia. Conversan, se cuentan las penas, se ríen como niñas traviesas.
Allí he tenido encuentros con gente maravillosa, como maestros de mi infancia y ex compañeros periodistas muy apreciados.
En medio de todo este ambiente de franca camaradería y paz ocurre más.
Hace unos meses salíamos mi esposo y yo muy temprano de casa de mi suegra cuando esta nos advirtió que visitáramos a una parienta suya que tiene un puesto en el pulguero.
Llegamos tempranito como de costumbre y de inmediato fuimos a cumplir con la encomienda de mi suegra. Mientras mi esposo cumplía su misión, me percaté que había del otro lado tres mujeres jóvenes evidentemente extranjeras. Las escuché hablar inglés pero no me parecieron norteamericanas. Decidí preguntar. La respuesta fue: somos de Lituania. Ya sabía yo que venían de lejos. Me emocionó el encuentro. La cabeza se me llenó de preguntas. ¿Qué hacen por este rumbo? ¿Por qué decidieron viajar a Puerto Rico? ¿Viajan “backpacking”? ¿Cómo encontraron este lugar? ¿Les gustaron los bacalaítos, las alcapurrias y el café? ¿Y nuestra gente que les ha parecido?
Sus nombres: Kristina, Karo y Modesta, todas en sus veintitantos. Soportaron gentilmente el bombardeo de preguntas.
Estaban encantadas con la isla. Hacía dos semanas que habían aterrizado aquí. Ciertamente viajaban “backpacking,” (o sea, con mochila en la espalda). Exploraron el planeta en internet, les llamó la atención el caribe y escogieron Puerto Rico. Acamparon en Culebra y su estadía allí les fascinó. Luego recorrieron la isla de norte a sur y de este a oeste. Esa mañana paseaban sin rumbo por Mayagüez. Al pasar frente la pulguero les llamó la atención lo pintoresco del lugar y decidieron entrar para buscar algo que desayunar. Saborearon el café, bacalaítos y alcapurrias. Había que ver sus caras.
Cuando les pregunté por el paisaje dijeron que nuestra isla es realmente bella. Sin embargo el recuerdo más hermoso que llevan de esta aventura es nuestra gente. Al preguntarle qué fue lo mejor de su visita coincidieron que los boricuas.
Entonces Kristina me explicó: “Hemos recorrido toda la isla y solo hemos dormido en hoteles tres noches, simplemente porque donde hemos conversado con gente nos han dicho a un hotel no, vengan a nuestra casa. Hemos dormido la mayor parte de nuestro viaje en casas de los puertorriqueños que gentilmente nos han acogido”. Sonrió con ternura.
Me emocioné hasta las lágrimas, de orgullo boricua, de mi patria, mi paisaje y mi cultura. Porque sin duda mi gente, aquí los buenos somos más y el pulguero de Mayagüez de seguro goza de prestigio en los corazones de tres jóvenes en Lituania.