Fundación de Mayagüez

Mayagüez nació en pleno Siglo de las Luces, el siglo XVIII, la época en que floreció La Ilustración, bajo el signo de los derechos del hombre y el pensamiento moderno, en los comienzos del próspero reinado de don Carlos III, Rey de las Españas y Señor de Las Indias, el mejor y más ilustrado de todos los monarcas que ha tenido el orbe hispánico, como un pequeño pueblo anidado en el augusto seno del más duradero y extendido conjunto de imperios, reinos, virreinatos, principados, ducados, condados y señoríos que el mundo haya conocido jamás.

Situada en el vértice de la más extensa ensenada de la isla de Puerto Rico, puente de enlace entre dos continentes y entre las Antillas mayores y las menores, estratégico antemural de las Indias Occidentales, frente y vanguardia, llave y puerta de todas ellas y la más importante y codiciada por los enemigos de su Corona, con un amplio y resguardado puerto abierto a una de las mayores rutas marítimas del mundo, predestinada, por su privilegiada ubicación, a un vertiginoso desarrollo y a un brillante futuro, Mayagüez, hija de la Hispania fecunda, de la sangre latina de la augusta Roma, mítico retoño, a su vez, de la cuasi legendaria, lejana y vencida Troya y heredera cultural de la civilización griega en su vertiente helenística, cuna de la civilización occidental, es hoy honra y orgullo del País y hace justo y merecido honor a los fundadores que tanta fe tuvieron en su destino y que tanto empeño pusieron en hacerlo realidad.

Un breve análisis del trasfondo de la historia de la fundación de esta hermosa y moderna ciudad de los trópicos, discreta y culta Sultana del Oeste ubicada en la costa occidental de la menor de las grandes Antillas españolas, nos ayudará a descifrar el oculto lenguaje de los siglos y nos revelará algunas de las claves de su enigmático carácter y las más sutiles esencias de su refinado espíritu.

Lic. Federico Cedó AlzamoraLic. Federico Cedó AlzamoraEntre los legados más trascendentales de Roma a Puerto Rico, a través de España, aparte de las superestructuras legales, el sistema político, la religión, las artes, las tradiciones, las estructuras políticas y hasta la sangre, está la lengua castellana o española, una lengua latina romance, originada en la lengua popular de los romanos a finales del Siglo V, la cual es hoy parte esencial de la cultura del pueblo puertorriqueño pues ha quedado fuerte e indisolublemente ligada, en forma fácilmente comparable a la que se da en otros pueblos, a la particular identidad de este colectivo humano.

En el Siglo XVIII España era aún una gran potencia en las luchas europeas de poder, pues tenía la más importante flota del mundo, su moneda era la más fuerte y su extenso imperio en Las Indias, el mayor de aquellos tiempos, le daba una notable relevancia. Era un siglo relativamente pacífico y la nueva monarquía borbónica pudo dedicar sus energías a reconstruir y comenzar un largo proceso de modernización de las instituciones y de su economía. El orbe hispánico era tan fuerte que podía librar enfrentamientos bélicos contra tres grandes potencias como Inglaterra, Francia y los Países Bajos, al mismo tiempo. La Pax Hispánica era un hecho. Fue en esos momentos cuando nació Mayagüez.

Estando ya en trámite ante el gobierno de Don Fernando VI la petición de los vecinos del Sitio de Mayagüez para que se autorizase la fundación de un nuevo pueblo y se reconociera formalmente como tal el pequeño poblado en el cual vivían agrupados en torno a la Ermita de Nuestra Señora de La Candelaria, al fallecer Don Fernando VI, el 11 de septiembre de 1759 ascendió al trono de España su hermano Don Carlos III, quien ya tenía vasta experiencia reinando durante más de un cuarto de siglo, pues entre 1731 y 1735 había sido Duque Soberano de Parma, con el nombre de Carlo I, y entre 1735 y 1759 y aún a la sazón, reinaba en Nápoles y Sicilia, con el nombre de Carlo VII.

Era éste un hombre ilustrado, de esmerada educación intelectual, quien desde sus trece años de edad dominaba el Latín, el Italiano y el Francés, además del Castellano y conocía las Matemáticas, la Cronología, la Historia General, la de España y la de Francia, y quien hasta entonces había vivido rodeado de una corte cosmopolita cuya influencia enriqueció los fundamentos de nuestra herencia cultural.

Don Carlos III, Rey de las Españas y Señor de las Indias, protagonizó el mejor, más completo y espléndido reinado de que se tenga memoria en la historia de España y es, sin duda, una de sus figuras cimeras más atractivas. Sus ilustradas iniciativas contribuyeron a elevar nuevamente el país al nivel de gran potencia en que se había desarrollado durante siglos, convirtiéndolo en una nación moderna que aún hoy le debe su Banco Nacional, su himno nacional y su bandera.

En su vida privada fue de conducta intachable, serio en sus costumbres, de conversación interesante y amena, y además era buen músico. De vida metódica y austera, dotado de un alto sentido cívico, intentaba que su conducta y comportamiento pudiesen ser un modelo para los demás. Amó entrañablemente a su única esposa, con la cual procreó una hermosa prole de trece hijos, y cuyo fallecimiento le afectó severamente.

Fue un gran organizador, de carácter laborioso, justiciero, buen conocedor de las necesidades de la nación y estaba dispuesto a remediarlas, llevándola por la senda de progreso iniciada por su hermano y antecesor hasta una situación próspera y feliz, propiciando un espléndido y brillante renacimiento intelectual, comercial y administrativo, y realizando importantísimas reformas en el comercio de ultramar, el cual llegó a triplicar. Reformó la agricultura, aprobó la introducción, en Puerto Rico, del cultivo del café, relevando del pago de derechos por cinco años a los cosecheros, y brindó protección y apoyo a extranjeros insignes destacados en las artes. Tras un largo y nostálgico letargo, España floreció nuevamente bajo su extendido y fructífero reinado de casi tres décadas, experimentando una vital regeneración económica y un notable renacimiento de alcances tanto literarios o artísticos como científicos. Fue un monarca muy dado a la fundación de nuevos pueblos y a las repoblaciones. Tenía cuarenta y tres años de edad cuando autorizó personalmente la fundación de Mayagüez.

En 1778 liberalizó el comercio con las Indias. En un mundo cambiante que se debatía entre lo viejo y lo nuevo, entre la religión o las costumbres y tradiciones ancestrales y la Ilustración, encaminó su política en busca de un cambio moderado y trazó un plan reformista que buscó favorecer la evolución gradual y pacífica de aquellos aspectos de la vida nacional que impedían que las Españas funcionasen adecuadamente en un contexto internacional en el que la continua lucha por el dominio y conservación de sus respectivos territorios era el más prioritario objetivo de las grandes potencias europeas.

Para la época de la fundación de Mayagüez, la Isla de Puerto Rico, además de su guarnición, regularmente compuesta por una tropa veterana de 300 soldados, usualmente peninsulares, tenía 45,000 habitantes, de los cuales un 11% osea, 5,000 eran esclavos negros y más de mil quinientos o un 3% eran indios. Dos terceras partes de la población vivía dispersa por los campos. Había 5,950 vecinos en la jurisdicción de la Villa de San Germán, de los cuales casi una cuarta parte eran indios, los cuales obviamente no estaban tan extintos como se ha venido diciendo insistentemente durante siglos. Había 4,506 vecinos en la capital y sus alrededores, y 4,272 vivían en Aguada y sus campos, pero los pueblos en sí permanecían desiertos la mayor parte del tiempo, pues la población se pasaba la semana en sus hatos o estancias y solamente acudía al pueblo los domingos para ir a misa o a alguna festividad religiosa, socializar y hacer sus compras.

La ciudad de Mayagüez constituye hoy día el núcleo de población más importante del Oeste de Puerto Rico y por eso da su nombre a la gran ensenada, la mayor de la Isla, en cuyo vértice está estratégicamente situada. Esta llevó antes el nombre de Bahía de San Germán cuando la primitiva villa de ese nombre ubicaba en dicho litoral. San Germán era entonces la única población que había allí. Luego fue trasladada, tierra adentro en un penoso peregrinaje de varias estaciones hasta su actual ubicación en las Lomas de Santa Marta.

Las distintas crónicas e historias que nos hablan de los orígenes de Mayagüez aluden al año de 1760 como la fecha de la fundación formal del pueblo conforme a las leyes. Fue en 1760 cuando culminaron los trámites formales iniciados el año anterior y el expedienteo de las fianzas requeridas, la mensura y el deslinde de los ejidos o terrenos comunes del pueblo, y de las dehesas o sombreados pastizales de su jurisdicción dedicados a usos forestales, agrícolas y ganaderos.

Los actos formales de 1760 no fueron un comienzo, sino el reconocimiento oficial de dos hechos: la organización legal de una comunidad preexistente y el otorgamiento formal de status oficial, como pueblo, a un poblado de cuya existencia hay firme constancia con mucha anterioridad a dicha fecha.

En los documentos y expedientes relativos a la fundación formal del pueblo de Mayagüez el 18 de septiembre de 1760 se encuentran también numerosos indicios que confirman que allí, en el mismo lugar en que se llevó a cabo la fundación del pueblo, había ya vecinos previamente establecidos en una aldea o pequeño poblado que carecía de reconocimiento oficial como tal.

La petición al Gobernador la hizo don Faustino Martínez de Matos, “en representación de los habitantes de la aldea”, obviamente los de una aldea que ya existía, quienes pedían que fuese ésta reconocida y declarada oficialmente como pueblo. Nótese que sólo se trataba de reconocer formalmente algo que ya existía. El Gobernador, don Esteban Bravo de Rivero, accedió a que el pueblo fuese fundado “en el mismo sitio", o sea, donde mismo estaba ubicada la aldea antes mencionada, que era en la ribera del río Mayagüez.

Los donantes de los terrenos para los ejidos donde se iba a establecer el pueblo de Mayagüez, don Juan de Aponte y Ramos, y don Juan de Silva y Guadrón, fueron identificados como "del vecindario del nuevo pueblo" lo cual es un reconocimiento de que ya había vecinos, o sea, gente avecindada, establecida, o agrupada en el sitio o vecindario donde mismo iba a estar ubicado el "nuevo pueblo" que aún no había sido fundado o reconocido formalmente como tal y, apenas se supo de la concesión de esa autorización para fundarlo, se solicitó que un capellán habitase en el "nuevo" pueblo y oficiara misa en la ermita “que ya había construida allí”. (El templo o iglesia parroquial no fue construido hasta tres años más tarde, en 1763).

En otras palabras, antes de 1760, ya había en Mayagüez, vecinos que habitaban junto al río, en una aldea, caserío o vecindario en el que había una ermita desde 1680. Es claro que lo único "nuevo" que vino a tener el pueblo, en 1760, fue su reconocimiento o título oficial como tal y, a la vez, su propio gobierno. Si se optó por establecer el nuevo pueblo alrededor del sitio donde hoy ubica su iglesia catedral, su plaza y su casa alcaldía, fue porque ya había allí una ermita, porque ya habían vecinos establecidos en torno a la misma y porque fue en ese punto donde fueron cedidos gratuitamente los terrenos para la iglesia, la plaza, la Casa del Rey, la Cárcel y los ejidos.

La legislación entonces vigente requería que para fundar un pueblo hubiese por lo menos treinta vecinos propietarios, cada uno de ellos con su propia casa, diez vacas, cuatro bueyes, una yegua, una puerca, seis gallinas y un gallo, pero bastaba con diez vecinos, si había entre ellos quien quisiera y pudiera obligarse a hacer la nueva población en la forma dispuesta por Ley.

Los diez vecinos de la Villa de San Germán, moradores de la ribera del Mayagüez quienes no solamente pusieron en fianza mil pesos-oro, sino hasta sus propias personas y todos sus bienes presentes y futuros, como garantía de que serían cumplidas todas las condiciones que habían sido impuestas a don Faustino Martínez de Matos por el Gobernador don Esteban Bravo de Rivero para la fundación de Mayagüez fueron, además del propio don Faustino, los siguientes: El Procurador don Juan de Silva y Guadrón, uno de los fundadores que donaron terrenos para los ejidos; don Juan de Aponte y Ramos, otro de los fundadores que donaron terrenos para los ejidos; el Capitán don Esteban de Irizarry, quien también poseía terrenos en el sitio de Mayagüez y donó parte de ellos para la construcción de la iglesia; el Sargento Mayor don Juan Francisco Martínez de Matos; hermano del Capitán Poblador; don Gregorio Martínez de Matos, hermano del Capitán Poblador, cuya hacienda estaba en Bermejales (Lugar entre Miradero y el Río Goaorabo), y quien en 1748 fuera electo miembro del Cabildo de San Germán, donde primero ocupó el cargo de Procurador General y luego el de Alcalde Ordinario en 1754; don Lorenzo Martínez de Matos, también hermano del Capitán Poblador, y quien después, entre 1777 y el 19 de marzo de 1782, fuera el sexto Teniente a Guerra de Mayagüez, cuando sustituyó en ese cargo a su hermano don Faustino, al dejar éste el mismo por segunda vez, y quien en 1783 fue electo Procurador General del Cabildo de San Germán; don Francisco Ramírez de Arellano, quien luego fuera el tercer Teniente a Guerra de Mayagüez, entre 1768 y 1772; don Juan de Rivera; y don Jacinto Ortiz de Peña, cuyo homónimo, posiblemente abuelo suyo, había sido alcalde de San Germán un siglo antes, en 1661.

Don Faustino Martínez de Matos y Vélez Borrero fue el principal promotor en los procesos de fundación del nuevo pueblo de Nuestra Señora de la Candelaria y fue quien el 17 de enero de 1759 envió al Rey Don Fernando VI de Borbón, la solicitud de los vecinos que ya estaban asentados en ese sitio, para que se reconociese formal y oficialmente, como pueblo, la aldea o poblado que, de hecho, ya habían formado al agrupar sus viviendas en torno a una ermita a orillas del río Mayagüez.

El 29 de julio de 1760, el Gobernador don Esteban Bravo de Rivero, concedió finalmente a don Faustino Martínez de Matos y Vélez Borrero la facultad que había solicitado el 17 de enero de 1759 para proceder con los trámites de la fundación.

El 21 de agosto de 1760, el Alcalde de San Germán, don José Nazario de Figueroa, se trasladó a la ribera poblada del Mayagüez, sitio hasta entonces todavía bajo su jurisdicción, y celebró allí su primera reunión con el Capitán poblador, de Mayagüez, quien no era otro sino su propio cuñado don Faustino Martínez de Matos y Vélez Borrero, autorizado ya por el Gobernador para iniciar las gestiones relacionadas con la fundación del nuevo pueblo.

La entrega de los terrenos se verificó el 25 de agosto de 1760 y entonces, el 18 de septiembre del mismo año, el Gobernador impartió su aprobación a todas las gestiones realizadas hasta esa fecha por don Faustino Martínez de Matos y Vélez Borrero para promover y conseguir la fundación del nuevo pueblo y así quedó formalmente fundado Mayagüez en la gloriosa fecha que seguimos celebrando, inmortalizada en el corazón agradecido y el recuerdo de todos los mayagüezanos.


* Publicado por Eduardo Rodríguez en “La otra ala”.