Relato: El día que los animales se arrodillaron
- Detalles
- por Felipe Muñiz González *
Vivíamos en una pequeña casa construida de tabla de palma, tabla pelúa y pedazos de latón. El piso de la casa era de tierra. Ahí pasábamos las alegrías y las penurias que nos llegaban a montones. No existía luz eléctrica, ni agua de tubos, ni caminos para transitar con comodidad, aun eran sólo veredas angostas por entre los árboles y las malezas. Esto fue lo que me contó mi padre de lo que pasó el día del Terremoto de San Fermín.
El día antes del temblor, el jueves 10 de octubre por la noche, todos los animales estaban nerviosos. Esa noche casi no comieron. El viernes 11 de octubre del año 1918 a las diez de la mañana sucedió el primer temblor de tierra en la ciudad de Mayagüez, que fue donde más se sintió y donde causó el desastre mayor.
Era temprano en la mañana, mi madre cocinaba. Aunque cuando eso, yo ya estaba casado, vivíamos casi todos en el mismo sitio, unos cerca de otros. A eso de las nueve de la mañana mi esposa me llevó la palba, desayuno, que casi siempre consistía de un poco de café prieto y harina de maíz sancochada o surullitos asados.
El caballo empezó a dar halones a la soga con la que estaba amarrado. Las vacas que se encontraban cerca de mí empezaron a mugir, los pájaros dejaron de cantar y el cielo como que se fue nublando de una manera extraña, un gris plomizo, y se oyeron algunos truenos hondos. Como en octubre llovía lo mismo por la mañana que por la tarde, todos pensamos que iba a llover a torrentes.
Era la tierra que se estaba preparando para decirnos que ella es la dueña y señora del universo. Una calma sepulcral invadía las praderas y montañas del barrio, no se podía ni respirar, porque el aire era pesado como plomo.
Tranquila la ciudad
En la ciudad todo era normal durante esa mañana de octubre. Los comercios y las tiendas hacían sus ventas como de costumbre. En el campo no era lo mismo. El nerviosismo de los animales era algo insólito, como que sabían que algo grande iba a suceder. Los animales perciben primero que el ser humano los cambios en la tierra y su medio ambiente. Yo estaba limpiando unas matas de gandules para que dieran sus frutos para la navidad y se pudieran recoger sin problemas de bejucos y otras yerbas.
De pronto, el terreno empezó a moverse con esa furia que no supe qué hacer. Como era cerca de la casa llamé a mi mujer a gritos y ella no me contestó, por la confusión reinante. Vi cuando los animales se hincaron de rodillas durante el temblor que duró un siglo para mí. Estos no se podían mantener de pie, por la oscilación de la tierra. Parecía que la tierra se me quería salir de debajo de los pies.
Ha sido el mayor susto que he recibido en mi vida. Uno no halla qué hacer, pues no puedes pensar cómo resolverlo. Al ver el comportamiento de los animales, empecé a rezar lo poco que sabía, pues era el fin del mundo. Eso fue en el campo donde yo vivía. En el pueblo la gente corría y gritaba sin saber de sus familiares, pues todo era un caos.
Los dueños de las tiendas salían despavoridos, corriendo, tratando de salvar sus vidas. Las familias reunidas corrían hacia el Cerro Las Mesas pues creían que el Mar Caribe podía arropar la ciudad por el maremoto. El mar se retiró un poco, pero cuando volvió sólo entró unos más o menos trescientos metros pueblo arriba.
A las diez y cuarto más o menos, el pueblo de Mayagüez estaba destruido. Más de 1,700 edificios de mampostería, cemento y madera quedaron destruidos o averiados, incluyendo el Consistorio, la casa alcaldía, que hubo que destruirla por la mala condición en que se hallaba después del terremoto.
Cinco días después del temblor, o sea, el día 16 de octubre a las doce de la noche se estremeció la tierra con la misma intensidad que la primera vez, el día 11 de octubre de 1918 a las diez de la mañana. Un año después todavía la tierra estaba temblando.
Ese fue el día que los animales de arrodillaron y los hombres y mujeres que vivían en el área oeste también lo hicieron pensando que la isla se la iba a tragar el mar o que se iba a hundir. Otros se reunían en caravanas para rezar el rosario con velas encendidas. Rezándole al Todopoderoso que no les pasara nada y que los dejara vivir una vida tranquila.
Los científicos advierten
Los geólogos afirman que las placas terrestres se van encontrando cíclicamente, lo que podría significar que ya se están dando las condiciones favorables para que un encuentro o choque de las placas subterráneas nos hagan hincar de rodillas nuevamente.
Pedimos al Todopoderoso que jamás esto vuelva a suceder en ningún sitio. Pero la vida en la naturaleza no es simple, entonces vamos a prepararnos para lo que pueda suceder, aunque la naturaleza es sabia y sabe muy bien lo que hace.
* El ingeniero Felipe Muñiz González es el director de la Revista El Relicario donde fue publicado este artículo en diciembre de 1997.