La tradición mayagüezana en la Bomba Puertorriqueña
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- por César Colón Montijo
Esa ü de Mayagüez, la que carga con esos dos puntitos de la diéresis que la asemejan a un tambor, se niega a permanecer callada. Se resiste al silencio, como los barriles de bomba lo han hecho desde los tiempos de la esclavitud.
Se rebela y exige que la reconozcan, igual que los mayagüezanos afirman su aportación esencial en la creación y desarrollo de la bomba y la plena. Eso quedó claro cuando el legendario Ramón “Papo” Alers y Alberto Galarza, ambos del grupo Yagüembé, acudieron a la convocatoria de la bailadora y folklorista Tata Cepeda, directora de la Escuela de Bomba y Plena Caridad Brenes de Cepeda, para ofrecer la conferencia La Tradición Mayagüezana en la Bomba Puertorriqueña, un sábado cualquiera, en la Fundación Nacional para la Cultura Popular en el Viejo San Juan. Allí se habló de historia, se debatió, se cantó y se bailó tanto que el edificio colonial que alberga la Fundación se convirtió en batey.
Galarza hizo la presentación formal. De porte humilde y evidentemente tímido ante la audiencia, repasó la historia con datos, fechas e imágenes. Alers, mucho más cómodo y relajado, añadía la anécdota.
Si Galarza hablaba de la llegada de esclavos franceses en el siglo 18 o de inmigrantes de Nueva Orleans en el siglo 19; Papo comentaba sobre los coros de bomba en francés o creole que aquellos inmigrantes trajeron. Si uno hablaba sobre las haciendas convertidas en centrales azucareras, el otro comentaba cómo aún hoy, en las ruinas de esas centrales, se pueden ver las cadenas oxidadas con que se amarraban a los esclavos.
“En 1775 llegó una ola de familias francesas que huían de las guerras napoleónicas y trajeron sus esclavos. Ellos les pasaban sus apellidos por eso los Alers, Alduén, Agostini. De Haití en 1791 llegó un grupo de hacendados franceses, españoles y corsos”, dijo Galarza al destacar esa diversidad e insistir en la presencia haitiana en la zona. Añadió que las familias Bayron y Brugman llegaron de Nueva Orleans a Mayagüez, donde compraron haciendas de caña y café respectivamente.
“Papo” Alers por su parte insistió en la importancia de la tradición, de mantener viva la aportación de las distintas familias. Lamentó por ejemplo que la bomba de la familia Soler no fue preservada por sus descendientes, así como los cantos en creole del clan Honore, que residió en lo que hoy es la calle Víctor Honore en el barrio Dulces Labios.
Galarza por su parte, destacó otras figuras fundamentales como Gregoria Delori, quien luego emigraría al barrio Bélgica en Ponce; Sayo Barbot, quien cantaba en francés, holandés y patuá; y María Asunción Caballeri, conocida como Mamá Ton Ton.
“Yo recuerdo a Asunción Caballeri”, comentó Alers, primo del famoso Mon Rivera. “Ella fue esclava y tenía en la espalda la marca de los latigazos. Murió a los 107 años. Yo jugaba con sus nietos en el batey, ella cosía sin espejuelos, fumaba cigarros y tomaba pitorro... eso fue lo que la mantuvo viva tanto tiempo. Yo aprendí mucho de ella, uno aprende los mayores.”
Ambos recordaron entonces la importancia de la familia Cepeda, oriunda de Mayagüez. Ya para el siglo 19 hay constancia de Don Marcelino Cepeda Chaniers, bisabuelo del conocido Patriarca de la Bomba y Plena Don Rafael Cepeda. Marcelino emigró a Ponce como hicieron otros libertos, que luego continuaron moviéndose por la Isla. Así el apellido Cepeda llegó a Guayama, a Puerta de Tierra y finalmente a Villa Palmeras en Santurce, donde esa raíz mayagüezana se convirtió en cangrejera.
Ese vaivén de tambores, coros, idiomas, faldas y toques diversos, se movió en direcciones distintas una vez asentados los libertos en sus nuevas comunidades. La bomba mayagüezana, más comedida y elegante, en la que los piquetes se marcan con los pies y las faldas vuelan de los hombros hacia abajo; se tornó más agresiva cuando se transformó en cangrejera, donde las faldas vuelan más arriba de los hombros como mariposas. Ambos estilos contrastan con la vertiente loiceña, mucho más rápida, de movimientos bruscos en hombros y caderas.
Tras la conferencia, vino la ronda de preguntas. Tata Cepeda se unió a los conferenciantes y fue aquí donde la cosa comenzó a sonar rebelde. Es inevitable que cuando se habla de bomba se hable de plena. Así que alguien lanzó la pregunta sobre el origen de este ritmo: ¿Ponce o Mayagüez? Ni Papo Alers ni Alberto Galarza ni Tata Cepeda quisieron ser categóricos en su respuesta. Pero los de Mayagüez recordaron las coplas pleneras que se cantaban allá temprano en el siglo 20.
De ahí el diálogo desembocó en la persecución y el discrimen al que han sido sometidos estos ritmos sencillamente por ser músicas creadas desde la opresión, lo que incomoda a las autoridades. “Yo recuerdo cuando era niño en Mayagüez”, dijo Papo Alers, “todavía a la policía le llamaban ‘la jara’. Entonces, había toque de bomba y plena en la calle, así por las noches y llegaban en jeeps. La gente gritaba: ‘Ahí viene la jara; a correr’. Y les quitaban los barriles y los panderos.”
La conversación se movió entonces a los reclamos por la defensa de la ley de la música autóctona, la reafirmación de la cultura puertorriqueña, la confusión deliberada del gobierno actual entre turismo y cultura.
Con los ánimos así de intensos no había otra opción que ponerse a tocar y a bailar bomba. Se formó el batey y convergieron la tradición mayagüezana, protagonista de la noche, con la santurcina y la loiceña, pues llegaron los Hermanos Ayala. En un momento estaban los Ayala en barril y coro, mientras Papo Alers bailaba con Tata Cepeda.
En la conferencia La Tradición Mayagüezana en la bomba puertorriqueña se tocó, se cantó y se bailó esa bomba producto de migraciones, que según lo hablado en esa noche llegaron en gran parte desde Mayagüez. Esa bomba todavía se niega al silencio.