Rafael Hernández Colón, el gobernador
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- Por Irene Garzón Fernández *
Las nuevas generaciones no conocieron al líder joven, laborioso y de gran inteligencia que, a finales de los años sesenta del siglo pasado, impresionó con su tesis sobre el Estado Libre Asociado a Luis Muñoz Marín hasta el punto de confiarle el resurgimiento de un Partido Popular Democrático (PPD) derrotado y dividido tras las elecciones de 1968.
El Rafael Hernández Colón que han conocido los jóvenes adultos de ahora conservaba hasta el final la inteligencia y la sagacidad política de entonces, pero la época en la que llegó a ser el gobernador más joven de Puerto Rico —con apenas 36 años— y a convertirse en el líder más duradero de su partido, después de Muñoz Marín, había quedado atrás hace años.
Su independencia de criterio, un rasgo que le caracterizó durante toda su vida pública, afloró desde el principio. A Muñoz Marín le advirtió muy temprano: “Si mías han de ser las responsabilidades, mías serán las decisiones”.
Esa máxima la aplicó en la presidencia del Senado, de 1969 a 1972, y luego en su primer término como gobernador, a partir de 1973, un cuatrienio tormentoso a causa de las repercusiones en Puerto Rico de la crisis mundial del petróleo que le impidió cumplir su promesa de aumentos salariales a los empleados públicos e hizo que muchos votantes le retiraran la confianza en 1976.
A pesar del desenlace, en ese cuatrienio Hernández Colón refrescó la política rodeándose de figuras jóvenes que provenían del campo profesional, como Víctor Pons, su secretario de Estado y posteriormente juez presidente del Tribunal Supremo; Salvador Casellas, su secretario de Hacienda, que eventualmente se convirtió en juez federal; y Francisco de Jesús Schuck, que fue su primer secretario de Justicia.
También se distinguió entonces por su apertura hacia talentos que profesaban ideologías distintas a la suya. Reclutó a Fernando Chardón, quien había sido el secretario de Estado de su antecesor en la gobernación, Luis A. Ferré, y lo nombró Ayudante General de la Guardia Nacional. Y trajo al gobierno a un joven abogado independentista que se había convertido en paladín de los consumidores, Federico Hernández Denton, quien brilló como primer secretario del Departamento de Asuntos del Consumidor. A mediados de los ochenta, Hernández Colón nombró a Hernández Denton juez asociado del Supremo, tribunal que eventualmente llegó a presidir.
El joven gobernador pisó fuerte ese cuatrienio. Y sorprendió con su impetuosidad en más de una ocasión, como cuando recibió aviso de Washington de que la Marina de Estados Unidos se retiraría de Culebra y decidió ir personalmente esa misma tarde, acompañado de los periodistas que estaban en la Fortaleza, a darle la buena nueva a los culebrenses.
Derrotado en 1976 por Carlos Romero Barceló, dejó la presidencia del PPD y se dedicó a escribir “La nueva tesis”, un documento en el que plasmó su visión de un futuro con mayor autonomía para el país que nunca se consumó. De hecho, en 2016, Hernández Colón argumentaba que el ELA seguía teniendo “los mismos poderes que tenía en 1952 cuando estaba la década de mayor desarrollo económico en este país”.
De regreso al ruedo partidista para las elecciones de 1980, recuperó la presidencia del partido de manos de Miguel A. Hernández Agosto y, a pesar del padecimiento de espalda que le aquejaba desde muy joven, recorrió campos, pueblos y ciudades en una campaña en la que se percibía con la misma misión de 1968: devolverle la confianza a un partido derrotado cuyos dirigentes no escondían su escepticismo.
Entonces, en septiembre de 1980, doña Inés Mendoza, que había enviudado de Muñoz Marín el 30 de abril, lanzó su histórico grito de “¡sin miedo!” a la militancia popular y Hernández Colón llevó al partido a recuperar la Legislatura y la mayoría de las alcaldías en los comicios de ese noviembre.
Hernández Colón se quedó a las puertas de la gobernación. La noche de los comicios, cuando se mantenía al frente, de pronto se paralizó el cómputo y el candidato popular llamó a la movilización de sus huestes con el grito de “¡a las trincheras!”. Al restablecerse el recuento, Romero Barceló comenzó a subir y a alternar en la delantera con Hernández Colón que, a las 9:00 de la mañana fue certificado preliminarmente como ganador.
Impugnado el resultado por Romero Barceló, se organizó el histórico recuento de Valencia —así se llamaba el edificio donde se realizó— y el entonces gobernador terminó venciendo por el margen de 3,000 votos.
Hernández Colón regresó a La Fortaleza con su victoria en los comicios de 1984 sobre Romero Barceló, debilitado por la investigación senatorial del caso del Cerro Maravilla que encabezó Héctor Rivera Cruz, e inició el 2 de enero siguiente sus dos cuatrienios consecutivos como gobernador.
Para vencer en 1988, sin embargo, tuvo que recurrir nuevamente a su impetuosidad y presentarse de improviso, después de consignar que no acudiría, en un debate auspiciado cuatro días antes de los comicios por su principal rival, Baltasar Corrada del Río. Tras un primer debate formal, Hernández Colón había quedado relegado en las encuestas, pero después del nuevo encuentro, ganó la reelección por 50,000 votos.
Durante esos años, Hernández Colón tuvo que lidiar con el escándalo de las carpetas, como se les llamó a los expedientes policíacos de miles de independentistas fichados durante décadas por su ideología. Como consecuencia de ese asunto, se aprobó también la ley del Fiscal Especial Independiente.
También le tocó impulsar la discusión congresional sobre el status político de Puerto Rico que más cerca ha estado de conseguir la celebración de un plebiscito vinculante. La Comisión de Recursos Naturales del Senado, presidida entonces por J. Bennett Johnston, ceebró vistas en Puerro Rico sobre el asunto, pero no se llegó a aprobar la legislación federal.
El último cuatrienio también fue el de la reafirmación de la puertorriqueñidad. Puerto Rico recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras, otorgado por España, por su defensa del español —se había aprobado una ley declarándolo idioma oficial— y la isla participó en la Expo ‘92, en Sevilla, con un pabellón construido a un costo de $15 millones que fue duramente criticado por la oposición, pero que convirtió al país en vitrina para atraer inversión, sobre todo de empresas farmacéuticas.
Su última gran gestión pública fue en 1998, ya fuera de la gobernación, cuando demostró la fuerza política que mantenía al proclamar su apoyo a la llamada “quinta columna” de “ninguna de las anteriores” en un plebiscito de status promovido por el entonces gobernador Pedro Rosselló, quien salió derrotado.
* Publicado en El Nuevo Día. Nilsa Pietri Castellón colaboró en esta historia.