Entre la espada y la pared
- Detalles
- por Antonio Martorell
La primera imagen después de la nieve era la del indio americano y la última las dos banderas al son de los dos himnos, todo en blanco y negro. Acudían los vecinos porque en la calle donde vivíamos, el nuestro era el único televisor que un día aterrizó en la sala comedor con sus antenas coronándolo, un luminoso insecto metálico que nos miraba y mirábamos.
Recuerdo como nos teñía de una luz azulada como de luna, de pie algunos, otros sentados y los más cercanos recostados sobre el linóleo florido hipnotizados frente aquel cine pequeño y doméstico que prendíamos y apagábamos a voluntad.
Comedias y shows de variedades, telenovelas y noticieros, el pronóstico del tiempo en un español con marcado acento gringo establecían el soñoliento acontecer cotidiano de un Santurce esperanzado y promisorio. La televisión entonces, y ahora, interrumpía su programación dejando en suspenso la solución del crimen o la culminación del romance para anunciarnos que Ace lo hace mejor y que Rheingold es la más rubia de las cervezas.
Y un buen día, la pantalla se iluminó con la señal del canal 6, la telemisora del pueblo de Puerto Rico, de nosotros, sí, o por lo menos eso decía y todavía dice el letrero y la engolada voz del locutor que presenta la cartelera cultural libre de anuncios comerciales, aunque no de promesas.
Escuchar, pero también ver los dedos del maestro Pablo Casals moverse arriba y abajo al pulsar las cuerdas del violonchelo y deslizar el arco en ocasiones con ternura, otras con vigor; observar el conjunto de la orquesta en su sinfonía visual de trajes negros, pecheras y puños blancos alternando con las rojizas maderas y los dorados metales al regalarnos el oído. Asistir en primera fila a doctas tertulias, confrontaciones intelectuales moderadas, a la vez que provocadas, por la licenciada Nilita Vientós Gastón exponiendo puntos de vista siempre cuestionadores. Visitar sin movernos del hogar, los pueblos de nuestra isla para conocerla mejor acompañados por la voz tan sabia como cálida de José Antonio Torres-Martinó.
Estos fueron placeres del conocimiento que nos brindó en mi juventud las emisoras del pueblo de Puerto Rico. También asistí en una ocasión a los estudios en Baldrich a participar en un foro de estudiantes de escuela superior y allí tuve mi primera experiencia frente a las cámaras.
Retorné a ellas cuatro décadas después conduciendo entrevistas en el galardonado programa En la punta de la lengua durante diez deliciosos años disfrutando el privilegio de entrar a los hogares boricuas a compartir el quehacer cultural de nuestros compatriotas y distinguidos visitantes. Le debo a la televisión gran parte de mi popularidad como artista, el poder romper el ámbito limitado de museos y galerías, el expandir el diálogo entre artista, obra y público.
De tal modo que mi deuda de agradecimiento con WIPR es considerable y genuina. También lo es mi reacción a su talante fiscalizador y amordazante cuando intenta acallar voces disidentes. Si me manifiesto en defensa de la televisión del pueblo de Puerto Rico, es porque es preciso restituirle ese carácter perdido presa del abuso del poder cuando se convierte en botín electoral y propaganda partidista.
El canal 6 se proclamó desde su inicio como del pueblo de Puerto Rico, no del partido en el poder. El intento expreso de privatizarlo nos atrapa en la disyuntiva de defenderlo tanto de la privatización como de su actual servilismo al silenciar información pertinente, crítica inteligente y libertad de expresión. Entre la espada y la pared la opción no es fácil, pero urgente. Desarmemos el brazo que empuña la espada.