Doña Tiva: “sencillez de vida y amor por la patria y por su tierra puertorriqueña”
Se llamaba Natividad porque nació mientras sonaban las campanas que anunciaban la Misa de Gallo, a las doce de la noche del veinticuatro de diciembre, justo al comenzar el día de Navidad. Su segundo nombre era Milagro. Su familia y amigos despidieron a doña Tiva, por última vez, luego de una emotiva misa exequial oficiada por su párroco, el padre Ángel Luis, tercer obispo de la diócesis de Mayagüez.
Monseñor Ángel Luis Ríos Matos y el resto de los sacerdotes y diáconos usaron vestimenta morada, como manda la liturgia y como signo de humildad y penitencia, durante el ritual de despedida física de “una hermana a quien honramos como una buena y firme cristiana católica respetuosa de Dios, de la Santísima Virgen y la Santa Iglesia”.
Además de honrarla como “bautizada”, también la destacó como esposa, madre “y como ciudadana honesta y distinguida”.
Una vida consagrada a Jesús y la iglesia católica
“Esa es la Natividad, la doña Tiva, como le decíamos todos, que yo conocí. Con quien compartí en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús. La feligresa fiel que cada domingo subía las escalinatas del Sagrado Corazón con don Guillo, para escuchar con devoción la santa misa y comulgando con alegría, el cuerpo y la sangre del Señor”, dijo el obispo y pastor de doña Tiva, madre del alcalde de Mayagüez, José Guillermo Rodríguez.
Recordó que “se sentaban juntitos” a rezar con devoción y “a recibir el cariño y el saludo de tantos fieles que los distinguían, les apreciaban en medio de la comunidad”.
De doña Tiva decía que era “tímida al expresarse, sencilla, mujer buena, respetuosa de Dios y orgullosa de su familia y de sus hijo, a quienes siempre les distinguía hablando bien de todos”.
“Yo la conocí orgullosa y alegre de su esposo y orgullosa y alegre siempre de cada uno de sus hijos. No solamente de José Guillermo porque fuese el primer ejecutivo municipal. Se sentía contenta de todos, de cada hijo. Fui descubriendo, que cada uno era un motivo de alegría en la vida de ella”, insistía el obispo que fue instalado a principios de agosto tras la salida obligatoria, por edad, del obispo Álvaro Corrada del Río.
“Ella, en su vida y en su cuerpo, saboreó el cuerpo y la sangre de Jesucristo, y por eso, ahora creemos que Jesucristo con ella le cumple su promesa. La promesa, para el que coma y beba su cuerpo y sangre es, la vida eterna. Y nosotros estamos ciertos que esa vida eterna ya el Señor se la ha dado y ella comienza a gustar el manjar eterno, el manjar del que nunca se va a cansar, el manjar que llenará su existencia de ahora en adelante, por los siglos y los siglos, y hasta la eternidad. ¿Y cuál será ese manjar? Contemplar cara a cara el rostro de su Dios, el rostro del Señor en el que creyó y al cual le sirvió en la fe católica, apostólica y romana”, recalcó el prelado desde el altar mayor de la Catedral.
El obispo hizo un llamado a los presentes a vivir como ella vivió. “A creer lo que ella creyó, a sentir lo que ella sintió, a ser fieles como ella lo fue, y a amar como ella amó. Amor a Dios, amor a la santísima virgen, amor a la santa eucaristía, amor fiel y generoso a su esposo y a sus hijos, a sus hijas, yernas, a sus nietos. Sencillez de vida y amor por la patria y por su tierra puertorriqueña.
Los Rodríguez llenaban la capilla el 25 de diciembre
Según cuenta el padre Ángel Luis, cada 25 de diciembre doña Tiva y don Guillo subían las empinadas escalinatas de la capilla del barrio Malezas, con todos los miembros de su familia. “Esa era una norma, una ley de la familia que el 25 de diciembre había que ir a misa allí. Y los Rodríguez me llenaban toda la capilla ese día, para celebrar que allí ellos habían contraído matrimonio, y que ese matrimonio iba allí todos los años, a renovar sus votos y a jurarle a Dios, y jurarse el uno al otro, la fidelidad que habían prometido”.
Hijos y familiares de doña Tiva participaron en la liturgia. Su nieto Guillermo, leyó un texto sobre la muerte atribuido a San Agustín. “La muerte no es nada. Yo solo me he ido a la habitación de al lado”.
Fue su padre quien le pidió que lo leyera llegado ese momento, luego que su hijo se lo enviase cuando se enteró de la muerte de su abuela. “No estoy lejos, justo del otro lado del camino… Ves, todo va bien. Volverás a encontrar mi corazón. Volverás a encontrar mi ternura acentuada. Enjuaga tus lágrimas y no llores si me amas”, concluye el escrito.
Hoy voy a hablar de una jibarita humilde
El hijo mayor despidió a su madre desde el púlpito de la Catedral de la Candelaria, donde a ella le apetecía oír misa. “Cuando yo me ponga bien, yo quiero ir a la iglesia cuando el obispo, querido Ángel Luis, esté dando la misa”, le había dicho su madre al alcalde, el día que se enteró que su “padre espiritual” era el nuevo obispo de la diócesis de Mayagüez.
Los primeros recuerdos llevaron al atribulado hijo a la mecedora de la casa donde, de niños, “ella nos llevaba para darnos ese amor que nos dio a todos nosotros”.
“Un día, cuando llegó Orlando, (su hermano menor) estuvimos los cinco en ese sillón con ella”, dijo José Guillermo en presencia de sus hermanos Luis, Nancy, Osvaldo y Orlando, nietos, sobrinos y otros familiares y amigos.
Destacó que su madre, como muchas otras mujeres de Mayagüez y de la zona oeste, trabajó 20 años en la atunera StarKist Caribe, un trabajo que le requería estar de pie ocho horas al día. “Un trabajo fuerte que doblaba las espaldas de aquellas mujeres que trabajaron sin descanso para llevar el sustento a sus hogares”.
“Su empeño de que sus cinco hijos alcanzaran la universidad fue un logro grande que ella no descansó hasta vernos graduar a cada uno de nosotros de la universidad”, insistió el alcalde sin poder contener las lágrimas. “El primer carro que fue mío lo compró mi madre con un cheque de la StarKist en Acevedo Motors, para que yo siguiera estudiando en la universidad. Esas cosas quedan en el corazón para siempre” reiteró.
Doña Tiva trabajó sin descanso y el trabajo duro le pasó factura a su salud. Sin embargo, cuando murió su marido, demostró la fibra de la que estaba hecha.
“Pensamos que se iba a desplomar aquel día, que íbamos a tener que estar pendientes de ella en aquel momento, y nos demostró, una vez más, que en esos momentos difíciles, quien tomaba el batón era ella. Y allí estuvo con una firmeza tan grande, con un dolor tan grande, pero cumpliendo un deber y protegiendo a su familia y diciéndonos a cada uno de nosotros que allí estaba ella. Papi no estaba físicamente pero allí estaba ella”, afirmó con ternura.
Un día fue a visitarla, y como en muchas ocasiones “me contó que Papi se le presentaba en los sueños y le dijo: dile a los nenes que yo estoy bien orgulloso de ellos porque todos han sido buenos hijos contigo”. Cuando su padre faltó y ella cayó en cama, “me cogió mi mano y me dijo, tu eres el hijo mayor cuida a tus hermanos”.
No quería que se metiera en política
Cuando el ejecutivo municipal tomó la decisión de entrar a la vida pública fue a pedirle consejo. “Me dijo: yo no quisiera que tu entraras a la política. Allí se sufre mucho, pero la decisión que tú tomes, yo quiero que tú sepas, que yo voy a estar contigo ayudándote, protegiéndote y respaldándote siempre”.
Y así lo hizo. “Cuando había que freír bacalaítos allí estaba ella, cuando había que hacer mollejas en escabeche, que las hacía muy buenas, allí estaba ella y siempre estuvo, hasta que Dios determinó que había que descansar.
Los dolores del cuerpo y del alma no le abandonaron nunca. “Ahí estaban los dolores de sus huesos, de sus músculos, de su ser”.
“Se fue en paz, se fue querida, se fue amada, se fue reconocida. Le agradezco a Dios, que de todas las mujeres del mundo, la haya seleccionado a ella para que fuera nuestra madre. Que Dios te acompañe, que Dios te bendiga, que la Virgen María te lleve de su mano y que el Señor te reciba en su santo seno. Que descanse en paz mi querida madre”, concluyó compungido.
La asesora de asuntos culturales Álida Arizmendi, leyó el panegírico antes de dar cristiana sepultura a doña Tiva, en un panteón familiar en el cementerio Mayagüez Memorial.