Discreta celebración de 260 años de fundación de Mayagüez
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- por mayaguezsabeamango.com
Mayagüez, una de las pocas ciudades y pueblos de Puerto Rico que cuenta con la copia original de su documento fundacional, celebra discretamente los 260 de su fundación debido a la pandemia de CoVid 19, que ha segado la vida de unos 535 puertorriqueños y ha contagiado a unas 37,092 personas, en los pasados seis meses.
Por primera vez en veintisiete años las actividades socio culturales que se producen para conmemorar la efeméride han sido suspendidas. Solo se llevará a cabo, la misa en honor a los fundadores en la catedral Nuestra Señora de la Candelaria, y la ofrenda floral en el monumento a los fundadores en la Plaza Colón, el 13 de septiembre de 2020.
Con copia del documento fundacional
Aunque los mayagüezanos celebraron siempre la fundación del pueblo los 18 de septiembre, no es hasta hace unos años que el asunto quedó aclarado. Fue el historiador Fernando Bayrón Toro quien encontró en los archivos históricos de Puerto Rico el expediente de fundación de Mayagüez. El documento constitucional, firmado el 29 de mayo de 1837 confirma que el pueblo se fundó hace 260 años, el 18 de septiembre de 1760.
El documento reconfirma que Faustino Martínez de Matos, Juan De Aponte y Juan De Silva fueron los fundadores y que Esteban Irizarry donó los terrenos de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria que se erigió tres años después de la fundación del pueblo, en 1763. Vecinos y funcionarios gubernamentales también participaron en el proceso fundacional.
El interés del historiador Fernando Bayrón Toro le permitió, después de años de investigación, dar con el documento original en el Archivo Histórico de Mayagüez.
En el 2016 publicó su libro Expediente de la Fundación de Mayagüez (1760), glosado por el autor.
La fundación
Para 1760, un grupo de vecinos dirigidos por Faustino Martínez de Matos, Juan de Silva y Juan de Aponte solicitó de la Corona española el permiso para constituirse en poblado. Aunque su nombre oficial fue Nuestra Señora de la Candelaria, la costumbre pueblerina de referirse al lugar como “en la rivera del Mayagüez” acabó por imponerse con el nombre taíno relativo a las aguas del río.
Esta iniciativa ciudadana tuvo mucho de un acto de fe en las posibilidades del lugar, por cuanto se le impuso la condición de que las gestiones quedaran completadas en el brevísimo plazo de dos años y que los solicitantes asumieran, además, los emolumentos del señor cura y el sacristán.
La aventura tenía un precio altísimo, si no se lograba la totalidad de lo comprometido, garantizarían el éxito de la empresa con sus patrimonios. También tuvieron que salvar el escollo de un pleito incoado por Añasco, que reclamaba que se le quitaba parte de su territorio para la fundación del nuevo poblado.
Un puerto y un acueducto
Afortunadamente, Mayagüez creció como una ciudad de progreso en todos los órdenes. Poco tiempo después de su fundación, terminando el siglo 18, el tabaco era su producto principal, seguido del arroz y el café, además de la extensa ganadería en la zona.
El siglo 19 le fue de particular provecho. La apertura de su puerto fue determinante. Además de la gran actividad comercial que ello produjo, por él llegó una gran inmigración peninsular, europea y de la América en fermento revolucionario, atraída por la Cédula de Gracia y la estabilidad política. Su importancia como segundo puerto del país quedó constatada con la construcción del edificio aduanero, terminando el primer tercio de siglo.
Su progreso es tal que, para esa época, se le concede la designación de Villa y de Juzgado de Primera Instancia. Pero, al ocurrir el Fuego Grande, en ausencia de un acueducto y servicio de bomberos, destruyó 660 de las 700 casas que componían la Villa.
En apenas seis años, Mayagüez recuperó su pujanza económica, apoyada en una actividad portuaria de comercio exterior directo con ciudades europeas, a las cuales exportaba el azúcar de sus 27 haciendas y el café de sus 92 haciendas.
A mediados de siglo, el mejoramiento en sus condiciones de vida era patente. Los niños pobres podían estudiar gratuitamente en el Liceo de Mayagüez y proliferaban las instituciones de enseñanza privada, incluso para niñas, con programas de estudios de gran calidad y variedad.
Mientras tanto, se registraban elementos que lo encaminaban en la ruta de la modernidad: la Alcaldía estrenaba un reloj público, se establecía un servicio de serenos, y atendiendo a las necesidades de otro tipo, se construían un cementerio, una cárcel y un hospital militar.
Fuegos y el vómito negro
Más, todo ese desarrollo se vería interrumpido nuevamente por desastres naturales. Una madrugada de 1852, las llamas volvieron a ensañarse con Mayagüez, aunque, esta vez, el Servicio de Bomberos evitó que el daño fuera mayor.
Poco tiempo después, el vómito negro, el cólera morbo y la fiebre amarilla sembraron la muerte en rápida sucesión. La gesta médica y sanitaria del Dr. Ramón Emeterio Betances – más tarde, el “Padre de la Patria” - lo consagró para siempre como el “médico de los pobres”. Empero, el progreso no se detenía.
Para 1858, había servicio de correo con San Juan y el exterior. Justamente, por su inexorable vínculo con el agua, en 1862, es Mayagüez la primera población puertorriqueña en contar con un acueducto.
Más adelante, un rayo destruye parte de la iglesia, como si la naturaleza conspirara contra la aún villa. Tanto es así que, en 1866, otro fuego destruyó parte de Mayagüez y al año siguiente lo azotó el temporal San Narciso.
Pero, los mayagüezanos no se amilanan ante la adversidad. Para 1868, año del alzamiento en Lares contra la explotación colonial, Mayagüez cuenta con todas las ventajas materiales de la época, a través de una oferta comercial amplia y variada, así como de una gama de servicios artesanales y profesionales.
Abolición de la esclavitud
Iniciado el último tercio del siglo 19, la ciudad tiene telégrafo y el primer ferrocarril urbano, y antes de que concluyera el siglo sus calles se alumbraban con luz eléctrica.
En el orden cultural, fue la segunda ciudad puertorriqueña en tener periódicos – llegó a tener docenas de ellos - y una revista semanal, para la década de 1870.
Betances, Lola Rodríguez de Tió, Segundo Ruiz Belvis y Eugenio María de Hostos son sólo los intelectuales más destacados, entre muchos otros, que prestigian los salones culturales y literarios de Mayagüez, en un clima de liberalismo político y social ejemplar.
En la Iglesia de la Candelaria, poniendo la acción junto a la palabra del abolicionismo, Betances y Ruiz Belvis practicaron la manumisión en la pila de las aguas bautismales.
En 1874, se funda la Biblioteca Municipal y el Casino de Mayagüez, institución sociocultural que antecede al Ateneo Puertorriqueño por dos años.
Su juventud se educa en el Liceo y en la Escuela Libre de Música, mucho antes del comienzo del siglo 20. Todo ello, a pesar de la adversidad del fuego de 1874 que destruye dos tercios del barrio Salud y del huracán San Felipe y la epidemia de viruelas negras de 1876.
No es en balde que 1877 es el año en que Mayagüez recibe la designación de “Ciudad”, como un reconocimiento a su categoría poblacional y a la tenacidad con la que luchaba por salir adelante ante los retos del destino.
1898 tranvía y red telefónica
A la llegada de las tropas de Estados Unidos en 1898, ya la ciudad se había ganado el título real de “Excelencia”, bien habido, por un progreso que ya incluía el mejor mercado público del país, un asilo de pobres, un tranvía desde la ciudad hasta el barrio Guanajibo y el comienzo de una red telefónica.
La ciudad se enorgullecía de tener el índice de alfabetización más alto de todo el país. Tal era su situación general que, en 1899, el New York Times describe a Mayagüez como una de las ciudades más ricas y de mejor apariencia en Puerto Rico.
La adversidad se repite en el fin del siglo 19 y los primeros años del siglo 20. En 1899, la ciudad sufre el embate del huracán San Ciriaco. A pesar de ello, su vida recibe el impulso importante del establecimiento de la Estación Experimental Agrícola en 1901, la cual sirve de precursora del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas, en 1912, gestionado por José de Diego y Luis Muñoz Rivera.
Pero, ese impulso queda abruptamente detenido por el terremoto de 1918, sismo que destruye 735 edificaciones en la ciudad. Como si ello fuera poco, tan solo ocho meses después, se incendia el Teatro Yagüez, dejando un saldo de 300 muertos.
La década que le sigue es de reconstrucción, y en ella es la industria de la aguja la que adquiere singular protagonismo, aportando a la economía, ese 1929 cuando se inicia la Gran Depresión, la respetable suma de $14 millones. Las calamidades no cesaban, y en 1933, el desborde del río Yagüez produce una gran inundación.
Evolución urbana de Mayagüez
Mayagüez resurge de sus cenizas y se levanta de entre sus escombros, y mantiene su sitial como tercera ciudad del país. A fines de la década de los años 30, esas aguas, cuya pureza es certificada científicamente, son la base para una floreciente industria cervecera, que se vino a sumar a la de ron de gran calidad.
Comenzando la década del 1960, por las aguas de su puerto llega y se va el atún luego de ser procesado y enlatado en agua, proceso industrial que, en un principio, aporta 300 empleos y genera una nómina de $800,000.
Y es por ese puerto físico y simbólico de ciudad acogedora de otras gentes llegan muchos a beber de la fuente del conocimiento científico y técnico que es el Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas, luego nombrado Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico, como parte de la reforma universitaria de 1966.
La presencia del Colegio es definitoria de la ciudad. El Colegio pone a Mayagüez para siempre en lugar de privilegio en el mapa de la educación superior internacional. Jalonado por ese desarrollo académico, poco después se crea el Centro Cultural, con teatro, biblioteca y archivo histórico.
La vocación mayagüezana por las artes y las ciencias toma nueva fuerza. Al principio de los años 70 se establece el Centro Médico Dr. Ramón Emeterio Betances, uniéndosele más tarde el Jardín Zoológico Dr. Juan A. Rivero, y el Parque de los Próceres, como testimonio de gratitud y reconocimiento a los grandes de la patria. Y aquella humilde iglesia terminada en 1763 se convierte en catedral, por virtud de ser la sede de la Diócesis de Mayagüez.
Catedral Nuestra Señora de la Candelaria
Ya Eugenio María de Hostos, el “Ciudadano de América” y Maestro continental, nacido a la vera del Río Cañas, había escrito con letras de oro el nombre de su pueblo en los anales de la educación y la cultura de este hemisferio. Juan Rius Rivera había hecho lo propio en los de la historia de la lucha por la libertad. Ellos son solo dos de los muchos mayagüezanos que han prestigiado a su pueblo y a su país.
A pesar de la incertidumbre en lo económico, la ciudad se proyectó con la misma confianza de sus fundadores y de quienes durante sus 260 años de historia la han llamado su patria chica, abriendo sus puertas como anfitriona de los exitosos XXI Juegos Centroamericanos y del Caribe 2010, y ha seguido remozándose y creando nuevos espacios de crecimiento y oportunidad para una vida más rica material y culturalmente, a pesar de la pandemia del coronavirus.