Juez mayagüezano en Florida

Juez mayagüezano en FloridaEl juez superior Wilfredo Martínez no viste atuendos ostentosos ni tampoco es miembro de clubes exclusivos donde sus homólogos suelen pasar sus días libres. No entretiene su mente con resolver enigmas del futuro, sino se mantiene -como siempre lo ha hecho- enfocado en mejorar el hoy.

Y es que toda su vida ha consistido en una lucha de superación. Antes de que cumpliera dos años, sus padres lo trasladaron a él, sus tres hermanos y a su hermana desde Mayagüez al Bronx, en Nueva York, o a “la jungla”, como se le decía a esa zona en aquel entonces. La pobreza que lo rodeaba lo obligó a ser testigo de la crudeza del bajo mundo y de experimentar “toda oportunidad para ser oprimido”.

A temprana edad ya sabía que solo tenía tres opciones para el futuro: ser víctima del narcotráfico o el crimen, soldado en el Ejército o profesional con estudios universitarios. Martínez se propuso estudiar con la meta de ser doctor.

“No había otro vehículo fuera de esa comunidad. Tenías que decidir si querías arriesgarte a que te encarcelen o te mataran o si querías estudiar y largarte de ahí. Entonces, decidí estudiar y largarme de allí”, recordó.

El primer paso para salir del barrio fue la admisión a la prestigiosa escuela secundaria The Bronx High School of Science, donde los alumnos cursaban cuatro años de clases universitarias mientras completaban el cuarto año. Esto fue posible gracias a la lucha de las madres de la comunidad. Mientras estaba ahí, comenzó su labor comunitaria en la Asociación Nacional de Asuntos Puertorriqueños.

Enfocado en continuar sus estudios, se dejó llevar por sus colegas y solicitó admisión a las universidades de la Liga Ivy. No tardó mucho para que, en el 1968, la Universidad Yale lo aceptara.

“No teníamos orientación ni idea de qué rayos estábamos haciendo en lo absoluto. Lo único que sabíamos era que queríamos largarnos de allí (del Bronx) y queríamos ir a la universidad, así que aplicamos a las mismas universidades (que nuestros compañeros de escuela). ¿Sabía lo que eran? Diablos, no”, recontó entre carcajadas.

Martínez figuró entre los primeros 12 estudiantes puertorriqueños provenientes de escuelas públicas aceptados en Yale. Sin embargo, la universidad no los recibió cálidamente. Los primeros cuatro años universitarios estuvieron marcados de constantes luchas contra una administración que “no los comprendía”. Por esto los 12 boricuas exigían igualdad, tanto para ellos dentro de la universidad como para los obreros latinos de la comunidad aledaña. Por ende, establecieron el programa de orientación para ayudar a personas de minorías previo a ingresar a la universidad y fundaron el Centro Cultural Julia de Burgos, que cerró la brecha entre Yale y la clase trabajadora.

Juez mayagüezano en Florida“Siempre fue una lucha porque éramos la minoría. La gente no nos entendía. Era bien, bien difícil ser puertorriqueño en una escuela de blancos”, recordó.

A consecuencia de estas luchas, Martínez cambió de dirección y optó por encaminarse a la abogacía. En su tercer año universitario, estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, al regresar a los Estados Unidos, se dio de baja de Yale para trabajar como paralegal en la organización sin fines de lucro The Legal Aid Society. Tras dedicarle tres años a la entidad, regresó a Yale y se graduó en el 1979.

“Estuve envuelto tanto en la sociedad y la comunidad, que dije: ‘Deja intentar (ayudar a la gente) en el Legal Aid Society’. Esa era mi gente”, recalcó.

Al recibir su doctorado en Derecho de la Universidad de Nueva York en el 1982, envió 500 cartas a bufetes de abogados en estados del noreste en busca de empleo. Ninguna fue contestada.

Debido a las pocas oportunidades laborales y la discriminación racial que permeaba en el área, se mudó en el 1983 con su familia a Florida, donde fue voluntario en la Sociedad de Ayuda Legal de la Asociación de Abogados del Condado de Orange, mientras estudiaba para el examen de la barra.

“Esas son las cosas que son endémicas en estas estructuras, porque no están acostumbrados a tener este tipo de personas (minorías)”, repitió.

Poco después, comenzó su práctica privada, donde se especializó en litigios civiles generales con un enfoque en derecho comercial, inmobiliario y de familia. Durante este tiempo, más de una cuarta parte de sus casos los trabajó gratuitamente.

“Empezamos desde abajo, lo cual no era nada nuevo para nosotros. Cuando tocas fondo, solo hay una manera de salir”, manifestó.

A finales de los 90, los líderes de la comunidad latina le pidieron que se postulara para juez, ya que había una escasez de magistrados hispanos en el estado. En 1998 fue designado como juez del Condado de Orange, ganó la reelección en una carrera disputada en 2000 y fue reelegido sin oposición en 2006 y 2012.

“No es que siempre haya querido ser juez. No, yo quería ser médico. Pero, la realidad y la injusticia te golpea y te das cuenta de que lo que le está pasando a nuestra comunidad. Realmente, me perturba mucho ver que las minorías son dejadas de lado como si fueran basura. Lo que me motiva (a continuar luchando) es cuando veo a ese niño que tiene todo en su contra. Dices ‘ese fui yo’. Esos niños merecen una oportunidad”, resaltó conmovido.

En 2010, fue nominado por el presidente Barak Obama para formar parte de la junta directiva del Instituto de Justicia Estatal, entidad cuyo propósito es ayudar a financiar proyectos judiciales en los estados y territorios de los Estados Unidos. Este cargo aún lo ocupa.

Después de una lucha contra el cáncer, se retiró en 2019 para dedicar su tiempo a la lucha contra la trata humana y se desempeñó como miembro de la junta y presidente del Comité de Gobernanza de Abolicionistas Unidos. En 2019, el Tribunal Supremo de Florida lo certificó como juez superior con autoridad para escuchar casos en cualquier tribunal de primera instancia, posición que ocupa hoy día.

“Soy orgulloso de ser puertorriqueño y muy orgulloso de los éxitos (de los puertorriqueños). Pero, los éxitos no se limitan a profesiones. Para mí, el éxito es salir del barrio pobre, no creerle cuando alguien te dice que no eres nada, que no vales nada, no creer eso. Creer en uno mismo y salir de la pobreza. No tienes que ser un profesional con licencia para tener éxito. También me siento triste porque, mayormente, a los puertorriqueños no se les ha dado la oportunidad (de tener éxito). Todavía son explotados, todavía están infravalorados, por lo que es una lucha continua. Es una lucha que va a seguir”, acotó.


* Publicado en endi.com.