“Voy a ocuparme del porvenir, no del presente”
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- por Marcos Reyes Dávila *
Recibí con el mayor agrado la invitación que se me hizo para ofrecer, justamente aquí, en esta tierra que lo viera nacer, algunas palabras sobre Eugenio María de Hostos a propósito de su natalicio. Son 185 velitas… de vida bien ganada, desde el 11 de enero de 1839. Hablamos de un mayagüezano que engrandece esta ciudad… y este país; que agiganta a Mayagüez… a nivel antillano, a nivel latinoamericano, a nivel iberoamericano, a nivel panamericano, e incluso, a nivel mundial. Por eso, si me permiten decirlo, hacemos bien en comenzar el año recibiendo este natalicio casi como un bautismo de quien fue considerado, en vida, como un apóstol de la libertad de los pueblos, y los hombres y mujeres. Ciertamente, que a todos nos viene bien esta parrandita.
Pero todos ustedes saben eso, y por eso están presentes hoy aquí. De modo que no deseo hablarles de los aspectos más acostumbrados. Tan solo intentaré conversar con ustedes, y hacer unas breves reflexiones sobre unos pocos aspectos, de los incontables que conforman, como decía el maestro José Ferrer Canales, el poliedro de su obra. Antes, definamos el perímetro.
A veces nos parece que vivimos encerrados en la celda del presente. Un presente que parece que carece de raíces con el pasado. Un pasado tan difuso que parece ausente. Un pasado que parece que no conviviera con nosotros... De modo parecido ocurre con el porvenir. A veces parece para muchos que el presente se proyectara fatalmente, inalterado, es decir, sin futuros alternos, posibles, en los calendarios. No fue así para Hostos. Cuando se halló por vez primera ante la infinita pampa argentina gozó… de ver que tenía ante sí, él y el pueblo argentino, posibilidad infinita: todo un mundo por crear.
Al hablar sobre Hostos hay que tener en cuenta varias facetas que lo distinguen y suelen señalarse, comenzando, desde luego, con el Maestro, y luego, con el revolucionario defensor de la independencia de Puerto Rico y de Cuba, el moralista, el sociólogo, el jurista, el novelista, el diarista, entre otros. Todas las mencionadas son solo vertientes mayores, pues estas a su vez se dividen, una y otra vez, como las ramas de un árbol frondoso, un enjambre inmenso, que, no obstante, muestra una virtud muy especial. Y es que, a pesar de ser tan vasto enjambre o ramaje frondoso, es tan extraordinariamente coherente que cada aspecto halla su vínculo correspondiente con otro, de modo que no se trata solo de líneas de luz que se dispersan, sino de una red estrechamente entretejida. ¿De modo, que hoy, de cuál de tantas ramas puedo platicarles?
Una breve digresión puede ayudarme a elegir el asunto a tratar hoy. Sospecho que la invitación que se me hizo para hablarles de Hostos en este natalicio obedece a la publicación de un/el libro sobre Hostos que publiqué hace poco menos de un año: Los días de su madrugada. Hostos, La Biografía. ¡Tanto se ha escrito sobre Hostos!, que hasta me han preguntado para qué publicar una biografía más. A decir verdad, me sorprendió un poco esa pregunta. Solo dos biografías importantes vieron la luz alrededor del centenario de su natalicio: la de Antonio S. Pedreira y la de Juan Bosch. Poco después, pero hace alrededor de 70 años, Carlos Carreras publicó una nueva. Es cierto que algunas otras obras biográficas --y entre ellas alguna importante-- se han publicado, pero no tuvieron la aspiración de acotar o pasar revista de todo, todo el hombre y su obra.
En la historia de las ideas, por otra parte, puede comprobarse que a las ideas les ocurre lo que a las aguas del río en la famosa sentencia de Heráclito, el griego: no podemos bañarnos dos veces en la misma agua de un río. Como sabemos, los seres humanos somos objeto de cambio continuo, y entendemos, interpretamos, valoramos, lo que fue ayer de manera diferente hoy. Cada época cultural produce un modo de ver y entender, una perspectiva y un lenguaje crítico que se esfuerza por imponerse a todos y en todo. Al leer, estudiar y escribir mis trabajos sobre Hostos, echaba de menos contar con el apoyo de una biografía que, al menos, se hubiese escrito desde la perspectiva nuestra, es decir, contando con todo lo nuevo escrito o estudiado durante los últimos 70 años. Es decir, durante toda mi vida. (¡ya delaté mi edad!) ¿O es que vamos a pensar que todo lo que se ha aportado en libros, simposios y congresos, en tantos países, no ha aportado nada a la comprensión de su vida?
Sin embargo, yo no me atuve al dedillo a esta cuestión que puntualizo. Por defecto propio, tiendo a hacer mi propia lectura casi al margen del canon concurrido. Y además, para colmo, violé con premeditación y alevosía, como dice mi hermano abogado, algunas de las reglas acostumbradas, que son protocolarias del quehacer biográfico. Me refiero, principalmente, a la distancia que apadrina una pretendida y aspirada objetividad, entre el biógrafo y el biografiado, distancia que, sin embargo, en algún grado, menor o mayor, siempre se desvirtúa.
Tampoco quise hacer una biografía crítica, una biografía repleta de referencias y notas al calce que interrumpieran lo que quería que fuera casi un cuento. Decenas de estudios y ensayos, incluso dos libros, de análisis académico y crítico, llenos de esas referencias, citas y bibliografías, había publicado en mis más de 30 años de visitas a su obra. Esta vez solo deseaba disfrutar, narrando, la historia de su vida para ofrecerla a un público amplio, y no para un grupo de académicos. Por eso quise evitar numerosas notas al calce y las referencias bibliográficas que muchas veces son como vallas que obstaculizan y distraen la lectura.
Deseaba además que, en todo lo posible, fuera el mismo Hostos quien contara su vida. Deseaba seguirlo, como a escondidas, para anotar su vida pública, declarada, y también espiar, hasta por las ventanas, sus intimidades. Por eso resultó ser una biografía escrita a dos manos, a dúo, a dos voces, más que una biografía crítica. Una biografía que quiere oírlo… y hacerlo oír al lector… sin cuestionar su testimonio. Una biografía que deseaba hacer el retrato completo, para que el lector alcanzara a percibir a Hostos de manera cercana, y como en tres dimensiones. Como un …holograma… que se presentase vivo ante nosotros. Un holograma es una composición de tantos puntos o tantas células que ante los ojos esos puntos y células no se distinguen. Pero esas aspiraciones nuestras tenían en parte que fracasar, porque, como hemos puntualizado, la biografía de Hostos… es interminable. No pude cumplir con el propósito de brevedad, es decir, que no pude suprimir totalmente las notas al calce, ni la bibliografía, pero sí logré minimizarlas. La biografía no cupo en el espacio de una hora de programa televisivo, porque las peripecias de su vida ¡son tantas! Y el sentido y la importancia de los acontecimientos son… tan altos y complejos, que la historia quebró la brevedad del tiesto a la que aspiré.
Eso es parte de lo que pretendí insinuar con el título del prólogo: “Esta es mi vida”. Un prólogo en el que imaginamos que alguien entrevista a Hostos por televisión y le pregunta: “¿Quién es usted?” Y entonces, él responde con el contenido del libro.
¿Y con cuáles palabras comienza en el libro Hostos a relatar su vida? De esta manera, cito:
“La imagen que me representa … invariablemente… no es la única que podría representarme, y quizás sea la menos certera. Creo que fui sobre todo un libertador.
Fui tantas veces solo un empedernido y desaliñado viajero por las calles empedradas de Mayagüez, San Juan, Juana Díaz, Madrid, París, las montañas de Cataluña, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires, Caracas, Santo Domingo, La Plata, Nueva York, Washington, mareado mil veces en barcos, empolvado a caballo por las sierras de los Andes chilenos, por las vegas dominicanas, por las sierras peruanas, por la pampa argentina, conspirando en chinchorros, bateyes, barracones, postulando en las Cortes, tronando en asambleas, matraquillando en la prensa, aprestando señas en el aula, arengando en favor de la libertad española, antillana, anticolonial, antiimperialista en todas partes, sudado y con las botas sucias, pero también hermanando y amando.
El maestro es una de las etapas más importantes de mi vida. Pero en cuanto maestro, moralista, jurista, sociólogo, revolucionario, esposo y padre, en todas esas formas y tareas solo me alucinaba la libertad de los pueblos y de todos los seres humanos por la que luché en todos, todos, los terrenos. Éste soy yo”.
Dejemos ahora de hablar del libro y tomemos un punto de partida, porque yo, por si les interesa saberlo, no llevo conmigo a Hostos –dicho sea con mil perdones— como pieza de museo, estudio de arqueólogos, exégeta de libros raros, incunables, con la mirada en la nuca, sino como compañero de viaje. Por eso titulé estas palabras, a solicitud de Millie Gil, apropiándome de una expresión del mismo Hostos que lo retrata con exactitud y de cuerpo entero: “Voy a ocuparme del porvenir”. De modo que hoy (esta mañana) solo intentaremos esbozar un par de reflexiones que sean pertinentes para los tiempos en que vivimos.
Toda la historia de la humanidad ha logrado sobrevivir a tiempos plagados de amenazas. Algunas de ellas resultaron en diferentes catástrofes, y en diferentes puntos del planeta. A veces hasta parecía que se acercaba el apocalipsis. Nuestra época no escapa ni a amenazas, ni a calamidades, ni a plagas ni nubarrones. Por eso muchos apelan a la sabiduría de mujeres y hombres de otros tiempos, otros siglos y espacios, e incluso, de otros milenios. De modo que les propongo comenzar con un corto viaje al pasado.
En el prólogo al libro de Félix Ojeda Reyes, Peregrinos de la libertad (1992), Ramón Arbona observó que José Martí calificó en una ocasión de “arrogantes” a los más notables representantes de las luchas por la liberación de las Antillas. Con ese calificativo, explica Arbona, Martí intentaba aludir a un atributo que cubría a estos peregrinos de la libertad, como con una aureola.
Esa aureola, de arrogancia, según dice, no era sino la manifestación de una impresión sensible producida en los demás, por el reconocimiento, en ellos, de una gallardía inusual, una valentía, desenfado y buen aire, que les permitía caminar sin desfallecer, construir donde se pudiera construir, conspirar donde hubiera que conspirar, hacer acopio de fuerzas que no parecen desfallecer, y “mendigar recursos, predicar, suplicar, debatir, combatir y, si derrotados, empezar de nuevo por dónde se pudiera empezar, cómo se pudiera empezar, en un peregrinaje que solo podía tener fin el día que los alcanzara la muerte, en el triunfo o en la derrota, y a pesar del mareo, los zapatos gastados, el hambre y la pobreza”.
“Recordamos, por ejemplo, que Luis Bonafoux, al terminar su biografía del inmenso Ramón Emeterio Betances, evocó con sublime ternura, que en las últimas semanas de vida de este hombre grande, respetado y reverenciado entre los más grandes de su época, ya fuera en Puerto Rico, en Cuba, en República Dominicana, en Haití, en Francia, o en la misma España que supo tanto amar como combatir, no se avergonzaba --muy poco antes de fallecer, repito-- de vender sellos, pequeñas banderitas, botones, alfileres y souvenirs para la causa de la libertad de Cuba. Ante Hostos, también estamos frente a un hombre de dimensiones paralelas a las de Betances.”
Insisto en recurrir a Félix Ojeda Reyes, recientemente fallecido, en su homenaje. Félix, afirma en el capítulo de este libro antes citado, un capítulo dedicado Hostos que titula “Profeta de la Federación Antillana”, que “sin lugar a dudas, Hostos fue el más grande de los pensadores puertorriqueños de todos los tiempos”. (84)
“Aunque en aquel entonces Manuel Zeno Gandía, nuestro afamado novelista, no era independentista, dio el testimonio de quien fue un privilegiado testigo, de que en las entrevistas de los miembros de la Comisión Puertorriqueña que fue al Congreso y a la Casa Blanca, tras la invasión y ocupación de Puerto Rico y Cuba en el 1898, para discutir el futuro de Puerto Rico con senadores, con el Secretario de Estado y con el mismo Presidente William Mckinley, Hostos, dice, fue sencillamente “inmarcesible”, es decir, luminoso y sin mancha”.
Ojeda Reyes reproduce, en el libro citado, cuatro artículos de Hostos que no están incluidos en las Obras Completas de 1939 (OC), titulados “Cuba, desde Chile”, publicados en Santiago de Chile. El primero es de agosto de 1897. Lo siguen otros tres, sin fecha cierta, excepto el cuarto, que solo indica que es de octubre de ese mismo año. Interesa tener en cuenta que en las OC aparece una serie numerosa titulada de “Cartas Públicas acerca de Cuba”, dirigidas a su íntimo amigo, y senador de la república chilena, Guillermo Matta, cuyas fechas datan de septiembre de 1897 a diciembre de ese año. De modo que los nuevos artículos que reproduce Ojeda Reyes se insertan entre esos ya conocidos.
Siempre me pareció curioso, que la primera de las “Cartas Públicas” dirigidas al senador, en las OC del 39, comenzara con una expresión que --a todas luces --y así lo hemos señalado con anterioridad-- sugiere que se enuncia in media res, es decir, a mitad del asunto. Dice en su primera línea, como si fuera una íntima confesión: …
“Callaba por despecho”. (¿?)
Imaginen que reciben una carta, ya sea de conocido o de desconocido, que comienza diciendo: “Callaba por despecho”. Imaginen que comienzo yo a hablarles esta mañana, aquí, diciendo, desnuda y calladamente: “Callaba por despecho”.
… Como si antes hubiera comentado algo. Es decir, ¿qué callaba? ¿cuándo? ¿dónde? ¿a quién?...
No sabemos si hay una relación directa, pero lo cierto es que Hostos redactaba artículos en defensa de Cuba desde que tuvo noticia del comienzo de la nueva sublevación iniciada por José Martí a comienzos de 1895. ¿Es suficiente para explicar una frase de introducción como esa, íntima como una confesión del alma, y huérfana de toda referencia?
En los artículos rescatados del olvido por Ojeda Reyes, Hostos hace justo al comenzar, otra de las suyas. Escribe Hostos: “Voy a ocuparme del porvenir, no del presente”.
En todas sus andanzas y quehaceres, Hostos, o era siempre vigía o faro, o se colocaba en la quilla como un mascarón de proa. Era un hombre brújula… Un horizonte que siempre es un misterio inescrutable para quién no alcanza a anticipar el destino. Y quien lidia con el horizonte incierto se convierte, él mismo, en horizonte incierto. Abundaron a lo largo de toda su vida, y en todas las latitudes, muy importantes personalidades que no lograban comprenderlo ni alcanzar la altura y complejidades de su pensamiento. Sus visiones utópicas no eran ensoñaciones. En Hostos, la utopía era una agenda de trabajo. Desde el campo militar de batalla se ponía a trabajar en su agenda de horizonte. Se batallaba en la manigua cubana y se conspiraba con armas en Cuba y República Dominicana, y el escribía todo un tratado de principios para construir sociedades libres: el “Programa de los Independientes”. Nació muy temprano, llegó a todo muy temprano, él mismo lo dice. Había visto por doquier países que alcanzaron la independencia militar, pero fracasaron en crear sociedades libres, porque los mismos hacendados, los oligarcas poderosos, siguieron despreciando, marginando, despojando, explotando, esclavizando, y abusando de la inmensa mayoría de la población. Por eso la revolución a la que Hostos aspira –y perdóneseme el verbo en tiempo presente-- es la de un hombre nuevo en una sociedad nueva, que solo podía construirse después del triunfo militar, y con las armas del libro. Era una revolución no solo del leer y aprender, sino del pensar, de asumir los deberes, y fortalecer la voluntad para ejercitar los derechos propios… y los ajenos. Una revolución en pos de seres humanos que fueran conscientes del deber de luchar, diaria y permanentemente, por la libertad y la justicia. Ese es el fundamento y el sentido de su obra capital: la “Moral social”, parte fundamental de su Tratado de Moral.
Este que les habla, mantuvo marginado de sí mismo –de mí mismo, quiero decir-- un juicio de Francisco Manrique Cabrera, primer historiador de la Literatura Puertorriqueña, que resume con esta fórmula su visión de Hostos. Escribió que Hostos era… un “vivir peregrinante en confesión”. En aquel lejano entonces, cuando leí la frase, fue para mí una idea que me olió demasiado a cirio de capilla… Pero ahora, las citas que rescató del olvido Ojeda Reyes, me hicieron oler y entender de otra manera ese juicio de Manrique Cabrera.
Yo había rondado esa misma idea, pero mirándola a través de un prisma con otros colores. Hostos, siempre, siempre, desde Bayoán mismo, su obra prima, fundacional, estuvo en pos de lo que debía venir, como señalé, después de la independencia política, para que esta no se malograse y verdaderamente nos llevase a la libertad. Eso que habría de venir era también, y es, un campo de lucha permanente que exige de seres humanos entrenados para ese combate diario. Era la revolución del “espíritu en progreso” que desarrolló con el instrumento del diario. El diario de Hostos es una milagrosa célula madre de la que germina toda su obra, comenzando con la moral y la pedagogía.
Debemos tener en cuenta que Hostos no fue un maestro al uso. Ni siquiera del ABCD y F- de FRACASADO. Su pedagogía estaba dirigida a formar hombres y mujeres que, conforme a su famosa definición del “hombre completo”, debían ser capaces de todos los heroísmos, de todos los sacrificios, de todos los grandes juicios, movidos por la voluntad y la conciencia. Era un maestro del aula y de la calle, de la acción militante.
Quisiera ahora, pasar a otro asunto que pone en evidencia cuánto se relaciona lo que venimos exponiendo con los días que vivimos. Me atengo, para justificar el recurso que usaré ahora, al hecho de que Hostos fue un amoroso y devoto padre, creador de una novedosa y audaz pedagogía para niños, y también de una literatura creada no solo sobre los niños, sino para los niños.
Atemos todo esto al personaje de tirillas cómicas llamado Mafalda. ¿Quién no conoce a Mafalda? Quino, su autor, ya desaparecido, era un humorista gráfico argentino, a quien lo caracterizaba una aguda capacidad de visión y crítica social. Fue el autor del mundo de Mafalda, una niña perspicaz, de clase media trabajadora y asalariada, contestataria, solidaria e inconformista, con aspiraciones tanto idealistas como reflexivas, y preocupada con las calamidades de este mundo enfermo. La acompañan un pequeño grupo de personajes, cada uno representante de cualidades y características sociales diferentes. Entre ellas nos interesa ahora Susanita, una amiga de Mafalda frívola, cuyo mayor deseo en la vida es asumir el rol clásico de la mujer doméstica, casarse con un hombre guapo y rico, tener hijos. Es envidiosa, rencorosa, racista, despectiva con los pobres, y muy pendiente de la imagen y la moda. Hay un par de tirillas que me gustaría recordar ahora. Tirillas sobre el mismo asunto. Escojo una por la manera breve y clara en que enfoca el asunto que deseo apuntar:
Mafalda y Susanita al llegar caminando a una esquina, ven a un hombre pobre y desvalido que pide una limosna. Mafalda le comenta a Susanita:
-- Me parte el alma ver gente pobre. Y Susanita responde:
-- A mí también.
Entonces Mafalda propone:
-Habría que dar techo, trabajo, protección y bienestar a los pobres.
Y Susanita, extrañada al oírla, le riposta:
- ¿Para qué tanto? Bastaría con esconderlos…
Esta tirilla representa el debate de dos principales tendencias políticas de nuestra época. Son dos programas que se debaten de manera irreconciliable en el mundo actual, y que tienen repercusiones graves que urge tener en cuenta.
No hay respeto a los derechos humanos y civiles donde no hay igualdad social. Esa es una esencia de la moral social de Hostos. La desigualdad social, es decir, la subordinación de un grupo o una clase por otro grupo o clase requiere siempre del uso de una fuerza impositiva. Y Hostos aborreció siempre del uso de la fuerza bruta. Aborreció las conquistas y los grandes conquistadores, reyes o dictadores o emperadores de la historia que nada construyen y todo lo destruyen. Enalteció a los pueblos; enalteció a Simón Bolívar porque adelantó la libertad de Nuestra América, y por esa misma razón a George Washington, y a Lincoln por adelantar la igualdad social y de los derechos. Pero no a Napoleón. No a la Inglaterra que conquistó a la India o la China, porque la libertad no es una fuerza que se impone desde fuera y desde arriba, sino un poder social que brota desde abajo, desde el seno de la familia, sube luego de la calle, luego del barrio, luego del municipio, de la región, y finalmente integra la nación. No hay ni puede haber democracia donde una parte considerable de la población está sometida o subordinada a la fuerza de la otra parte. Esto que digo debería recordarnos mucho, por decir lo menos, las realidades del mundo que hoy se vive por doquier, ejemplos de los cuales sería obvio señalar. Tenemos que luchar contra esas fuerzas o perecer. “Civilización o muerte”, fue una de las últimas consignas de Hostos.
A mi juicio, quizás difieran algunos de ustedes, vivimos en un tiempo que con violento berrinche, hasta emperrarse diríamos --conforme al diccionario--, si no fuera porque carece del olfato fino, la inteligencia y las lealtades del buen vivir de nuestros perritos hogareños. No hablo solo del cambio climático que extingue miles de especies todos los días envenenando y saturando los mares de plástico, y dispersando sobre tierra, agua y aire un aliento insalubre. No me refiero tampoco a la automatización de esa que llaman “inteligencia artificial”, que representa la acelerada deshumanización de nuestra época. Lo que deseo acusar es al llamado incesante a las armas, a la orgía de guerras que circundan el planeta, haciendo acopio de una fuerza capaz de destruir países enteros; a la masacre incontenible de vidas; al retroceso y desprecio cada vez más ostensible de los derechos humanos y civiles de los que conspiran para piratear riquezas y parece que buscan reducirnos a la patria del esclavo, que según Hostos decía, esa patria del esclavo es su cadena. Irónicamente, los medios para terminar con la pobreza y con el hambre existen desde hace mucho.
Quino publicó en otra ocasión otra tirilla cómica que viene al caso. Mafalda dirige un coro con sus amigos que cantan la tradicional “Noche de paz. Noche de amor”. Justo ahí interrumpe Mafalda el canto y les dice que, antes de continuar desea saber… si entienden la letra. Porque en esta época que algunos denominan como la de la “posverdad” los términos, las ideas, se han desnaturalizado y las camisas se exhiben al revés. ¡Si se habla hasta de la “revolución de los colores”, de los sabores, de la moda!
Entonces, cabe preguntar, ¿qué es en realidad la verdad?
¿qué es en verdad la libertad?
¿qué es en verdad la moral?
¿qué es en verdad la justicia?
¿cuáles son los derechos humanos fundamentales que no deben ser nunca enajenados?
¿cuándo dejó de ser la vida, y todo lo que ella implica, un derecho sin el cual ningún otro derecho existe y la humanidad no puede sobrevivir?
Todo eso es parte fundamental del pensamiento que trazó Hostos a lo largo de todo su camino.
Un intelectual argentino publicó recientemente un artículo sobre los últimos acontecimientos que vive la Argentina. Dice palabras que quizás nos conciernen. Habla de “autoinmolación”. Y del “carácter apocalíptico del tiempo que vivimos.”
En un ensayo publicado en sus últimos años, “El siglo XX”, Hostos profetizó lo que temía que habría de ser el nuevo siglo que se abría. Y advirtió, conforme a su aptitud visionaria, que sería un siglo en el que la fuerza bruta que ejercerían los grandes poderes absorbería o destruiría los pueblos débiles, y correrían ríos de sangre. Ese, me parece, es un buen retrato de lo que fue el siglo pasado, y el agrio y amargo inicio de siglo que ahora tanto duele respirar.
El reino de Hostos, y no lo digo desde luego en el sentido bíblico, no es de este mundo, porque, como hemos venidos diciendo, es un mundo del porvenir, de ese horizonte que nunca se alcanza, y por el que hay que caminar, velar y trabajar todos los días. Un maestro de mi esposa Hilda -Héctor Estades- nos explicó hace muchos, muchos años, la diferencia entre futuro y porvenir más o menos en estos términos: el futuro ha de suceder de todos modos: lo será mañana y el año próximo; pero el porvenir es aquello, desprovisto de fatalidad, a lo que aspiramos e intentamos construir. Por eso Hostos no podía ver pasar un solo día, uno solo, sin sentir que había sido útil.
Hostos tantas veces enarboló como bandera de esas proezas del pensamiento que instrumentó con militancias en el aula y en la calle, en las tribunas, en la actividad del propagandista, como le gustaba identificarse, que es el profeta que vocea, pregona, aboga, por una causa. La Moral, la Pedagogía, la Sociología, la teoría jurídica de Hostos, constituyen, unidos, un tratado de libertad absolutamente embarazado de eternidad, al que debemos volver so pena de perecer. Porque abogar por la solidaridad, la libertad, la cooperación y la justicia son aspiraciones que nunca jamás caducarán.
Mientras más siniestro, oscuro y amenazante se muestra el horizonte, más tenemos que esforzarnos, decía Hostos, por prepararnos para buscar caminos de hermandad y solidaridad. Hostos vivió refutando cuanta fatalidad le salió al paso. Fatalidad de la tragedia inevitable. Hostos decía que, mientras mayor es la injusticia y la guerra, más tenemos que luchar por la justicia y la paz. Porque bien lo supo siempre aquel que siempre estuvo dispuesto -y lo intentó varias veces- morir batallando por su causa: a las maestras normalistas, en su graduación, y a todos les dio cuanto pudo, les enseñó, que el fin no era gozar del día luminoso del triunfo de la justicia… sino CONTRIBUIR A QUE LLEGUE EL DÍA. Y no solos y pronto, sino CON TODOS Y A TIEMPO.
La inteligencia tiene que ser guiada por la conciencia moral… o es nada.
Esto es un museo, y Hostos descansa y se respira aquí, pero también se mueve -debe moverse- y clama -debe clamar- fuera de este recinto. Porque vivió con la arrogancia de negarse a ser la fatalidad de una voz que clama el desierto.
Yo brindo por la salud de Hostos todos los días. QUIZÁS, también todos, podríamos hacer ahora un brindis por su salud...
¡Salud, Hostos!
¡Y larga vida!
* Publicamos con la autorización del autor, el contenido de la disertación “Voy a ocuparme del porvenir, no del presente.” del doctor Marcos Reyes Dávila en el 185 aniversario del natalicio del prócer, en el Museo Eugenio María de Hostos de Mayagüez.