Mayagüez celebra el 115 aniversario del natalicio de la patriota que arriesgó su vida por la bandera de Puerto Rico
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- por mayaguezsabeamango.com
Dominga de la Cruz Becerril era huérfana, pobre y negra. Nació en Ponce el 22 de abril de 1909 pero vivió gran parte de su vida en Mayagüez donde aprendió a leer, conoció la poesía y la música, se hizo declamadora e inició su militancia política en el Partido Nacionalista Puertorriqueño en el 1932, cuando tenía 23 años.
Cinco años después pasaría a la historia por su hazaña de cruzar la línea de fuego para evitar que la bandera de Puerto Rico cayera al suelo, luego que la abanderada que la cargaba en la manifestación civil pacífica del Domingo de Ramos de 1937, resultara herida por los disparos que le hizo la policía colonial por órdenes del gobernador Blanton Winship. En la Masacre de Ponce murieron diecinueve personas, entre ellos dos policías, por disparos aliados y otras 235 resultaron heridas.
La marcha pacífica se tiñe de rojo
Ese 21 de marzo de 1937 el Partido Nacionalista de Puerto Rico conmemoraba la abolición de la esclavitud, que en el país se produjo en el año 1873. La concentración era también una protesta de denuncia y rechazo de las sentencias por sedición que el tribunal federal le había impuesto al doctor Pedro Albizu Campos y a otros líderes nacionalistas.
Dominga tenía 28 años y fue a Ponce con un grupo de sus compañeros de Mayagüez para participar en la manifestación.
En su libro Nationalist Heroines: Puerto Rican Women History Forgot, 1930s-1950s la historiadora Olga Jiménez de Wagenheim cita el recuento de lo que vivió la patriota en primera persona. “Al llegar, la plaza estaba “rodeada de policías bien armados, algunos de ellos parapetados en los techos de algunos edificios”.
Según su recuento, los protestantes descubrieron allí que Winship había cancelado los permisos obtenidos para la actividad. Los organizadores decidieron seguir adelante con la demostración según estaba pautada. Entonces, la policía, abrió fuego contra el grupo.
“Cuenta Dominga que al ver caer heridos a varios de sus compañeros, ella salió corriendo en busca de refugio. Pero mientras corría vio que la bandera que llevaba una compañera (Carmen Fernández) se iba al piso y fue a recogerla ‘porque Don Pedro había dicho que la bandera jamás debe tocar el suelo’. Con la bandera ensangrentada en sus brazos, nos dice, se refugió junto a otros compañeros en la casa de un hacendado que estaba al cruzar la calle. Allí permanecieron poco tiempo porque la dueña de la casa llamó a su abogado, y este, a su vez, llamó a la policía para que viniera a sacarlos. A los heridos, dice Dominga, se los llevaron al hospital y a los demás nos llevaron a la Corte de Distrito de Ponce para interrogarnos. Pasó esa noche en la Corte de Ponce, donde no le formularon cargos, gracias a la ayuda de algunos abogados que acudieron a socorrerlos”, según el relato de Dominga.
A la mañana siguiente De la Cruz Becerril regresó a Mayagüez, donde la volvieron a interrogar “porque allí un fiscal quería hacer ver que ella era uno de los responsables de la muerte del policía que murió en Ponce el día anterior. De esos cargos salió libre gracias a la ayuda de varios abogados y a la investigación que llevara a cabo la Comisión de la Unión Americana de Derechos Civiles, dirigida el abogado Arthur Hays”, explica la escritora.
Una investigación del violento episodio dirigida por la Comisión de Derechos Civiles de los Estados Unidos responsabilizó directamente al gobernador colonial estadounidense, Blanton Winship por la masacre. Dos años después el presidente Franklin D. Roosevelt destituyó finalmente a Winship en marzo de 1939. Sin embargo, ni él ni ninguno de sus subordinados fue jamás procesado por el crimen o siquiera reprendido por los asesinatos.
Después de la masacre, la persecución
Después de la Masacre de Ponce la vida de la también costurera “se convirtió en un calvario ya que la policía la seguía a todas partes y varias veces allanó su casa bajo el pretexto de que en ella se escondían armas”.
A ella, que se dedicaba a declamar poemas de Luis Palés Matos, se le hizo difícil conseguir trabajo. En 1940 se mudó a San Juan, pero allí apenas sobrevivió unos años “de la caridad de algunos amigos, entre ellos Albizu Campos y su esposa Laura Meneses”.
A los 33 años, “hostigada por la policía y hastiada de su pobreza”, se fue a Cuba a estudiar arte de la declamación. Económicamente no le fue bien “y se vio obligada a lavar pisos y hacer otras labores domésticas para sobrevivir y poder costearse sus clases”.
En 1944 regresó a San Juan. Un año después se marchó a Ciudad de México “con la ayuda del Presidente del Partido Comunista de Puerto Rico y una carta de recomendación de Doña Laura Meneses”. Dieciséis años vivió en México. Con el apoyo de sus amigos mexicanos, se ganaba la vida haciendo recitales de poesía.
Su encuentro con Fidel y el Che
En México estudió en la Universidad de los Trabajadores donde conoció a los revolucionarios Fidel Castro y al Ché Guevara, quienes daban charlas allí durante su exilio.
En 1961, tras el triunfo de la revolución cubana “Dominga fue invitada por el gobierno de Fidel Castro para que fuera a residir a la Habana. Ella aceptó. Una vez allí el gobierno cubano la empleó para que les enseñara poesía revolucionaria a los trabajadores cubanos. Agradecida por lo que el gobierno revolucionario hacía por ella, en 1963, se unió a una brigada que iba al campo a cortar caña” hasta que un día “se desplomó en el cañaveral debido a un ataque cardíaco y tuvo que ser hospitalizada. Tenía entonces apenas 54 años”, afirma Jiménez de Wagenheim en su libro.
Por recomendación de los médicos cubanos se fue a Moscú en busca del tratamiento médico que necesitaba “porque para esa fecha muchos médicos se habían ido de Cuba”.
El Comité de Mujeres Soviéticas financió el viaje y la estadía de la patriota. A su llegada, según cuenta la historia, la esposa de un ministro soviético la recogió y la llevó al Kremlin, donde la invitaron a hablar sobre Puerto Rico y su lucha por la independencia. Ella les habló de Albizu Campos y de la Masacre de Ponce.
Al cabo de una semana de paseos por Moscú “la llevaron al hospital donde permaneció cuatro meses, según nos dice”.
“Los médicos le explicaron que ella había sufrido una serie de infartos y a eso se debía que se hubiese desplomado en el cañaveral en Cuba. Le recomendaron descanso y para eso la enviaron a Praga, donde se pasó otros cuatro meses antes de regresar a Cuba. A su regreso a la Habana trabajó por varios años. Luego sufrió otro infarto y el gobierno le asignó una pensión que le permitió jubilarse”, acota la historiadora.
Con la ayuda del gobierno cubano Dominga regresó a la isla en marzo de 1976. “Quería quedarse, nos dice, pero no se acostumbró ‘porque ya Puerto Rico estaba muy americanizado’”, afirma la investigadora.
Quién es Dominga de la Cruz Becerril
Cuando murieron sus padres, siendo Dominga una niña, su madrina Isabel Mota de Ramery se la llevó a su casa de Mayagüez, donde pasó su niñez. “Según ella, su madrina era amante de la música y la poesía. Tocaba el piano e iba a todos los eventos culturales que se presentaban en Mayagüez para esa época. Fue gracias a su madrina, nos dice, que ella se interesó por la poesía y terminó trabajando como declamadora varios años más tarde”, recuerda la escritora.
Antes de comenzar el cuarto grado murió su joven madrina y Dominga quedó huérfana por segunda vez. “Sin otra opción, se regresó a Ponce a la casa de sus hermanos, los cuales, según ella, vivían en la pura pobreza”.
La adolescencia la pasó en los talleres de costura de Mayagüez donde la llevo su hermana en la década de 1920. “Allí, nos dice Dominga, ‘a veces trabajábamos hasta las dos de la madrugada, hacinadas en salones mal alumbrados, poco ventilados y sin mucho que comer’”.
Se caso con un quincallero al que “no quería” porque en esa época, decía, “la mujer pobre necesitaba un hombre a su lado para que la ayudara económicamente”.
El hombre pasaba mucho tiempo fuera de la casa y un día se fue del todo. Ella se quedó sola y con dos hijas que murieron de raquitismo.
“No había trabajo durante esos años, nos cuenta, y se vio obligada a lavar pisos y hacer otras labores domésticas para ganarse unos pesos para comprar leche y comida para ella y sus nenas”, cuenta la autora.
Para calmarle el hambre a sus hijas las amantó por más de dos años pero las vio morir de hambre. Según Jiménez de Wagenheim “los adultos también padecían hambre, nos cuenta, y por eso trataban de comer cosas saladas para que les diera sed ‘y así llenarnos la barriga de agua’”.
Lectora y revolucionaria
Tras la muerte de sus hijas, Dominga se convirtió en lectora en una tabaquería en Mayagüez. “Allí fue donde ella por fin despertó y logró entender las causas de su pobreza, dado que en ese taller le tocó leer tratados sobre las revoluciones francesa y rusa”, según el libro.
De la Cruz tenía 23 años cuando descubrió la figura de Albizu Campos en los periódicos que leía en el taller de trabajo. “Una mañana en 1932 leyó que éste había sido arrestado el día anterior, por haber llevado una manifestación hasta al Capitolio en contra de un proyecto de ley, que de ser aprobado, le permitiría al gobierno colonial usurpar la bandera puertorriqueña. Ese mismo día se fue directamente a la Junta Nacionalista en Mayagüez y se inscribió en el Partido Nacionalista”.
De Albizu Campos admiraba “no sólo por la forma tan sencilla en que les explicó los problemas que asediaban a Puerto Rico”, sino porque además les hizo ver “que los Yanquis no eran dioses”.
Dominga nunca abandonaría al dirigente nacionalista. Agradecía que “después que murieron sus hijas, él fue quien le devolvió el ánimo para seguir viviendo”.
“Hasta que Albizu llegó a nosotros estábamos confundidos”, se cita en el libro sobre las heroínas nacionalistas olvidadas por la historia 1930-1950.
La autora acredita que Dominga “amaba a Albizu y jamás cuestionó sus órdenes porque veía en él a un padre que enseñaba a sus hijos a vivir con dignidad”.
Por su trabajo político, la declamadora se destacó entre sus compañeros quienes reconocieron “su talento y la eligieron para que dirigiera la Sección de Damas de la Junta Nacionalista de Mayagüez.
A la Asamblea del Partido celebrada en Caguas, en 1935 le propuso la creación de un Cuerpo de Enfermeras, para auxiliar a los Cadetes de la República cuando cayeran heridos. “La petición, según ella, fue bien acogida por Don Pedro, quien la llevó a votación. La Asamblea, explica, aprobó la petición por unanimidad y ella fue reconocida por traerla”.
Por cierto, los informantes de la División de Seguridad Interna que vigilaban los pasos de la nacionalista, afirmaban que ella asistía a muchas actividades del Partido Nacionalista y que, por lo general, “se le veía sentada en la mesa presidencial, a la derecha de Albizu Campos”.
Dominga asumió la misión de “reclutar nuevos miembros, organizar recitales y explicar a todo el que la escuchara la importancia de seguir a Albizu Campos y de apoyar el ideal de la independencia que él promovía”.
De la Cruz Becerril murió en la Habana en 1981 a los 72 años. En la conferencia: Apuntes sobre Dominga de la Cruz Becerril (1909-1981) la historiadora Jiménez de Wagenheim aseguraba que la muerte de la patriota habría pasado desapercibida en Puerto Rico de no ser por una hoja suelta que publicara Jacinto Rivera Pérez, Presidente del Partido Nacionalista, en la que le recordaba a los miembros de su Partido la importancia de Dominga de la Cruz, y en la que la reconocía como “heroína de la patria”.
Mayagüezanos celebran la vida de Dominga
El domingo 21 de abril a las tres de la tarde un grupo de mayagüezanos entre los que destacan Pablo Rodríguez, José Fernández y Pedro J. Osorio celebra la vida de Dominga en la calle Benigno Contreras #2018 del barrio Dulces Labios y el lunes 22 a las dos de la tarde se colocará una ofrenda floral en su tumba en el Cementerio Municipal Nuevo de Mayagüez para conmemorar por primera vez, el 115 del aniversario de su natalicio. Músicos, artistas plásticos y público en general participan en la jornada.