Yo Soy Boricua… So That You Know
- Detalles
- por Aurora Flores Hostos*. Especial para MSAM
“El más grande”, respondo cada vez que alguien pregunta, “¿de qué pueblo eres”? Paseando por las centenarias calles de estilo andaluz de Puerto Rico, mi sonrisa sugiere suavemente “no”, mientras saboreo el aire húmedo con aroma a coco y mangó. Entonces intentan adivinar, “Ponce”. Sacudo la cabeza. “Nueva York”, respondo. “Soy manhateriana”.
Nos reímos y chocamos los puños. Lo entienden: el lugar con más puertorriqueños fuera de la isla es Nueva York. Nacida y criada en Manhattan, esta manhateriana fue infundida y destetada a partir de raíces heredadas que mi madre, Cruzita Valentín Hostos, de Mayagüez, Puerto Rico, mantenía firmemente.
Desde que tuve uso de razón me habló de Hostos, de Eugenio María de Hostos y de cómo yo llevaba la escritura en la sangre. A diferencia de muchos de mis compañeros nuyoricans, no aprendí a ser boricua en un movimiento, un aula o un libro. Aprendí en casa. Donde Mamá exigía que habláramos sólo en español.
Sin embargo, en el imperio estadounidense nunca usamos su apellido de soltera. Incluso durante las visitas a Mayagüez, frente a la estatua de Hostos o durante las vacaciones familiares, eso nunca me pasó por la cabeza. Hasta su fallecimiento en 2016. Regresé a Mayagüez una vez más para esparcir sus cenizas sobre las aguas del Río Cañas donde jugaba cuando era niña.
Durante esa estancia con sus hermanas en Alturas de Algarrobo, mis tías recordaron esa primera visita cuando yo tenía once años y caminaba por el camino sin pavimentar, de barro rojo y fango, hasta su casa construida sobre pilotes. Recordé haber perseguido cangrejos en la playa al atardecer; escuchar los gallos cantar justo antes del amanecer o chupar la dulce savia de la caña de azúcar.
Esos primeros recuerdos me asaltaron mientras paseaba por la inmensa Plaza de Colón, desde donde se divisa la Iglesia de Nuestra Señora de La Candelaria, la santa patrona del pueblo —cuyo monseñor toca tambora— y frente a esta, la Casa Alcaldía, cuyo vestíbulo está adornado con un exquisito decorado en honor a los Tres Reyes Magos, para quienes la ciudad se viste de fiesta.
Las mejores bandas de salsa de la isla tocan un concierto gratuito en la cercana cancha de baloncesto del barrio París, mientras jóvenes actores hacen representaciones teatrales en la plaza, imperturbables ante las diversas partidas de dominó que juegan los mayores. Y quién puede olvidar el esponjoso brazo gitano servido con mi helado favorito de coco y canela o limón del Rex Cream, de los chinos. Bajé eso con un poco de maví (bebida fermentada a base de corteza) seguido de una cena de malanga o yuca con carne de cerdo que combina el sabor meloso y casero de Mayagüez.
Todo esto llegó a mí mientras visitaba el lugar de descanso final de mi mamá en junio pasado. Caminé por el Río Cañas, donde un pescador local exhibía los enormes camarones que había sacado del fresco chorro de aguas bravas.
En el cercano Museo de Hostos se proyectó un documental sobre la vida del patriota mientras el olor a café recién colado flotaba desde la exuberante y verde ladera de la montaña donde los mangós decoraban los senderos como un camino de ladrillos amarillos sin asfaltar. Un pollo de color rústico picoteaba entre los dulces restos de fruta mientras un joven pasaba a caballo. Un letrero que parecía haber sido pintado en la cercana playa de Boquerón todavía decía en rojo: “Gringos, váyanse a su casa”, mientras una gallina de palo o iguana verde, muy grande, regresaba a su casa trepando por una palmera.
Todas mis tías me preguntaron por qué no usaba el apellido de mi madre. El imperio no reconoce a las madres, pensé y, de hecho, hoy día ese mismo imperio está empeñado en llevarnos a las mujeres a la edad media. Pero después de asistir a siete misas, todas usando el nombre de sus padres, pensé en cómo honrarla; el lugar donde nació y, la herencia de historia e independencia que ese nombre representa. Todo eso quedó muy claro cuando enterramos la mitad de sus cenizas en el cementerio. Su nombre cincelado en mármol: Cruzita Valentín Hostos cimentó mi decisión de recuperar su historia. Su profunda herencia y sus raíces, sin importar la ruta, se convirtió en mi clave para abrir ese fuerte portal femenino del viaje de mi familia en Mayagüez. Es un nombre más importante que el de mi padre y el que completa en mí la identidad de escritora y activista. Ya no importa que el nombre de su madre, el de mi abuela, no estuviera añadido a mi certificado de nacimiento porque las reglas del imperio patriarcal no se aplican a los hijos de la diáspora. ¡Pa'que tú lo sepas!
* Aurora Flores Hostos es una destacada periodista puertorriqueña de la ciudad de Nueva York que se especializa en contar historias sobre la vida nuevayorkina y en elaborar crónicas sobre el desarrollo de la música latina en los Estados Unidos. Es presidenta de la firma de comunicaciones y estrategias Aurora Communications en Nueva York. Flores Hostos es productora, cantante, instrumentista y directora del grupo Zon Del Barrio.