Lola Cuevas: una época, un orgullo del país
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- por Antonio Quiñones Calderón
Aquí estoy, ante una mayagüezana, cuya vida artística ha sido un constante homenaje a Puerto Rico, la tierra que ella tanto ama. Aquí, ante la sensible mujer que emocionó al humanista Albert Schweitzer, el de Lambaréné y del mundo, con una carta que le envió escrita en francés, con un grupo de puertorriqueños que giraban una visita al legendario médico, y quien cuando concluyó de leer la misiva se dirigió a un órgano, interpretó una pieza de Bach, y pidió a los boricuas que le hicieran saber a su paisana que la dedicaba a ella; circunstancia que provocaría un largo e interesante cruce epistolar entre el ganador del premio Nóbel de la Paz, en el año 1952 y la gran artista.
Estoy ante la mujer a quien el célebre José Mojica –que tanto tormento causó a tantas mujeres- le dedicó una foto, allá para el 1932, en la que la llamaba encantadora.
Estoy ante la artista que fue la primera puertorriqueña en grabar “La Borinqueña”, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando aún no era éste el himno de Puerto Rico.
Estoy frente a una exquisita mujer a quien Rómulo Gallegos había seleccionado –antes de que él tuviera que salir de su país, Venezuela, por problemas políticos- para que interpretara en una película a “Doña Bárbara”, la protagonista de la primera novela de contenido social en Latinoamérica.
Es ésta la mujer a quien Luís Llórens Torres –nada más y nada menos que el Jíbaro de Collores- le dijo una vez: “yo quiero que tu seas mi musa’ –refiriéndose él con su piropo a que le encantaba hablar con ella por su gran imaginación- y ella, muy elegantemente declino diciéndole: “ay, don Luís, usted tiene muchas musas; cuando tenga tiempo para dedicarlo a una sola, entonces yo podría serla’.
Es la misma actriz y cantante puertorriqueña que fue la primera en interpretar, allá para 1934, “La Viuda Alegre”, opereta en tres actos de Franz Lehar.
Es ella la primera cantante puertorriqueña en subir al cotizado escenario del Caribe Hilton, ello después de vencer prejuicios por ser puertorriqueña y no “internacionalista’ (que también lo era).
Es también la mujer que le enseñó “creole” a Daniel Santos, el inquieto, para que se encumbrara en esa lengua con su famosa “Carolina Caó”
Es la misma que una noche, en medio de una abrupta intervención de dos delegados de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) de México, que le ordenaban descontinuar el espectáculo que llevaba a cabo en la capital mexicana –por no tener los papeles del convenio con la asociación al día- pidió hablar con el presidente de la asociación, Jorge Negrete, pero éste se hallaba fuera de la capital, y entonces pidió que la comunicaran con el vicepresidente, Mario Moreno “Cantinflas”, a quien le advirtió: “si usted no detiene esta orden, yo me encargaré de que cuando usted vaya a Puerto Rico próximamente contratado por don Luís Mejía nadie vaya a verlo, ya que se trata de un problema de ustedes, porque yo he ido a su oficina varias veces a firmar los papeles y pagar lo que haya que pagar y nunca he encontrado quien me atienda, y si ustedes los mexicanos defienden sus artistas, nosotros los puertorriqueños defendernos los nuestros”. Y “Cantinflas’ tuvo que ordenar a los delegados que le permitieran continuar el espectáculo.
Es la mujer que al día siguiente, cuando acudió puntualmente a la sede de la ANDA a cumplir lo que había hablado con “Cantinflas”, se encontró en el ascensor con María Félix y ambas se miraron soslayadamente, hasta que la bella actriz mexicana rompió el hielo con la pregunta: “¿Es usted quien iba a representar a “Doña Bárbara?”. Y la puertorriqueña contestó, nuevamente más con la cabeza que con la boca, “Así es”, y agregó con orgullo de sangre boricua, mientras extendía la mano a su contraparte azteca: “Tal para cual, estamos hechas las dos para “Doña Bárbara”. Y ambas se confundieron en un inolvidable abrazo.
Es esta mujer la artista puertorriqueña que cautivó con su voz al ex Rey Carol, de Rumanía y a Madame Leupuscu, durante el exilio de la pareja en México.
Estoy ante una mujer de 74 años –que quisiera tener 80 por no temer a la muerte de una vida tan completamente vivida- una mujer que presenta una sencillez propia de quienes no han de arrepentirse jamás de lo que han hecho, de quienes han hecho lo que han hecho por un imperativo de su conciencia, que en el caso de esta mujer ha sido un mandato de arte, sin esperar nada de nadie sino el cariño de un público que en su caso se ha reventado las manos en aplausos.
Estoy ante Lolita Cuevas, casi olvidada, como ocurre casi siempre con lo que vale, con lo que valía antes, en las tablas (como en el caso suyo), y con lo que sigue valiendo ahora, en la Patria.
Más, olvidada o no, Lolita Cuevas sigue sintiendo un amor profundo por su patria puertorriqueña, más grande que aquél que sentía cuando, a los 17 días de nacida en la ciudad de Mayagüez, su familia se trasladó, primero a la República Dominicana y luego a Puerto Príncipe, Haití, donde ella aprendió español, inglés, francés y creole, que domina a la perfección y que han sido instrumentales en su exitosa carrera artística. Educada con institutrices francesas, pasó a estudiar en el Liceo Paret, un colegio haitiano para señoritas, con Madame Cecile Faubert, del Conservatorio de Música de París, graduándose en Artes e Idiomas. La maravillosa voz era natural, había nacido con ella. Eso iba “por su cuenta”.
Pero antes de graduarse, cuando apenas contaba ocho años de edad, ya cantaba a través de la emisora gubernamental de Haití, la HHK. Y a los 16 años se presentaba en el famoso Teatro Parisino de esa nación. Las primeras canciones que aprendió a cantar, recuerda ella, fue escuchando discos del célebre José Mojica, el divo mejicano. De ahí nació aquella adoración artística hacia él, que la llevó al empeño de conocerlo personalmente, cosa que el destino siempre impedía, ya que cuando ella llegaba a una plaza para cumplir compromisos artísticos, resulta que Mojica había estado allí mismo pero se había marchado el día anterior al concluir los suyos. Pero ella insistiría, aunque no se diera. Una noche, cuando ella debía marchar de Santo Domingo, República Dominicana, a donde llegaría Mojica dejo a éste, con el dueño del hotel donde él se hospedaría, una carta perfumada y una foto suya. Pocos días después tuvo ella la enorme sorpresa de recibir una foto del famoso divo mejicano con la siguiente dedicatoria: “A la encantadora Srta. Lolita Cuevas, un recuerdo de José Mojica. Sto. Domingo, 1932. La foto constituye hoy día uno de sus más adorados tesoros.
Al inicio de su carrera Lolita cantaba lo clásico, pasó luego a zarzuelas y operetas, y finalmente arribó a lo romántico y sentimental, fue cuando comenzó a identificársele como “la voz que acaricia”.
En medio de sus triunfos artísticos en Haití, la familia quiso que viajara a Puerto Rico a conocer sus parientes. Además de conocer a sus parientes conoció a quien poco después sería su esposo, don José Fernández Fernández, biznieto de don Manuel Fernández Juncos, el Secretario de Hacienda del corto gobierno autonómico del 1897. La boda tuvo lugar en la Catedral de San Juan, y ahora Lolita quiere cantarnos las primeras líneas de la canción que ella escribió con motivo de tan solemne ceremonia: “Catedral de mi San Juan/ donde yo me casé/ y en mi noche de bodas/ prendió el Cristo un querer”. De aquella unión nació un hijo, José Oscar, un reconocido siquiatra de la Capital.
Casada vivía en el Viejo San Juan, cerca de donde radicaba la radioemisora WKAQ, de la cual el Maestro Joaquín Burset era director artístico. Una tarde, la hermana del esposo de Lolita la oyó cantar en su habitación y le aconsejó que fuera a cantar a la WKAQ, que estaba en el tercer piso de la calle Tanca esquina Tetuán. Lolita acudió ante Burset, quien luego de una ligera conversación en la que éste dio la impresión de no estar muy entusiasmado, le pidió que regresara el miércoles siguiente con su repertorio. Ese miércoles, Lolita llegó a la emisora cargando un inmenso repertorio que incluía arias de ópera, operetas, canciones francesas, americanas, puertorriqueñas, italianas y africanas. El Maestro la mantuvo cantando ese día desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde. A esa hora de ese miércoles quedó contratada. Le aguardaban triunfos extraordinarios aquí y fuera de aquí a Lolita, la María Dolores Cuevas Vázquez de las sabanas de Mayagüez.
Poco después de iniciar su programa en la emisora –corría el año 1934-, el Casino de Puerto Rico auspició el montaje de “La Viuda Alegre”, en el Teatro Municipal de la Capital. Se efectuó una audición para seleccionar la actriz que interpretaría a la viuda, y Lolita, que fue llevada a la audición por el Maestro Burset fue la seleccionada.
La crítica por unanimidad fue harto elogiosa con la actuación de la joven actriz. El periódico “El País”, que había fundado Rafael Martínez Nadal, por ejemplo, apuntó en torno a la actuación de Lolita: “la discreta labor de todas las partes que tuvieron a su cargo los papeles de responsabilidad, la brindaron a la bella y arrogante y deliciosa vedette Sra. Cuevas de Fernández la propicia ocasión de llevar a la escena una Ana de Glavary encantadora que se adueñó desde que apareció en el escenario por primera vez de la admiración de los espectadores que atestaban el teatro, a quienes mantuvo hechizados con su gracia y su desenvoltura con su extraordinaria simpatía personal y su belleza triunfante. La innata artista no parece una aficionada, parece una dominadora del tablado escénico y reúne para la opereta todas las condiciones que no siempre concurren en artistas veteranas. Voz bonita, línea estatutaria, gracia de movimientos que se adapta a ciertas evoluciones que, sin ese don que ella posee, bordan por momento lo grotesco: en fin, todas las condiciones que son indispensables para brillar con luz de estrella en la opereta están presentes en la Sra. Cuevas de Fernández, aguardando solamente una asidua dirección experta para adquirir el pleno desarrollo de que su admirable actuación en la “La Viuda Alegre”, es cabal promesa”.
El Mundo apuntó: “La señora Lolita Cuevas de Fernández es la figura descollante en el reparto de “La Viuda Alegre”. Posee la gentil intérprete de Ana de Glavary belleza, juventud, una voz cordial y una figura escénica de muy graciosas proporciones. Su comprensión del carácter encomendado a su interpretación, unida a los resortes que su temperamento y su fina intuición le brindan, logra en todo momento la adhesión del espectador que le rinde el aplauso no con esa condicionada benevolencia de la relatividad del acierto que amerita el esfuerzo del diletantismo entusiasta, sino con la plenitud del convencimiento que admira el acierto de interpretación de un carácter difícil que ha de ser mantenido en equilibrio vigilante para que el tipo escénico no pierda la travesura, la espiritualidad, la complicación temperamental a prueba de desdenes que ha de darle el triunfo final en la escaramuza que viene sorteando con el Conde Danilo”.
El “Jíbaro de Collores”, el inmenso Luís Lloréns Torres había escuchado cantar y conocido a Lolita, y se prendó de su voz y de su gracia. Tanto, que le dedicó un poema, que él tituló: “Lola Lolita”, y el cual fue incluido en el programa impreso que se repartía a los asistentes a la función de “La Viuda Alegre”. Las primeras dos estrofas del poema dicen: “Lola Lolita, flor antillana/ flor de la noche y de la mañana/ trigos y mieles, pan y panal/ sal de la flor, flor de la sal / Boca mameya, rojitrigueña/ boca de besos puertorriqueña/ fruta llorosa, mojada flor/ que los luceros untan de amor”. Otro atesorado recuerdo que conserva Lolita.
Mientras continuaba con su programa en WKAQ Radio, la destacada cantante y actriz mayagüezana firmó contratos durante cuatro años consecutivos, para actuar en Caracas, Venezuela, a donde viajaba cada tres meses, regresando a San Juan para no perder su programa radial. En Caracas cantó en los salones más selectos, como Río y La Suisse y fue una de las más admiradas y aplaudidas cancionistas de “La Voz de la Filco”, la famosa radioemisora caraqueña que llevó a la capital venezolana a personalidades como Agustín Lara, Los Tres Rancheros, Las Dos Marías y Lorenzo Barceleta entre otros.
En Venezuela fue que conoció e intimó intelectualmente con el famoso político y escritor, una vez Presidente de la nación, Rómulo Gallegos, quien quería que ella interpretara a “Doña Bárbara” en el proyecto peliculero que ambos habían acordado. Pero Gallegos tuvo que huir del país. Se exilió en Cuba y después en México sin dinero alguno. Tuvo, pues, que vender el libreto de su obra y el papel protagónico fue encomendado a María Félix, a quien Lolita habría de conocer en la capital azteca, su próximo asiento de triunfos artísticos.
En México, entre 1944 y 1946, Lolita actuó triunfalmente en la poderosa emisora XEW, especialmente en sus programas principales, “General Popo” y “Pabellones de América”. En esta última se impuso por su dominio de los diversos ritmos de las 21 repúblicas suramericanas. La noche que ella debutó en XEW, recuerda con tanta emoción, la orquesta que la acompañaba estaba dirigida nada menos que por “El Jibarito de Puerto Rico, el inmortal Rafael Hernández. El semanario de los artistas mexicanos, “Espectáculos”, dedicó varios artículos al debut de Lolita incluyendo una bajo el titular: Lolita Cuevas, la bella y temperamental intérprete del Jibarito, Rafael Hernández”, Y en otro dice el semanario: “encantado de la vida encontramos al jibarito Rafael Hernández, al presentarnos con las pompas de ley a su encantadora paisanita Lolita Cuevas, que es dueña de una de las más grandes y mejor timbradas voces de Puerto Rico”.
Además de cautivar con sus canciones, en México Lolita también hizo teatro e interpretó las zarzuelas, “Luisa Fernanda”, “El Conde de Luxemburgo” y “La Viejecita”, en el famoso teatro Arbeu. También cantó en el lujoso restaurante “Le Chandelliers”, donde todas sus interpretaciones fueron en un francés aplaudido por todo el público.
De México pasó a Nueva York, a Nueva Jersey, a distintos países suramericanos, Europa y a Reno, Nevada. En Nueva York cantó para NBC y CBS Radio y T.V. en creole, la lengua que buscaban desesperadamente los ejecutivos de ambas cadenas difusoras. En Reno, Nevada estuvo cantando durante ocho semanas, una vez que cautivó al dueño del Restaurante “Bonanza” y el público que se hallaba presente, por su interpretación de canciones en el idioma francés.
Hay un paréntesis entre todas estas excursiones artísticas fuera de su tierra. Al surgir la televisión, Lolita Cuevas fue una de las pioneras, primero en el Canal 2 y luego en el Canal 4, donde tuvo su propio programa titulado: “Siluetas”. A pesar de ello y de todo lo que esa mujer ha aportado al arte puertorriqueño, ni una invitación ni una mención ha recibido durante los actos de celebración del 30 aniversario del Canal 2.
De Nevada volvió a Nueva York y de ahí con motivo de estar agonizando su madre viejecita (95 años) arribó a Puerto Rico.
Así que, aquí estoy, ante Lolita Cuevas, la artista que ha hecho su carrera para deleite de propios y extraños (palabra esta última que ello no gusta de utilizar por considerarse universalista) que ha compartido intelectual o artísticamente con figuras como Albert Schweitzer, Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt, Luís Lloréns Torres, Luís Muñoz Marín, el ex Rey Carol, Alfonso Lastra Charriez, Julia de Burgos, Rafael Hernández; que se enfrentó de tú a tú con todo éxito a Mario Moreno y a María Félix; que una vez, mientras se hallaba caminando por la Quinta Avenida de Nueva York, le hizo un desplante al poderoso Alí Khan, el esposo de Rita Hayworth, cuando éste insistía en que ella lo acompañara a “dar una vuelta a la manzana” en su negrísima limusina con chofer y todo; que como una fuerza espiritual descubrió que podía pintar y comenzó a componer, mientras vencía sueños y dolores espirituales durante la enfermedad de su madre y su tía, razón que le obligó a retirarse de la activa vida artística... en fin, ante un gran valor de nuestro arte y nuestra cultura.
* Este artículo, publicado originalmente en El Nuevo Día el 2 de septiembre de 1984, ha sido reproducido con permiso de su autor.