Carlos Fajardo soy yo.
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- por Amanda Carmona Bosch
Si una de las funciones del Arte es la interpretación del acontecer histórico, Carlos Fajardo ha dedicado todos sus esfuerzos a interpretar en línea, forma y color, la situación histórica que le tocó vivir, la de un país y una mentalidad colonial que degenera y se deforma y cuya visión artística resultante es un grito de denuncia.
Un grito mudo como todo lo visual pero preciso por el uso de personajes reales o genéricos de nuestra decadente vida política y social, con palabras y frases dibujadas e intercaladas en la composición, que identifican o dan pistas y hasta datos concretos para que nadie se equivoque de quién o de qué se pinta. “El trasfondo de mi trabajo es la fatalidad colonial”, afirma Fajardo.
La franqueza de su interpretación de esa fatalidad se registra no sólo en sus temas visuales sino también en poemas, relatos y cuentos cortos. Las palabras suplantan la imagen en su faceta de escritor al enfrentar el circo político con el mismo discernimiento y caricaturización de la barbarie que consigue cuando dibuja y compone sobre un lienzo. Lo grotesco de la caricaturización no es con la intención de abonar a la trivializante risoterapia puertorriqueña sino para hacernos ver lo siniestro de las circunstancias.
Pero, ¿quién es Carlos Fajardo? En Puerto Rico existen excelentes artistas visuales más o menos invisibles. Por razones que se podrán atender en otra ocasión. El punto es que Carlos Fajardo permanece a media luz. No busca ni foco de atención ni vender su obra. Vive a su aire en una urbanización de Mayagüez con su esposa, un gato y dos perros. Además, es un tipo del estilo de los llamados artistas malditos aunque sólo sea por lo cáustico y transgresor, sobretodo como escritor. ¿Un Kerouac?, ¿un Genet?... No, Fajardo.
Tratemos de conocerlo. Carlos nace y se cría en Mayagüez de padre heredero y madre profesora de Estudios Hispánicos en el RUM. La mayor parte de su educación elemental y secundaria la hizo en la Academia Inmaculada Concepción y un bachillerato en arte en la Universidad Interamericana de San Germán. “¿Cuándo descubrí el Arte? Desde pequeño, como casi todo niño, dibujaba. Pero no fue hasta la universidad, ya en el segundo semestre del primer año que, ingresado por Biología, me percaté de que el Arte era mi camino. Hay que seguir al corazón. Si al principio fue una elección instintiva, luego de los años descubrí su razón lógica”, reflexiona.
Hizo una maestría en artes plásticas en el Instituto Allende, en San Miguel de Allende, México (1976-77). “Para ese entonces necesitaba entender el cómo se vivía fuera del bloque norteamericano”. Al regreso, trabaja como vendedor de enciclopedias y misceláneas hasta que logra un puesto de profesor en la Universidad Interamericana de San Germán. En 1980 pasa a ser profesor en el RUM. Premios: En el 2006 recibió en el Ateneo Puertorriqueño el premio de 'La mejor exposición individual del año' otorgado por la AICA (Asociación Internacional de Críticos de Arte), capítulo de P.R.
Como vemos, una trayectoria sencilla sin pomposidades, ni listas interminables de actividades de resumé. Debe ser porque la construcción de una vida propia le tomó todo su tiempo, especialmente cuando la búsqueda de sentido existencial se toma en serio y mejor morir que aceptar lo inaceptable. Y Fajardo murió.
Nos dice: “un libro que siempre rondó en mi cabeza fue On the Road, del príncipe del Beatnick Jack Kerouac. El libro trata sobre un largo viaje por los EE.UU. de la década del 50, ya rayando en el comienzo de los 60. La trama se centra sobre la vida como experiencia cognoscitiva dejando de lado los males pequeño-lumpen-burgueses y abandonando todo instinto de herencia material tanto como filosófica. Es decir: vivir la vida a diario y gozar el momento, abandonarse al mundo del placer de los sentidos y ver otros ángulos distintos a los que la comarca, la villa de procedencia pudieron haberte ofrecido, que no fue mucho. Si la mayor parte del tiempo en nuestras vidas las pasamos cumpliendo con responsabilidades, dejándonos llevar por el reloj, tratando de bregar en la escena cotidiana... pues el pintar implicará un testimonio de tu propia vida”.
El vacío de lo banal, el hastío de lo falso y cínico se hizo intolerable. “En el 1983 mi vida llegó a su fin. Mi mundo perdió su balance, y ya medio muerto me internaron en un... digamos manicomio. Descubrí que una vez el espíritu muere, el cuerpo no desea más vivir. Pero partiendo de aquel viejo adagio: "Fake it until you make it," a duras penas pude levantarme y volver a respirar. No es todos los días que uno puede revivir. El volver de la muerte, el vencer la caída a los infiernos (pues hay muchos), no es cosa fácil, pero se puede. Por mucho tiempo cargué conmigo en mi mochila dos cosas: un botón que decía "Yo soy un milagro andante" y una estampa de San Judas, patrón de los vencidos”.
Estos talleres, intervenciones y simposios con la locura y la muerte, más esa voz interior que le impulsaba “a experimentar y a vivir para poder crear y darle consistencia a su obra” lo envió en un avión a la boca del imperio.
Primero emigra a Tampa donde sin dinero ni conexiones para conseguir un puesto de profesor, estudia arte comercial mientras trabaja de mesero. Termina haciendo paste-up, diseño de escaparates y camisetas, pinta logos, etc. En la búsqueda de algo más se va en 1986 a la ciudad de Nueva York también sin dinero ni conexiones. Allí, busca trabajo y lo consigue como artista comercial de Bello Co., luego en un taller de serigrafía comercial.
Este conocer y encontrarse a sí mismo en la incertidumbre y las experiencias unidas a la práctica de las técnicas de arte comercial influenciarán el estilo propio que desarrollará: una síntesis de collage, línea de contorno en air-brush, texto y textura.
Fajardo sin embargo reconoce que “ya, en Nueva York, en busca de otros sueños y por la curiosidad de vivir y experimentar en tierras y suelos por donde tantos otros titanes han caminado, obrado y muerto, quise descubrir cierta ráfaga de luz, pero... Vivimos de fantasías y mitos de camino. Nueva York es el ano del mundo. La Realidad la ponemos nosotros. Aquella poesía de Corretjer: "...murió explotado en un taller", aquella línea de J. L. González: "...una lágrima de esparto sobre el pavimento". Oh sí, cómo no. ¡Todo eso era cierto!”.
Con todo, en su tiempo libre gravita a lo que por convicciones y necesidad moral se cruza en su camino. Se une al grupo de nacionalistas Afirmación Puertorriqueña que se reunían en la Casa de Las Américas de Cuba en la calle 14 los jueves por la noche. Para ellos producía carteles y pancartas. Su trabajo creativo se politiza permitiendo que surja estilo con contenido.
Oigamos lo que Fajardo tiene que decir sobre esta experiencia. “En ese entonces, y por razones incomprensibles para mí, conocí al grupo político de nombre Comité de Afirmación Puertorriqueña. Era el grupo, una unión de comunistas, trabajadores sociales, independentistas burgueses y nacionalistas de la vieja guardia de Albizu. Debo decirte que nunca había experimentado el amor patrio, la hermandad entre compatriotas, el trabajo en grupo con una sola idea en mente, como lo experimenté en aquellos años. Trabajamos en la excarcelación de los macheteros que permanecían presos y sin esperanzas de salir. Participamos en las vistas dentro de las Naciones Unidas, en el Comité de Descolonización junto a Juan Mari (Brás) y a todos los demás famosos de la inteligencia independentista. Hice pancartas, afiches y participamos en varias demostraciones en la Parada Puertorriqueña. Conocí al Comandante (nunca olvidaré esto) y si me decían... mi cuerpo material, mi mente, mi corazón estaban listos. En dos ocasiones los federales me fueron a visitar, trastocaron mi línea telefónica, fui preso, cambiaron mi carro (prestado) de sitio y lo alambraron. ¡Por Dios! He sido un hombre con suerte. En este entonces me leí todos los libros que te puedas imaginar, desde Fanón hasta... y aprendí que la vida, sobre todo, se compone de cojones. "El valor del Hombre es el valor mismo", una vez dijo el Maestro. Pues dime, ¿de qué vale la vida si no estas presto a morir?”.
Carlos Fajardo más bien renació... para vivir y convivir. Hace trabajo social para Bowery Residence Committee ayudando indigentes y personas sin hogar. Aunque satisfecho con su vida, cuando nace su hija regresa a Puerto Rico a su anterior empleo de profesor en el Colegio de Mayagüez, donde con el tiempo creará el curso de pintura avanzada inexistente hasta entonces.
El regreso, la llegada, el reencuentro con lo que había dejado se tornó en catarsis. Era 1994. “Llegué a San Juan de pasada. Mi idioma era otro. La gente me miraba con curiosidad y hasta llegaron a pensar que todavía estaba loco. Me fui al Black Angus. Luego me fui de vuelta frente al Capitolio de Puerta de Tierra. Estaba cerrado. Me fui por la playa de noche, al Peñasco del Grito detrás del pesebre con los tres Reyes Magos, y una vez allí me quité la ropa y dirigiéndome hacia el norte, grité a pulmón soltao no recuerdo qué cosas. Lloraba y caí sobre las piedras, cortándome todo, rayándome todo. Guayos acariciaron mi espalda y en la mañana al levantarme, encontré que los majes me habían picado por todo lo largo que quedó de mí.”
Al repasar y recordar los once años que pasó fuera de Puerto Rico concluye que “luego de haber vivido en Florida y en NY, todo cambió. Lo que pintaba antes no era nada parecido a como terminó. No es lo mismo pintar 'desde afuera', que pintar desde el interior, y es aquí, creo, que es donde está la cosa. El conocerse a uno mismo implica el encontrar un idioma, una 'fórmula'- (aunque esta palabra no le gusta a muchos) que te identifique y que a su vez puedas transmitir tus preocupaciones o exorcizar tus demonios personales. El pintar es un tipo de exorcismo.”
Como parte del ejercicio cotidiano de exorcismo, Carlos se tropieza un día con un personaje que dará a conocer porque ejemplifica la mentalidad anexionista, retrógrada y racista (le recuerda a un senador norteamericano y un doctor mayagüezano): Dr. Pitt von Pigg PhD, el autor de varios relatos y críticas de arte que aparecen en el portal www.msa-x.org. Dr. Pitt von Pigg aprovecha su cabeza de cerdo para decir lo que casi nadie se atreve a decir, satirizando eventos, desaciertos o circunstancias del arte puertorriqueño. Guste o no, a Dr. Pigg hay que reconocerle situar el Arte en el plano de la realidad como hace la tradición de la contracultura en la que él encaja. Tiene fans en Facebook. Sin embargo, Dr. Pitt von Pigg anda desaparecido.
Así que recientemente, desde su última exposición en el Museo de Arte de Caguas (MUAC) en 2009, titulada V.I.P. y como extensión del concepto de su obra, Fajardo crea un personaje-autor “más terrenal, de izquierda, humanista”, que sirva de contrapunto y llene el vacío dejado por Dr. Pitt von Pigg. Surgió por casualidad al ser confundido con el escritor norteamericano Truman Capote, en un bar de San Juan. Fajardo dice que “como nosotros los artistas funcionamos como funciona una rata (asociación, memoria y síntesis), fusioné estos acontecimientos y ahí, esa misma noche, nació Thurdmon Capote”. Carlos nos ha hecho llegar sus poemas y cuentos, dos de los cuales, inéditos, incluimos en esta historia: Conversión y Obama.
Lo que Thurdmon escribe “no trata de algo terriblemente intelectual, es más el juego de sensaciones mentales". Lo que Fajardo pinta es, “en el presente estado de cosas, aquello que sólo a través de la ridiculización puede señalar la locura. Pensé que si vamos a la gente con la misma retórica cargada de términos marxistas o conscientes... el puertorriqueño promedio te cierra las puertas del alma”.
Una de las muchas funciones del Arte es permitir transformar la experiencia individual, sea cual sea, en retrato colectivo. Y hay otra que es la documentación, el registro y la interpretación de los acontecimientos históricos de una cultura. El cómo se logra es la aportación creativa del artista que se decida por esta materia prima tan compleja y multiforme, que se influencia una a la otra.
El legado artístico de Fajardo será este registro de nuestra historia contemporánea en todo su despliegue de desmoralización y ridiculez. Y al que le caiga el sayo que se lo ponga.
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