Centenarias Casillas de Camineros
- Detalles
- por Dr. José Mari Mutt
Durante la segunda mitad del siglo XIX Puerto Rico tuvo un aumento significativo en su población, en su producción agrícola y en la necesidad de importar una gran variedad de productos para satisfacer los requisitos de la creciente población. La necesidad de mejorar la transportación marítima se atendió en parte mediante la construcción de la red de faros. La necesidad de mejorar la transportación terrestre se atendió en parte mediante la construcción de carreteras para conectar las ciudades y los pueblos más grandes.
El mantenimiento de las carreteras fue responsabilidad de los camineros o peones camineros, un cuerpo de empleados públicos que recorrían diariamente la vía para descubrir y corregir prontamente los desperfectos. Los camineros y sus familias vivían en casillas (casas pequeñas) de piedra y ladrillo construidas cerca de la carretera. De las cuarenta y siete casillas españolas que quedaban en Puerto Rico a comienzos de la década del 1920, veintiuna se han perdido debido al abandono, las remodelaciones extensas, y la ampliación de las carreteras. Las veintiséis que sobreviven pueden y deben ser conservadas.
Este trabajo visita las casillas de camineros para conocerlas mejor, repasar la interesante historia de estas estructuras centenarias y promover su conservación. Los faros y las casillas tienen mucho en común porque se construyeron durante la misma época y fueron diseñadas por ingenieros de la misma escuela. Además, compartieron la misión de proveerle vivienda cómoda y segura a los trabajadores responsables de mantener operantes nuestras vías de comunicación. A las generaciones de camineros, a sus familias, y a las personas que hoy viven y cuidan con esmero algunas de estas estructuras, se dedica afectuosamente esta publicación.
Las carreteras
Las carreteras construidas en Puerto Rico durante la segunda mitad del siglo 19 siguieron el ampliamente utilizado sistema macádam, consistente en colocar sobre un sustrato debidamente preparado varias capas de piedra machacada, afirmadas inicialmente por rodillos tirados por bueyes y luego por el tráfico normal de la carretera. La superficie tenía un declive hacia ambos lados, donde las cunetas recogían el agua de lluvia. La primera carretera así construida en Puerto Rico conectó para mediados del siglo 19 a San Juan con Río Piedras y más tarde con Caguas. Este tramo se convirtió en el primer segmento de la Carretera Central o Carretera número 1, que conectó a la capital con Ponce pasando por Caguas, Cayey, Aibonito, Coamo y Juana Díaz.
A lo largo de la Carretera Central (hoy Carr. 1 de San Juan a Cayey y Carr. 14 de Cayey a Ponce) hay dieciséis casillas de camineros construidas por el gobierno español. Hay dos casillas adicionales a lo largo de un trozo de la Carretera número 2 entre Bayamón y Toa Baja, una en Mayagüez y dos entre Mayagüez y San Germán, en un segmento de lo que se proyectaba como la Carretera número 3 entre Mayagüez y Ponce. Otras tres casillas ubican a lo largo de la Carretera 15 (antes Carr. 4) entre Cayey y Guayama, y hay dos entre Ponce y Adjuntas, en un trozo de la Carretera 123 (antigua Carretera 6). Las carreteras construidas hasta el 1898 y la ubicación actual de las casillas españolas se ilustran en los mapas reproducidos a continuación. El primero se tomó del Informe del Comisionado del Interior de Puerto Rico para los años 1918 a 1919. Una versión dinámica del segundo, preparado con Google Maps, puede accederse en este enlace.
Los camineros
El sistema de mantenimiento de carreteras utilizado en España e implantado en Puerto Rico dependía de trabajadores diestros, conocidos como camineros o peones camineros, que recorrían a diario la vía para identificar y reparar prontamente el daño causado por el tráfico y la lluvia. Cada caminero era responsable de mantener aproximadamente tres kilómetros de vía. El caminero se regía por un reglamento estricto y vestía un uniforme en el que se destacaba una ancha banda blanca de cuero (bandolera) que cruzaba diagonalmente el pecho y en la cual iba insertado un escudo de bronce con las iniciales P. C. (peón caminero). Era importante identificar al caminero, porque además de cumplir las obligaciones propias de su cargo, podía intervenir a modo de policía con sospechosos de dañar la vía, alterar la paz o cometer fechorías. Los camineros de un tramo de carretera eran supervisados por un capataz y éstos a su vez por un capataz de mayor jerarquía conocido como sobrestante.
Las casillas
Los camineros vivieron en casas ubicadas aproximadamente cada seis kilómetros a lo largo de la carretera. Todas las casillas construidas a partir de 1875, con la excepción de una, fueron diseñadas para albergar a dos camineros (usualmente un caminero y un aprendiz) con sus respectivas familias. Uno de los camineros mantenía tres kilómetros de carretera en una dirección y el otro hacía lo mismo en la otra, de modo que entre dos casillas consecutivas se mantenían los seis kilómetros que las separaban.
El esqueleto de la casilla se compone de cuatro gruesas paredes de mampostería (piedras unidas por una mezcla de cal, arena y agua) y, en el modelo más frecuente, una pared media longitudinal del mismo material. Las paredes secundarias, el característico arco del pasillo, el área alrededor de las puertas y las ventanas, y varios otros elementos se hicieron de ladrillo. La piedra puede ser caliza o volcánica (ígnea), dependiendo de los materiales disponibles en el área. Algunas casillas fueron empañetadas por fuera mientras que en otras se dejó la piedra expuesta.
Una de las paredes laterales continuaba hacia atrás para formar la pared principal de un cobertizo donde había un escusado (retrete o letrina), aislado por una pared de ladrillos del área de cocina, que contenía un fogón de ladrillos que quemaba leña. El cobertizo, techado de tejas o planchas de cinc colocadas sobre un soporte de vigas y alfarjías, también podía albergar por la noche a los caballos y servía de almacén para algunas herramientas. Cerca de la casa había un aljibe (cisterna subterránea) para almacenar el agua de lluvia que recogía el techo. Las casillas ocupaban un solar de aproximadamente media cuerda (dos mil metros cuadrados) que los camineros podían cultivar. La propiedad completa estaba rodeada por una verja de alambre.
El piso del vestíbulo, pasillo y escusado era de cemento, mientras que el de las salas y los cuartos era de pino resinoso (pichipén). Como es de esperarse, los pisos de madera han sido sustituidos a través de los años. Las puertas y las ventanas se hicieron también de pichipén, mientras que sus marcos se hicieron de ausubo u otra madera duradera. El techo empleado en todas las casillas fue el típico techo español, llamado entonces de azotea, compuesto por vigas y alfarjías de ausubo o úcar, por encima de las cuales se colocaban generalmente tres capas de ladrillos, cada una orientada a 45 grados con respecto a la otra.
El sistema de camineros fue suspendido en el año 1905, pero ante el rápido deterioro de las carreteras fue restablecido en el 1914 y duró hasta mediados de la década del 1950. Durante su segundo periodo se construyeron más de cien casillas de cemento con techo de cinc. Por la poca durabilidad de estas estructuras y su nulo valor arquitectónico, las casillas “americanas” no han sido incluidas en estudios anteriores y no se incluyen en este trabajo. Muchas han sido destruidas o incorporadas a otras estructuras.
Estilos de casillas
En este trabajo se reconocen cuatro estilos o modelos de casillas. El primero, propuesto por el Ing. Raimundo Camprubí y oficializado por Real Orden del 13 de abril de 1875, corresponde a una casilla rectangular con medidas aproximadas de 49 pies de largo por 29 pies de ancho. Estas casillas se reconocen externamente por las siguientes características: el borde superior de los huecos de la puerta de entrada y de las dos ventanas anteriores es curvo, las ventanas (hechas de tablas de pichipén) no alcanzan la base o zócalo del edificio, hay una franja ancha de ladrillos desde el borde superior de la puerta de entrada hasta el borde superior del pretil, y la cornisa se prolonga hacia atrás sólo una corta distancia por las paredes laterales, estando ausente en la pared posterior. En éste y el próximo modelo la puerta de entrada conecta a un recibidor o vestíbulo que sigue por un pasillo hasta la puerta trasera. A ambos lados de esta línea media hay dos apartamentos idénticos, cada uno con una sala comedor en la mitad anterior y dos cuartos iguales en la mitad posterior; se entra a cada apartamento por una puerta que abre al vestíbulo. En este modelo la sala comedor conecta con los dormitorios por una puerta que abre a uno de los cuartos, donde hay otra puerta que lleva al segundo cuarto. La pared que separa los dos cuartos no llega al techo. Este modelo se usó para las casillas construidas entre Juana Díaz y Aibonito, y entre Cayey y Caguas.
El segundo estilo deriva del anterior y se distingue por una serie de cambios para refinarlo y mejorarlo. Externamente, los bordes superiores de los huecos de la puerta de entrada y las ventanas anteriores son rectos, las ventanas (hechas de celosías) se extienden hasta el zócalo del edificio, se eliminó la franja de ladrillos sobre la puerta de entrada y la cornisa rodea el edificio. Internamente, cada cuarto tiene su propia puerta hacia la sala y la pared que los divide llega hasta el techo. Este modelo se usó para todas las demás casillas construidas en la isla, con excepción de las pertenecientes a los próximos dos estilos.
El tercer estilo también deriva del primero y al mismo sólo pertenece una casilla, la de Guaynabo. El Ing. Manuel Maese alteró el modelo oficial para acomodar un solo caminero, probablemente porque las antiguas casillas que persistían entre San Juan y Caguas eran todas para un caminero. Este estilo contó con cuatro espacios (sala, dos dormitorios y una cocina) ubicados a ambos lados del pasillo central. La planta es cuadrada (30 por 30 pies) en vez de rectangular. Los huecos de las ventanas tienen celosías fijas en la parte superior.
Al cuarto estilo pertenecen las casillas de la Carretera 15 (antes Carr. 4) entre Cayey y Guayama. Una pared divide la casilla en dos mitades, quedando cada vivienda con su propia puerta de entrada. De esta forma se aprovechó el espacio ocupado por el vestíbulo y el pasillo en los modelos anteriores. La puerta conduce a una sala comedor que comunica con los tres cuartos y con un volumen adosado. Este último se dividió en dos espacios desiguales separados por una pared. En el espacio más pequeño se ubicó el escusado, que ventilaba al exterior por un hueco circular y en el más grande se ubicó la cocina, cuyo humo salía por una chimenea. La puerta posterior de la cocina daba acceso al patio de la casilla. Estas casas gemelas o dúplex miden aproximadamente 60 pies de largo por 27 pies de ancho y no tienen cobertizo.
Conservación
Dos realidades saltan inmediatamente a la vista cuando evaluamos la condición de las casillas de camineros. Primero, las que están en mejor condición son aquellas que están en uso. Las casillas, como cualquier otra casa, tienen que abrirse y usarse regularmente para mantenerlas limpias y evitar que las invadan los hongos y las termitas que destruyen la madera. Los techos tienen que inspeccionarse regularmente para eliminar no sólo las filtraciones de agua que pudren las vigas y las alfarjías, sino también para evitar el crecimiento de árboles y otras plantas cuyas raíces penetran entre los ladrillos y lentamente destruyen el techo y las paredes.
Segundo, y aunque duela hay que decirlo, todas las casillas que están bajo la custodia del gobierno central están en ruinas o clausuradas y en franco deterioro. Aunque esta situación seguramente se debe a limitaciones presupuestarias y no al descuido deliberado, sigue siendo un hecho que parte de nuestro patrimonio cultural se deteriora y se destruye en manos de las agencias que deberían salvaguardarlo.
Para que las casillas de camineros puedan conservarse para el disfrute de futuras generaciones, es necesario que el Instituto de Cultura oriente a los dueños de las casillas privadas sobre el valor histórico de estas estructuras y sobre la necesidad de cuidarlas y repararlas utilizando los materiales correctos. Igualmente importante es que el gobierno reconozca que no tiene los medios para conservar adecuadamente las casillas y que por lo tanto debe permitir que municipios, asociaciones cívicas o ciudadanos comprometidos con la conservación puedan alquilarlas o al menos recibir un permiso de uso condicionado a que se mantenga la integridad arquitectónica y física de estos edificios. Aunque se entiende que el gobierno quiera mantener control de las casillas que tiene, para asegurar la integridad de las mismas, igualmente se entiende que si el abandono actual sigue dentro de un tiempo no quedará nada que proteger.
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Esta casilla se encuentra en el Bulevar Alfonso Valdez, una sección de la Carretera no. 2 (km. 186.6) cuando dicha vía cruzaba el centro de la ciudad. Fue usada por el Departamento de Transportación y Obras Públicas hasta comienzos de la década de 1990, cuando fue cerrada y abandonada. Cuando la carretera se amplió, alrededor de 1995, la casilla fue levantada y trasladada hacia atrás para evitar su demolición. A pesar de tan noble esfuerzo, siguió abandonada y hoy está en ruinas.
Sólo quedan en pie la fachada anterior y las dos paredes laterales, la pared posterior no es original. El alero que se aprecia sobre una de las ventanas laterales se añadió cuando la ventana fue convertida en una puerta como parte de la reconstrucción y ampliación llevada a cabo alrededor de 1920, luego de que el edificio fuera dañado por el terremoto de 1918. Durante la reconstrucción se instaló un sistema de varillas internas atornilladas a placas exteriores con el propósito de atar y estabilizar las paredes (ver la última fotografía). También se le añadió a la casilla una nueva sección posterior y un pórtico que fueron removidos antes de trasladar la casilla a la ubicación actual. Durante el traslado se añadió la base de cemento visible en varias de las fotografías.