De negros a afropuertorriqueños
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- por Mariana Reyes Angleró
“Por querernos y por protegernos nuestros padres nos dicen: ‘no, tu no eres negro’”, dice uno de los participantes del estudio, Testimonios Afropuertorriqueños, conducido por la profesora del Recinto Universitario de Mayagüez, Jócelyn Géliga Vargas.
A los activistas que trabajan con asuntos raciales en Puerto Rico les tomó mucho tiempo, décadas, lograr que se utilizara como término aceptado la palabra negro. Aunque aún persisten los eufemismos, lo cierto es que cada vez se oye menos el trigueñito, de color, mulatito, negrito que ha sido sustituido por un enfático “negro”. No debe sorprender entonces que cuando Géliga Vargas y un equipo de investigadores empezaron con el trabajo Testimonios afropuertorriqueños: un proyecto de historia oral en el oeste de Puerto Rico, encontraran resistencia al término afropuertorriqueños. “Estamos hablando con gente que ha llevado una lucha para que los reconozcan como negros para que ahora me vengan a llamar con el eufemismo de afropuertorriqueños”, dice la profesora del departamento de inglés al explicar el proceso que los llevó finalmente a quedarse con el nombre propuesto por ella. El grupo de trabajo estaba constituido por académicos y por líderes comunitarios de Aguadilla y Hormigueros. “Al final decidimos dejarlo, no separa al jabao del retinto, al trigueño del piel canela, le vieron la utilidad política al término”. Quedó entonces como un término inclusivo que aglutina a gente que quizás no se siente cómoda al identificarse como negros y que tampoco se sienten blancos. Pero como bien dijo uno de los investigadores, según el borrador del documento final: “El problema racial de marginalidad que nos ha afectado a todos, no se resuelve con la afirmación de la negritud”.
El trabajo –que empezó a gestarse en el 2006- registra “las voces de testigos de los complejos procesos de racialización que marcan la historia de Aguadilla y que desde diversos y conflictivos posicionamientos construyen la historia y la identidad afroaguadillana”. El estudio se concentró en dos pueblos del oeste: Aguadilla y Hormigueros. En el caso de Aguadilla fue un esfuerzo que incluyó una pluralidad de personajes y que contó con la participación activa de líderes comunitarios. En Hormigueros la investigación se concentró en los antiguos trabajadores de la central Eureka, “los negros de la Eureka” desplazados a otros barrios cercanos a la central luego del cierre de operaciones del negocio. Los investigadores –un grupo de más de 20 personas- hicieron un total de 33 entrevistas entre el 2006 y el 2009.
Según cuenta la profesora Géliga el proceso fue uno de autodescubrimiento tanto de los entrevistados como de los propios entrevistadores. Los relatos de incidentes dramáticos no se hicieron esperar: en Aguadilla los negros no podían caminar por el centro de la plaza, había objeciones a matrimonios interraciales, peleas con los blancos en el centro de la ciudad, marginación. Pero el estudio parece ser una mirada más íntima que eso. No tanto una relación del racismo y el poder, sea el estado, la escuela o la misma familia, sino una mirada individual a la raza según cada quién. “Es mucho más complejo a que el Gobierno ha sido malo o a que los blancos son racistas”.
¿Cómo se identificaban a sí mismos los sujetos del estudio? “Hay de todo, la gente que te dice: ‘yo en eso no pienso, yo soy puertorriqueño’. Hay quiénes se identifican como mulatos, como trigueños o como negros”. El estudio trató de ser lo más diverso que se pudo: “hay desde un pescador analfabeta hasta Carlos Delgado, un pelotero multimillonario, desde un médico prominente hasta una sirvienta de los ricos del pueblo”.
Se han hecho más de 24 presentaciones sobre el tema en distintos lugares del país y en el extranjero: Cuba, Canadá y Estados Unidos. Los resultados no parecen ser del todo concretos. Son diversos. Coinciden en una afirmación de la existencia de un peligroso racismo intrafamiliar ya sea en familias negras o mixtas, y en la conclusión de que existía un vacío de información sobre las experiencias de los negros de estos dos pueblos en específico y del área oeste en general. “Hay un silenciamiento y una censura de todo proyecto que no sea adaptado a la nacionalidad”, concluye Géliga.
Los propósitos principales de la investigación eran: generar material de fuentes primarias, registrar las maneras en que se configuran las identidades afropuertorriqueñas y escrutar los espacios de resistencia al blanqueamiento.
El resultado del estudio todavía se está escribiendo a sí mismo. Cada vez que se presenta en una de las comunidades se torna en otra cosa. La investigación recopila un montón de información de base que apunta a un marco mayor. Pedro Julio Molinary, un aguadillano de 84 años, habla de su pueblo hace muchas décadas. “Había un negocio de un primo hermano mío que se llamaba ‘El Garden’, allí se bailaba. Al principio Ismael, siendo familia mía, no permitía prietos allí”. Así cada cual narra su historia y eventos cotidianos que definían su acercamiento a la cuestión racial.