Miguel Ángel García Méndez: El pitirre de su pueblo
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- por Alberto Medina Carrero
Despuntaba el siglo XX en Puerto Rico, cuando nacía también uno de sus protagonistas más brillantes. En esa Aguadilla culta que había sido cuna de grandes como De Diego y Stahl, venía al mundo, en hogar modesto de la calle Progreso, Miguel Ángel García Méndez, quien pronto comenzaría a escribir páginas gloriosas en el álbum puertorriqueño.
No tardó mucho el niño en dar muestras de una inteligencia singular. Es así como se gradúa de octavo grado a los once años, habiendo comenzado en la escuela a los cinco. En esos años participa destacadamente en una compañía de teatro lírico, actuando y cantando. Ese contacto temprano con el arte dramático y una cultura enciclopédica lo inclina a la oratoria, arte del cual sería excelso exponente. Tenía sólo trece años cuando, en su segundo año de escuela superior, cambia las tablas por una tribuna. A los quince, en reconocimiento a sus altos honores y medalla de castellano, pronuncia el discurso de graduación de cuarto año sobre el enjundioso tema La Universidad de Puerto Rico como Universidad Panamericana.
En una época en que se pasaba directamente de la escuela superior a los estudios de la abogacía, el jovencísimo Miguel Ángel comienza los suyos, mientras, a los 17 años, continúa puliendo sus destrezas como orador en la tribuna política en los distritos de Aguadilla y Mayagüez. Tenía sólo 19 años cuando se gradúa de abogado, lo cual da lugar a un interesante problema jurídico que él se ocupa de solucionar de manera brillante.
Siendo menor de edad, no era posible que tomara el examen de reválida, pero una brillante argumentación oral suya ante el Tribunal Supremo de Puerto Rico convence al alto foro de permitírselo. Su desempeño en la reválida – que era también oral – le vale la felicitación del cuerpo examinador colegiado, y aunque con la limitación de no poder ejercer plenamente, se integra al bufete de su hermano Juan Bautista.
Cumplidos los 21 años, sus méritos intelectuales y profesionales son tales, que le ofrecen puestos de juez que, en un principio, declina, pero luego acepta el del distrito de San Germán y Sabana Grande. En esa breve estancia de un año en San Germán, Miguel Ángel encuentra la mujer que lo acompañará amorosamente el resto de sus días. Pero, ni los ofrecimientos de ascensos en la judicatura ni el de la Fiscalía de Mayagüez lo retienen, y regresa al ejercicio privado de la profesión, en el cual cosecha sonados triunfos, sobre todo en el derecho penal.
Apuesto, brillante y elocuente, el joven abogado es candidato idóneo para incursionar en la política. En 1924, a los 22 años de edad, entra en el fragor político con la Alianza Puertorriqueña, una de las frecuentes fusiones partidistas de aquella época. Una vez más, su juventud le impidió temporalmente alcanzar un logro, esta vez, ocupar un escaño legislativo. Cuatro años más tarde, en reconocimiento a su talento, el pueblo lo eligió como representante a la cámara por el distrito de San Germán y Sabana Grande.
De esta manera comienza una ejemplar y fructífera gestión legislativa en beneficio de su pueblo. Eran tiempos de crisis económica, pues, al año siguiente de su elección, en 1929, comienza la Gran Depresión, debacle que se prolongaría una década. Pero, García Méndez no era hombre de amilanarse ante la adversidad, y puso su considerable inteligencia y visión de futuro al servicio de su país. Rápidamente pasó a presidir la Comisión de Reglamento y a aportar sus grandes conocimientos como miembro de las de Hacienda, lo Jurídico y del Trabajo.
Por su destacada labor durante ese primer cuatrienio, es reelecto en 1932, y es entonces, con su elección como Presidente de la Cámara de Representantes, - a sus 30 años, el más joven - que logra desarrollar al máximo un fecundo y ejemplar programa legislativo en beneficio de nuestro país, respaldado en ello por, entre otros, María Luisa Arcelay, primera legisladora nuestra, fruto del sufragio femenino estrenado en 1932. De su justo e imparcial desempeño en la presidencia del Cuerpo dan fe públicamente los miembros de la minoría parlamentaria.
Sería prolijo enumerar la legislación a favor de la agricultura, los estudiantes, las mujeres, los obreros, los pensionados y otros grupos o sectores necesitados de apoyo gubernamental que fueron objeto de legislación protectora por la iniciativa o el concurso de García Méndez.
En las dificilísimas circunstancias de la depresión económica hubo legislación redentora aprobada bajo su liderato cameral que no siempre contó con la firma del gobernador americano de turno o de las autoridades en Washington. Entonces, aunque anexionista por convicción sincera, García Méndez defendió gallardamente a su pueblo de las injusticias estadounidenses, llegando incluso a cerrar la Legislatura el 14 de abril de 1935 como protesta por ello.
Debido a esa valiente y elocuente defensa de los intereses patrios ante las mezquindades de la metrópoli, «El pitirre» - como lo había bautizado el pueblo – fue reelecto en 1936 y, posteriormente, como Presidente de la Cámara. Desde ese sitial continuó su obra con innumerables medidas de beneficio general, entre las que se destaca una Ley Electoral encaminada a erradicar la compra del voto y otras prácticas que incidían en la libertad absoluta del sufragio.
Con el ascenso del Partido Popular al poder, y su posterior consolidación fruto de las grandes mayorías, García Méndez pasa a la oposición leal, fiscalizando responsablemente la obra de esos gobiernos y aportando ideas para mejorarla. Sus adversarios políticos son sólo eso; nunca son enemigos, y el trato es cordial y respetuoso hacia ellos. Mientras tanto, el reclamo familiar lo lleva a prestarle mayor atención a los negocios, y con su talento y visión, paulatinamente, los amplía y se convierte en un empresario exitoso.
Mas, no puede sustraerse del llamado patriótico del pretendido ejercicio constitucional de 1950, el cual combate denodadamente, exponiendo sus carencias e insuficiencias, pero, aprobada la Ley 600, acude a la Convención Constituyente, en la que asume un papel protagónico. Fiel a su ideal de integrar a Puerto Rico a la federación de Estados Unidos, consigue que nuestra Constitución consigne la importancia del vínculo de nuestro país con aquel otro. También hay aportes suyos en la configuración del Poder Judicial, hijos de su dominio del derecho constitucional.
En todo el debate anterior y posterior a la Constituyente, García Méndez siempre insistió en que se excluyera de la Ley de Relaciones Federales la referencia a que Puerto Rico «pertenece» a Estados Unidos. Su concepto de la estadidad partía del principio de la dignidad y la igualdad, sin sometimiento a ese país ni tolerancia a humillaciones de su parte. Si Puerto Rico habría de ser estado, lo sería hablando el español que él atesoraba, como base de su cultura propia.
Así, desde su trinchera gentil en el Partido Estadista Republicano, que pasó a presidir, continuó defendiendo su ideal, proponiendo y ensayando soluciones a los males del país, inconforme con la desigualdad interna y externa. Así, por ejemplo, en el orden práctico, como empresario, funda el Western Federal Savings and Loan Association – que luego se convertiría en Westernbank - para facilitar el crédito a personas de recursos modestos que deseaban tener un hogar propio.
Acerca de la desigualdad frente a Estados Unidos, combatió siempre los intentos de proyectos de consultas sobre el status que incluyeran como fórmulas finales, junto a la estadidad y la independencia, la indigna subordinación y transitoriedad del Estado Libre Asociado.
Por ello, a pesar de ser suya la propuesta de que se creara la Comisión de Status que estuvo en funciones a mediados de los años sesenta, y de participar en sus trabajos, al convencerse de que el resultado no era digno del pueblo de Puerto Rico, se abstuvo de firmar el Informe y, más importante aun, de participar en el plebiscito de 1967.
La escisión que ello provocó en las filas estadistas tuvo como consecuencia el surgimiento del Partido Nuevo Progresista como nuevo abanderado de ese ideal y el retiro político de Miguel Ángel García Méndez.
Su voz continuó escuchándose por un tiempo, pero sus años de madurez los pasó en Mayagüez haciendo patria desde el sector privado, creando empresas y empleos para su gente, riqueza compartida, poniendo en práctica en su carácter particular los principios de buen uso de los recursos que lo animaron siempre en su gestión pública.
“El pitirre” nunca dejó de luchar y de cantar por su pueblo.
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