Las raíces isleñas de Mayagüez
- Detalles
- por Federico Cedó Alzamora, Historiador Oficial de Mayagüez
La advocación a la Virgen de La Candelaria, en el misterio de su purificación, es una de las más antiguas del cristianismo. Se originó en el Imperio Romano de Oriente y fue denominada “Fiesta de la Purificación”, pues la Virgen había acudido al Templo en Jerusalén después de su parto para celebrar los rituales de purificación prescritos por la ley del Antiguo Testamento en el libro de Levítico 12; 1-8.
Las fiestas de las candelarias fueron inicialmente celebradas por la Iglesia de Jerusalén, por lo menos, desde la primera mitad del siglo IV, con procesiones en las que se llevaban velas encendidas hasta la Basílica de la Resurrección, construida por órdenes del propio Emperador Constantino. Estas velas preconizaban a Jesús como verdadera y única luz para revelación de los gentiles y gloria de Israel, Luz del mundo, del alma y la verdad evangélica que ilumina los pasos del creyente hacia la consecución de la salud eterna, con lo cual se relacionaban ambas fiestas, la de la "Fiesta de la Purificación" y la llamada "Fiesta de la Presentación", que conmemora el hecho de que la Virgen y su esposo José llevaran a Jesús, "La Luz del Mundo" para presentarlo en el Templo a los sacerdotes.
Las candelarias o fiestas de las luces, pasaron de la Iglesia de Oriente, o Iglesia Ortodoxa, la Armenia, la de Constantinopla, la de Antioquía, etc. ubicadas en el Imperio Romano de Oriente, a la de Roma, (Capital del antiguo Imperio Romano de Occidente). San Cirilo, Patriarca de Alejandría (370-444 D.C.) quien presidió el Concilio de Éfeso en el año 431 D.C. las mencionó, refiriéndose a ellas como "fiestas resplandecientes en honor del Señor", y San Teódoto de Ancira (+446 D.C.), obispo y mártir, las glorificó en la cuarta homilía. San Teodosio Abad (423-529 D.C.) las describió en el siglo V. En la Iglesia de Occidente, estas fiestas de las candelarias fueron renovadas en Roma por el papa Gelasio I (492-496) con el noble propósito de sustituir, con las fiestas cristianas de La Purificación, los excesos de los romanos que aún eran paganos en sus fiestas lupercales las cuales celebraban en febrero, en honor del dios Pan y que eran dedicadas inicialmente a la purificación de la ciudad. Finalmente, en el año 542 D.C. la fiesta de La Candelaria o de La Purificación fue incluida formalmente en la cronografía oficial de la Iglesia de Occidente.
Tras un salto de casi un milenio, una imagen de la virgen de La Candelaria fue inexplicablemente hallada en una isla habitada por aborígenes paganos que adoraban una diosa en cuyo honor encendían hogueras, los cuales, admirados por los portentos que obraba esta imagen que identificaron con su Chaxiraxi acabaron teniéndola en gran veneración.
El Conquistador de Tenerife don Alonso Fernández de Lugo celebró en 1497 la primera fiesta de Las Candelas que se celebró en Canarias bajo el dominio castellano, un día dos de febrero, por ser ese el día señalado por la Iglesia para la fiesta de La Purificación y ese fue el comienzo de toda una larga tradición cristiana isleño-canaria en torno a las festividades en honor a la virgen de La Candelaria.
Así, el origen más próximo de nuestras candelarias mayagüezanas se encuentra allende los mares en la isla de Tenerife, la cual forma parte del atlántico archipiélago de la Islas Canarias, pues durante cuatro siglos vinieron a establecerse en Puerto Rico miles de familias isleñas devotas de la Virgen de La Candelaria en una incesante diáspora migratoria que contribuyó grandemente a la formación del pueblo puertorriqueño.
En su mayor parte, los campesinos del archipiélago Canario cultivaban allá tierras ajenas, por un escaso jornal, así que al enterarse de que podrían obtener un pasaje gratis o a plazos para Puerto Rico, donde recibirían en propiedad tierras baldías de la Corona y toda clase de ayudas y facilidades, no es de extrañar que tantos isleños emigrasen con sus familias para dedicarse aquí a la agricultura.
Aunque el desplazamiento continuo de inmigrantes isleños a Puerto Rico se remonta a los albores del poblamiento cristiano de la Isla, éste continuó creciendo cada vez más, incentivado con pasajes gratuitos o a plazos, con concesiones de tierras baldías de la Corona, instrumentos de labranza, ganado, semillas, ayudas para construir sus viviendas y manutención hasta que sus tierras comenzaran a producir.
La eventual emancipación del reino de Portugal y todo su imperio desvinculándolos de la Corona española en 1640, y su conversión en aliados preferenciales de la Gran Bretaña, hicieron que Inglaterra viniese a consumir lo vinos portugueses de Madeira y Oporto en detrimento de los vinos malvasía de las Islas Canarias, de los cuales dependía en buena medida la economía de las Islas, los cuales depreciaron súbitamente ante la falta de demanda, creando un gran malestar económico que dio mayor ímpetu aún a la ya muy activa corriente migratoria isleña.
El 30 de octubre de 1666 el gobernador de Puerto Rico, don Jerónimo de Velasco, informó al Rey Don Carlos II que convendría embarcar cinco o seis familias isleñas en las Islas Canarias con destino a Puerto Rico, en cada uno de los navíos de registro españoles que salían para Cuba, a los cuales se les obligaría a darles transporte.
En una Real Cédula del 25 de mayo de 1678 el mismo Rey Don Carlos II dispuso que todo navío que saliese de las Islas Canarias para Las Antillas transportase cinco familias isleño-canarias por cada 100 toneladas de productos que se exportasen desde Canarias. A las familias isleñas que emigrasen se les concedió el privilegio de no pagar durante diez años el impuesto de alcabala. Dicha Real Cédula tuvo vigencia durante más de un siglo, durante el cual salieron rumbo a Las Indias más de quince mil isleños.
Desde 1695 hasta mediados del Siglo XVIII se desplazaron a Puerto Rico miles de esos isleños contribuyendo significativamente a la eclosión ganadera y agrícola e influyendo decisivamente en el afincamiento y desarrollo de la manera de hablar del puertorriqueño, en sus costumbres y en su música. El número de inmigrantes isleños en Puerto Rico y la persistente continuidad de su flujo llegó a ser tan importante que al integrarse y ser absorbida junto a su descendencia por los puertorriqueños de entonces llegó a constituir en aquellas décadas la base principal de una exigua población insular que en 1765 aún no alcanzaba pasar de las 44, 883 almas.
La costumbre de celebrar las fiestas de La Candelarias llegó al litoral mayagüezano en el siglo XVI, traída por los inmigrantes isleños. Estos eran muy devotos de la Virgen de La Candelaria, cuyo santuario está en la isla de Tenerife, pues fue allí la Santa Patrona de la diócesis Nivariense, que incluye a dicha isla, y es la Patrona General de todas aquellas islas. Esto explica en parte la extendida veneración que había en la Isla a esa advocación en el culto de la Virgen.
En la Descripción de la Isla de Puerto Rico, hecha por don Diego Torres de Vargas el 23 de abril de 1647, éste indicó lo siguiente:
“La Virgen de la Candelaria ha hecho aquí algunos milagros….., pero como no están comprobados, no me atrevo a ponerlos por verdaderos, y no es la menor alabanza de la fe de estos vecinos y naturales, que creyesen…..”.
Esto revela la extendida devoción que ya había en la Isla a esa advocación en el culto de la Virgen, la cual se debía, en buena medida, a la magnitud y continuidad de la inmigración isleño-canaria, la cual apenas estaba entonces comenzando.
Fueron los isleños y sus familias quienes más contribuyeron en Puerto Rico al fomento de la agricultura como tarea familiar en la que participaban mujeres y niños, impartiendo, en el proceso, un carácter rural y provinciano a la sociedad puertorriqueña, conservando en estos trópicos las ancestrales costumbres, tradiciones, artes populares, religiosidad, festividades y las peculiaridades idiomáticas que hoy son rasgos fundamentales de la cultura del pueblo puertorriqueño.
Es preciso tener presente que Mayagüez fue la población preferentemente escogida por más de la mitad de los isleños - canarios que se establecieron en el área Oeste de Puerto Rico con una elevada participación o presencia de mujeres, pues tendían a venir en familias completas, cosa que favoreció la conservación de sus costumbres, y que la mayoría de estos procedían de la isla de Tenerife, lugar donde había tenido lugar la misteriosa aparición de la portentosa imagen de la Virgen de La Candelaria.
La continua llegada de inmigrantes isleño-canarios en sucesivas e incesantes oleadas le dio tal ímpetu al desarrollo demográfico de todo Puerto Rico, y en particular al del Oeste de la Isla, que no menos de diecinueve, de los veintiocho pueblos formalmente fundados en Puerto Rico entre los años de 1714 y 1797, incluyendo a Mayagüez, debieron el impulso decisivo para su fundación oficial a estos inmigrantes, muchos de los cuales habían sido precedidos por familiares suyos, de esos mismos apellidos, desde los primeros tiempos de la conquista, pacificación y poblamiento de la Isla. Resulta de interés notar que, entre los isleños, la emigración tinerfeña fue abrumadoramente mayoritaria, al ser la isla de Tenerife la más poblada de todo el archipiélago Canario, pues el número de sus habitantes superaba al del conjunto de todas las demás islas.
La milagrosa imagen de La Candelaria había aparecido a los aborígenes guanches en la isla de Tenerife cuando esta aún no era castellana, pero precisamente el hecho de que dicha isla estuviese en el futuro punto de recalada o reabastecimiento de la futura ruta trasatlántica colombina entre Castilla y las Indias que aún estaban por descubrir, y el hecho de que de dicha isla procediese eventualmente la mayor parte de los emigrantes isleños, por ser la más poblada, hizo de esta advocación, entonces de oscura e hipotética filiación templaria, una de las más populares en el Nuevo Mundo.
Al cruzar los mares la incesante diáspora canaria, la Virgen de La Candelaria fue erigida en Santa Patrona de muchas ciudades, pueblos barrios, sectores y lugares en Las Indias a los que llegaron ingentes oleadas de inmigrantes canarios.
En Puerto Rico es la Santa Patrona de Coamo, fundado en 1579, de Manatí, fundado en 1738 por un copioso número de isleños, de Mayagüez, fundado en 1760 y de Lajas, fundada en1883.
Esto explica la intensa propagación de la popular devoción por la Virgen de La Candelaria que tan rápidamente se extendió por toda la Isla, de tal modo que las fiestas religiosas celebradas en su honor estaban entre las cuatro festividades principales que se celebraban en la Isla, junto a la de San Juan Bautista, Santo Patrono de la ciudad capital, la del Corpus Cristi y la de Santa Rosa de Lima (Cuyos padres habían emigrado del Oeste de Puerto Rico al Perú). Ya para mediados del siglo XIX el General don Santiago Méndez de Vigo contrató 150 jornaleros canarios, albañiles, carpinteros, maestros de obras, picapedreros o agrimensores para emplearlos en la construcción de puentes, aceras, asilos y otros edificios y empleándolos en el trazado de calles. Una vez terminaron sus contratos, les concedió terrenos para que se dedicasen a la agricultura.
Las fiestas en honor a Nuestra Señora de La Candelaria eran celebradas solemnemente por la Iglesia en sencillas ceremonias en las que se bendecían las candelas que se estimaba se iban a necesitar durante todo el año, a fin de que nunca faltase la luz, tanto la luz física como la espiritual. Luego se encendían las velas y los fieles desfilaban con las velas encendidas en una corta procesión interior por las naves del mismo templo entonando cánticos como el célebre ”Nunc dimittis servum tuum”, que fue el himno que entonó el anciano sacerdote Simeón cuando la Virgen María le presentó al niño Jesús en el templo de Jerusalén, y otros cánticos piadosos alusivos y propios de la festividad.
Las montañas de Puerto Rico se encendían de alegría exacerbada por la intensa religiosidad popular de la época. Los jíbaros o campesinos recogían entusiasmados ramas secas y leña con la cual formaban un gran montón sobre el que colocaban bejucos, higüeras y mayas. Al arder la leña reventaban y rastrillaban las higüeras como si fuesen petardos y las magas formaban nubecillas de estrellas en el aire. Los jóvenes entrelazaban sus manos y formaban ruedas alrededor de las tradicionales fogatas mientras cantaban cánticos alusivos a la Virgen.
Esas festividades de tipo social-religioso cantadas y bailadas al son de tiples y guiros eran acompañadas con café y golosinas como el gofio y las bolas de millo, y con fuertes bebidas espiritosas como el ron cañita. Las hogueras o candelarias eran como bengalas de amor, de paz y de fe y los estallidos de las maracas, las higüeras y las magas animaban la fiesta mientras las teas elevaban sus llamas al infinito. Cuando las circunstancias no lo permitían, se hacía un pequeño fuego con papeles, cartones o cajitas en los fogones de las cocinas de las casas. Hoy las fogatas van escaseando y no pasan de ser algún trasunto cuasi-ceremonial de las festividades candelarenses de antaño.
En Mayagüez estas fiestas revisten hoy un especial esplendor y lucimiento que es ya tradicional, particularmente en lo que se refiere a la espléndida e imaginativa ornamentación luminosa de sus calles, plazas y edificios públicos y a prodigiosos y espectaculares despliegues pirotécnicos que encienden los cielos de sus noches tropicales con vistosos estallidos de los más caprichosos y artísticos juegos de luces multicolores, pues las fiestas de la Candelaria cierran espléndidamente el ciclo de fiestas navideñas que conmemoran el nacimiento de Jesús, ya que con la purificación de la madre cuarenta días después del alumbramiento y con la eventual presentación del niño en el Templo de Jerusalén quedaba cerrado, en la Ley Mosaica, el estricto ritual prescrito para acompañar el nacimiento de todo niño.
Probablemente, la primera imagen de la Virgen de La Candelaria que hubo en Puerto Rico fue precisamente la que se trajo a Coamo en 1613 para la iglesia de San Blas.
Ya en un 30 de enero de 1841, en plenas fiestas de La Candelaria, un pavoroso incendio destruyó casi tres quintas partes del pueblo de Mayagüez y luego hubo otro en 1852, otro en 1866 que destruyó gran parte de la población y el fuego de 1874, que asoló dos terceras partes de su populoso Barrio de La Salud, pero el recuerdo de tan infaustos sucesos y de otros similares, nunca enfrió el entusiasmo de los mayagüezanos para celebrar rumbosamente las fiestas en honor a su Santa Patrona, a la cual le cantan jubilosamente desde niños como “la Virgen de La Cueva” y las cuales suelen prolongarse en su noche hasta que arde encendido el marco de fuegos artificiales que rodea el retrato de La Virgen y finalmente este expira agotado abriéndose dramáticamente y dejando expuesta la virginal efigie que resurge incólume a la vista de todos, inafectada por las llamas y enmarcada por el agónico y reverberante recuerdo de sus luces.
Los isleños que emigraron a Puerto Rico en una impresionante y continua diáspora que se prolongó por cuatro siglos surcando las procelosas aguas a través del Atlántico en la que llegó a ser conocida como "la ruta del gofio", eran hombres laboriosos de vida sencilla motivados por el natural deseo de poseer y labrar sus propias tierras. En el siglo XIX esa diáspora ascendió a 2,733 personas, las cuales eran más gente de campo que de ciudad, labriegos cansados de trabajar para otros en tierras ajenas, que tendían a establecerse en Puerto Rico como familias completas o grupos de familias emparentadas entre sí, gracias a las tendencias endogámicas que les caracterizaban, por haber vivido durante siglos en poblados pequeños de islas también pequeñas en las que, al cabo de varias generaciones de entrecruzamientos familiares, todos acababan inevitablemente emparentados.
Por razones de convivencia y solidaridad tendían a establecerse en áreas en las que ya residían otros isleños. Se asentaron preferentemente en pueblos cono Camuy, Hatillo y Quebradillas, donde tendieron a concentrarse, y se multiplicaron dispersándose por los campos, barrios rurales, ciudades y pueblos de Puerto Rico como San Juan, Ponce, Lares, San Sebastián, (Donde adquirió gran relevancia un alegado milagro atribuido a Dios mediante la intercesión de la virgen de La Candelaria ocurrido en el siglo XIX), Lajas, Mayagüez y Manatí, y en barrios como Caimito, y Cupey, en Río Piedras, Malezas, Borinquen, Ceibas, Corrales y Montaña, en Aguadilla, Barrazas y Carraizo, en Trujillo Alto, Maga, Portugués, San Antón, Capitanejo, Coto, y Canas, en Ponce, Montones, en Las Piedras, Cañaboncito, en Caguas, Buenos Aires en Lares, Villalba, en Juana Díaz, Criminales, en Utuado y Quebrada Palmas, en Naguabo, formando toda una serie de pequeños núcleos de población en los que acabaron fusionándose perfectamente con el hombre de pueblo y el jíbaro campesino dando lugar al substrato racial más importante del cual emergió el pueblo puertorriqueño.
Su importancia estriba no tan sólo en el número de isleños que llegó en los distintos contingentes de inmigrantes sino en las circunstancias en que esto ocurrió, pues los isleños vinieron para quedarse y se quedaron, vinieron casados y hasta con hijos, cosa que facilitó la preservación de las costumbres ancestrales, las tradiciones religiosas y el acento al hablar. Además trajeron ciertas expectativas de relativa estabilidad fundamentadas en que muchos habían sido contratados como jornaleros, en virtud de lo cual se les proveería alojamiento, ropa y un seguro, lo cual influyó en sus actitudes, en la evolución de su progresiva adaptación al nuevo ambiente que les rodeaba, en el peculiar desarrollo de su psiquis insular y en sus armoniosas relaciones con los demás componentes del pueblo con el cual se integraron.
Un grupo de estudiosos de las ciencias genéticas adscritos a diversas universidades puertorriqueñas, incluyendo al Dr. Juan C. Martínez Cruzado, realizó un estudio del A.D.N. mitocondrial, el cual se trasmite por vía materna, descubriendo que la actual población de Puerto Rico tiene en su genoma un elevado componente genético guanche, o sea, de los aborígenes canarios, especialmente de los de la isla de Tenerife. En algunas áreas de la Isla este componente guanche aparece en el 55% de la población muestreada mientras que en otras, particularmente en el occidente insular dicho componente aparece en el 82 % de la población muestreada.
Hay en Puerto Rico muchos barrios y sectores con el nombre de Candelaria en los pueblos de Adjuntas, Arecibo, Barceloneta, Bayamón, Ceiba, Lajas, Mayagüez, Rio Piedras, Toa Alta, Toa Baja y Vega Alta y con nombres como el de Candelero en Humacao, donde hay tres: el Barrio Candelero Arriba, el Barrio Candelero Abajo y la Comunidad Candelero Arriba o sectores como el de Candelaria en el Barrio de Sabana Hoyos. En el pueblo de Juana Díaz, limítrofe de Coamo, hubo una Ermita de La Candelaria en 1798. En 1857 el actual pueblo de Las Marías se constituyó en una parroquia separada auxiliar bajo la advocación de Nuestra Señora la Virgen de La Candelaria de Furnias.
Actualmente se celebra también el Festival de La Candelaria en la Playa Machos, de Ceiba, con despliegues pirotécnicos en el Sector de Tras Talleres del Barrio Santurce de San Juan, la ciudad capital, en el Barrio Los Pollos, de Patillas, donde tradicionalmente desfilan procesiones de fieles llevando cirios encendidos alrededor del pueblo y hasta en las ruinas de la antigua hacienda El Plantaje en Toa Baja.
Así, en la fundación del pueblo de Mayagüez, éste recibió inicialmente un nombre inspirado en la Virgen de La Candelaria, cuya imagen había sido hallada en la playa de Chimisay de la isla de Tenerife en el archipiélago de las Islas Canarias apenas tres siglos y medio antes, cuya devoción había llegado a nuestras playas traída por los numerosos inmigrantes isleños que se avecindaron en Puerto Rico y muy particularmente por los que fundaron sus hogares en el área del sitio de Mayagüez, la cual era venerada en la ermita en torno a la cual había crecido la aldehuela ribereña o población que preexistía como un pequeño caserío apenas organizado a modo de incipiente centro urbano en el lugar en que iba a ser fundado el pueblo. Dicha ermita acabó convirtiéndose en el eje, centro y corazón del poblado que creció a su alrededor y, cuando la iglesia parroquial del nuevo pueblo fue a ser construida junto a ella, se estipuló que la cruz que fuese colocada sobre su puerta principal constituiría, a modo de referencia para los linderos y términos jurisdiccionales del pueblo, el mismo corazón de Mayagüez.
Vea otros artículos del Lcdo. Cedó Alzamora de la serie la Historia Oficial de Mayagüez