Miles de cobitos se apoderan de la costa de Isla Mona en Puerto Rico
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- por Gerardo E. Alvarado León *
Cada año, el tercer y cuarto día después de la segunda luna nueva tras el solsticio de verano, ocurre el evento más enigmático de esta reserva natural: la cobada.
En ambos días -o más bien, noches-, que este año cayeron el pasado 9 y 10 de agosto, miles de cobos (Coenobita clypeatus) se enfrascan en una carrera desde todas partes de la isla hasta llegar al mar a desovar. En su alocado movimiento, los cobos chocan sus conchas unas con otras produciendo un sonido realmente peculiar.
Pero el proceso no es tan sencillo como parece y se cree que está controlado por el brillo lunar, indica el biólogo Miguel Antonio “Tony” Nieves, oficial de manejo de Isla de Mona.
Así las cosas, machos y hembras se encuentran en diferentes partes de la isla y copulan. Los machos depositan sus espermatozoides en las patas de las hembras, y estas, a su vez, los transfieren por unos orificios a su abdomen y se fecundan. Cargadas de miles de huevos fertilizados, las hembras se alistan para la carrera hacia el mar.
“La lógica me dice que las que bajan a desovar son las hembras, pero no sé si en esta especie de cangrejo ermitaño terrestre hay hermafrodismo”, sostiene.
La especie Coenobita clypeatus pertenece a la familia de los decápodos, es decir, que tienen 10 patas como el camarón, el juey y langosta. Además de sus dos pares de antenas y ojos, son esas 10 patas las estructuras sensoriales que los ayudan a subsistir y reproducirse.
Chapuzón bien pensado
La entrada al mar para desovar también es meticulosa.
Si las hembras llegan antes de tiempo, ya que “el apogeo” de la cobada suele ser a las 3:00 a.m., se congregan sobre rocas, palmas, arbustos o cualquier estructura a lo largo de la costa. “Se mueven desde los farallones”, dice Nieves.
Aquí, la playa Sardinera es el escenario principal de la cobada, aunque también se da en playa Uvero. Se cree, inclusive, que en otras playas de la llamada Isla Grande, así como en México y el Caribe, también ocurre la cobada, pero en diferentes fechas.
En esta ocasión, los cobos de Isla de Mona tuvieron mucha privacidad pues, además de los vigilantes del Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA), El Nuevo Día era el único visitante. Y para aportar romanticismo, el cielo ofreció una noche tan despejada que la vía láctea se observaba sin inconvenientes.
“Las hembras hacen contacto con el agua en horas de la madrugada y van solando los huevos con el vaivén de las olas. Es como si estuvieran haciendo push-ups”, explica Nieves.
“Los huevos eclosionan rápido que hacen contacto con el agua. Las larvas se van al fondo y empiezan su ciclo de vida. En algún momento saldrán del agua, conseguirán una concha y seguirán su ciclo de vida en tierra”, abunda.
Nieves aclara que muy pocas larvas llegan a la adultez. Son presas fáciles de depredadores desde el momento mismo de su nacimiento.
Bajan menos cobos
La matemática en cuanto a los días de la cobada no falla, asegura Nieves, quien ha presenciado el evento desde la década de 1990.
Pero lo que sí ha cambiado desde entonces es la cantidad de cobos que baja a desovar. Las razones aún se desconocen.
“Para los años 90 se formaba una alfombra de cobos en la arena. Bajaban a la playa entre 10,000 y 12,000 cobos, pero esa cantidad ha bajado ahora”, lamenta sin poder dar una explicación.
Una incógnita similar queda con la llegada de la mañana. De aquella carrera y movimientos alocados solo se perciben los zurcos que abrieron los cobos con sus patas peludas al andar por la arena. No hay rastros de la cobada. Las hembras volvieron a la meseta. Quizás ya identifican prospectos para el próximo solsticio de verano.